Hoy vamos a intentar hacer este rato de oración, contigo Jesús, no solo con el Evangelio, sino con toda la liturgia de la palabra.
Porque hoy es uno de esos días en los que la unidad de las sagradas escrituras se pone de manifiesto ¡y es asombroso! No sé si quienes armaron esa composición de las lecturas para la Misa de hoy tuvieron que hacer mucho esfuerzo, pero el resultado es evidente.
PREOCUPARSE POR LOS DEMÁS
Es que todo apunta hacia un mensaje único. Desde la primera lectura, hasta el Evangelio. ¿Cuál es ese mensaje?
Empecemos por el comienzo; por la primera lectura: Allí encontramos a Dios hablando al profeta Ezequiel. Hablándonos también a nosotros a través del profeta Ezequiel.
El mensaje también es muy claro: ¡Quien sigue a Dios, tiene que preocuparse por los demás!
Y entre las primeras preocupaciones ha de estar el ayudar al prójimo a regresar al camino del bien.
Dice el libro del profeta:
“A ti, hijo de hombre, te he puesto como centinela sobre la casa de Israel: escucharás la palabra de mi boca y les advertirás de mi parte. Si digo al impío: «Impío, vas a morir» y no hablas para advertir al impío de su camino, este impío morirá por su culpa, pero reclamaré su sangre de tu mano”
Precisamente por no haberle dicho que tenía que cambiar y continúa el libro del profeta Ezequiel:
“Pero si tú adviertes al impío para que se aparte de su camino y no se aparta, él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida”
(Ez 33, 7-9).
Es decir, que acá Dios nos advierte contra uno de esos famosos pecados de omisión, que es el no ayudar al prójimo a que salve su vida, por el no corregirle nosotros a tiempo.
LUZ PARA QUE PODAMOS VER
Las palabras que acabamos de leer están dirigidas al profeta Ezequiel, pero también por supuesto, a cada uno de nosotros.
Es verdad, nosotros no somos nadie para juzgar, solo Dios puede hacerlo, pero tantas veces Dios nos da luces para que veamos a las personas como Él las ve.
Podemos ver sus bondades, pero también podemos ver las cosas, en las que podrían mejorar y también para ayudarlas a mejorar en su relación con Dios.
Es más, aunque como ha hecho en otras ocasiones, Él podría manifestarse de un modo espectacular, y hacer que una persona concreta, cambie y redirija su vida hacia el buen camino.
El ejemplo que más se me viene la cabeza es el de san Pablo, Dios prefiere servirse de pobres instrumentos ineptos, para poder conseguir lo mismo.
En el pasaje de Ezequiel se entiende que quien corrige lo hace porque la indicación viene de Dios.
“Por eso te pedimos Señor que no nos apresuremos a juzgar a los demás tan precipitadamente. Ayúdanos a refrenar ese impulso que nos viene casi inmediatamente, nos surge casi en automático, por la indignación ante la injusticia o cuando es evidente para nosotros que los demás tienen defectos.
Pero te pedimos Señor, que nos ayudes a tener, -vamos a decir-, tanta “naturalidad” en el diálogo contigo, en tener tanta vida interior, un corazón que esté como bullendo siempre, en amor de Dios, que nos salga con mayor “naturalidad” el diálogo contigo.
Que todo lo intentemos pasar por el filtro de tus ojos: ¿Señor, cómo ves Tú a esta persona? ¿La amas sabiendo que tiene este o aquel defecto? ¿De verdad crees, Jesús, que esa persona puede mejorar o es ya un caso perdido? ¿Señor, por qué te tomas la molestia de seguirle dando oportunidades?”
¿VOLVERÍAS A SUBIRTE A LA CRUZ?
Una pregunta que a mí me ayuda muchísimo:
“¿Volverías Señor a subirte a la Cruz también por esa persona? ¿Por qué prefieres correr el riesgo de que esa persona use su libertad para lo que Tú no quieres, para lo que no es para su bien?
Bueno, más o menos estas son las preguntas que nos ayudan a querer a los demás como las quiere Dios y lo que nos lleva a corregir a ayudar a las personas como los ayudaría Dios mismo.
Yo creo que esta es la clave para una buena corrección: pensar por qué Dios la ayudaría a mejorar a esa persona y cómo Dios lo haría.
Si no, yo creo que fácilmente terminaríamos siendo el típico “martillo de herejes”, al que corrige por corregir, un poco para sentirse mejor que los demás o para sentirse el juez de todo lo bueno y lo malo.
O como decimos aquí en Venezuela, la “chupetita de ajo”, la persona que cae mal porque se la pasa señalando los defectos de los demás, pero juzgando por juzgar y sin ánimo de verdaderamente comprender y de ayudar a ser mejores.
La segunda lectura refuerza esta idea, porque allí san Pablo, nos anima a no deberle nada a nadie, a menos que sea amor.
Porque dice san Pablo en la carta de los romanos:
“El que ama al prójimo ha cumplido plenamente la Ley. Pues no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y cualquier otro precepto, se compendían en este mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. Por tanto, la caridad es la plenitud de la Ley”
(Rom 13:8-10).
¿CÓMO ME GUSTARÍA QUE ME CORRIGIESEN?
Esto que hemos escuchado tantas veces, “al prójimo como a uno mismo”, si corregir ha de ser el fruto del amor a los demás y si debemos amar a los demás como a uno mismo, yo creo que vale la pena que nos preguntemos:
¿Cómo me gustaría a mí, que la persona que más me ama me ayudase a ser mejor? ¿Cómo me gustaría que esa persona me corrigiese?
Que, aunque me tenga que decir las cosas con total sinceridad, lo hiciese de tal modo, que yo entienda que lo hace por mi bien. ¡Y que yo vea, que esa persona cree que yo puedo mejorar!
Como la respuesta a la pregunta: ¿Quién es la persona que más me ama? Tiene una única respuesta: Tú Señor; es Dios.
Entonces es lógico, que, revisando mi vida, yo me pregunte: ¿De qué modo me ha ido llevando Dios a mejorar en mi vida? ¿Lo ha hecho con paciencia?
Yo creo, que claramente hay que admitir, que sí ha habido excesiva paciencia, Señor, te has pasado de paciente con nosotros.
¿He comprendido de inmediato que has sido Tu, detrás de tantos sucesos que en su momento no entendí? Pero que ahora los veo y digo: ese fue Dios, que me estaba ayudando a ser mejor.
¿Cómo sería yo si Dios no me hubiese corregido en el pasado a través de sucesos, de personas o inspiraciones en el silencio de la oración? Como este que estamos haciendo ahora contigo, Jesús.
NOS DEJAMOS LLEVAR POR EL ORGULLO
Tal vez cuando Tú Jesús nos has querido indicar algo, corrigiéndonos por nuestro bien, nos hemos dejado llevar por el orgullo o por la comodidad y no hemos hecho caso a esa recomendación que vemos en el salmo de hoy:
“Ojalá escuchéis la voz del Señor, «no endurezcáis vuestro corazón»”
(Sal 94, 8).
Pero Jesús, Tú has sido paciente con este pobre corazón nuestro endurecido, nos exiges con la exigencia del amor. Cuando nos resistimos, es porque no hemos sabido apreciar, lo que te mueve a exigirnos. Que lo que te mueve a exigirnos no es la crueldad déspota, ni la actitud del “martillo de herejes”.
Cuando nos damos cuenta de que nos amas, nos ha sido mucho más fácil dejarnos exigir por Ti. Ayúdanos a vivir esto mismo con los demás, cuando nos toca a nosotros exigirles, por supuesto.
LA CORRECCIÓN FRATERNA
El Evangelio de hoy, es en ese sentido, un “broche de oro” a ese tema que la Iglesia nos propone para la liturgia de este domingo, porque se trata de ese pasaje de la corrección fraterna, allí, Tú Señor, nos das instrucciones precisas, de cómo corregirle al hermano que peca.
Primero corregir a solas, luego con un testigo y después delante de toda la comunidad.
Pero aunque sigamos estas instrucciones al pie de la letra, si antes no hemos pasado por el corazón de Dios, para ver cómo nos ama a nosotros y por eso nos exige corremos el riesgo de que en lugar de ganar a un hermano para el camino del bien, lo estaremos alejando. Porque este hermano no concibió en nosotros ese amor de un Dios que porque le ama le exige pacientemente, como hace con nosotros.
¡Que impresionante la coherencia de las lecturas de hoy!
Te pedimos, Señor, para terminar ese rato de oración contigo, la coherencia entre lo que recibimos de Ti y lo que hacemos a los demás.
Que, si nos toca corregir, pasemos primero por la oración para conversar contigo y preguntarte cómo lo harías Tú.
Ayúdanos a corregir valientemente, para que lo hagamos de modo que para esa persona sea más fácil ver el amor de Dios detrás de esa indicación. Ver a un Dios que lo que busca, es su bien, su felicidad.
Danos, Señor, la paciencia para saber esperar, para saber contar con la acción de la gracia, esa acción en las almas; que lo que pedimos con el salmo de hoy para nosotros, lo pidamos también para los demás.
Que ni nosotros, ni las personas que tenemos cerca, cuando nos toque corregirlas, endurezcamos nuestro corazón a esas exigencias del amor de Dios.