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LA EXPERIENCIA FUNDAMENTAL

Diezmo

Quisiera empezar este ratito de oración dando gracias a Dios.  “Gracias Señor porque estamos de regreso de un verano en el que hemos podido descansar un poco.  Hemos podido cambiar de ambiente”.

Yo, por ejemplo, te cuento que fui a atender a varios campamentos y dos labores sociales donde pude vivir toda una experiencia.  Tú también habrás vivido tus experiencias que te habrán ayudado a descansar; fundamentalmente, a descansar física y también psíquicamente.

Ya de regreso a la vida cotidiana, quisiera aprovechar el Evangelio de hoy para platicarte de una experiencia que está por encima de todas las experiencias que hayas podido vivir este verano y de todas las experiencias que podrías vivir en tu vida.

Me refiero a la “gran experiencia” y es que, el Evangelio de hoy nos narra aquella vez que un Doctor de la Ley le preguntó a Jesús:

“Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley? Jesús le respondió: “Amarás al Señor Tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.  Este es el más grande y primero de los Mandamientos. Y, el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

(Mt 22, 36-39).

Amarte a Ti Señor y a los demás por Ti y dejar que Tú me mires y me ames.  Que, a pesar de que a veces a mí me pesa -más bien lo que he hecho mal- Tú me miras y me digas en cada confesión:

“Tus pecados te son perdonados”.

LA EXPERIENCIA FUNDAMENTAL

Esa es la experiencia fundamental: sentirse amados por Dios y amarlo en consecuencia.  Esto es justo lo que el Papa Francisco les decía a los jóvenes en la exhortación apostólica Christus Vivit:

            “Si entras en amistad con Él y empiezas a conversar con Cristo vivo sobre las cosas concretas de tu vida, esa será la gran experiencia; esa será la experiencia fundamental que sostendrá tu vida cristiana”

(Christus Vivit: Capítulo 4, no. 129.  Papa Francisco).

            La experiencia fundamental que sostendrá tu vida cristiana… Te contaba que fui a algunos campamentos y que luego fui a dos promociones rurales (o labores sociales como te guste llamarlas).

Fuimos a construir casitas muy bien hechas, la verdad, muy padre el equipo que se organizó para levantar unas casitas en un lugar donde hay muchos sismos; muchos temblores.

Por eso, las casitas que construimos son antisísmicas; están diseñadas para que no se vengan abajo cuando tiemble.

Bueno, si el edificio de nuestra vida de hijos de Dios no se cae cuando hay un temblor, es porque -igual que esas casitas- están bien fundamentadas, porque tienen un fundamento sólido.

EL FUNDAMENTO SÓLIDO

El Papa nos dice que el fundamento sólido de la vida cristiana es:

“Encontrar a Cristo; la amistad con Cristo; dejarnos salvar por Cristo”.

            Pues Señor, nosotros que hemos contemplado Tu amor, nuestro valor infinito a Tus ojos y, a la vez, nuestra pequeñez; digamos que nuestras luces y nuestras sombras; cara y cruz.

Podemos ponernos a la hora delante de Ti, mirarte y decirte: “Jesús, me gustaría dejarme salvar por Ti.  Para amarte Señor, tengo que vivir la gran experiencia de sentirme amado por Ti.

Por eso, nos ayuda también ponernos delante de Ti con todos esos deseos de plenitud que tenemos recordando el Evangelio del lunes, porque toda esta semana, el Evangelio está concatenado”.

VIDA ETERNA

Era el Evangelio del joven, que decía:

“Cuando salían para ponerse en camino, vino uno corriendo y, arrodillado ante Él, le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?”

(Mc 10, 17).

La vida eterna es la felicidad; es el Cielo; es la plenitud.

En el fondo, este muchacho está preguntando lo que todos, en algún momento, nos preguntamos: ¿Qué tengo que hacer para ser feliz? Yo quiero ser feliz, felicísimo aquí en la tierra y, luego, en el Cielo.

Todos nos movemos para ser felices y Jesús le dijo:

“¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solo Dios; solo uno: Dios”

(Mc 10, 18).

Le hace que se detenga un momento y piense: ¿Te das cuenta de lo que estás preguntando? ¿Te das cuenta de lo que estás haciendo?

¿NOS DAMOS CUENTA?

Y, quizás, nos lo podemos preguntar tú y yo en este momento: ¿Te das cuenta de lo que estás haciendo al estar en un momento de oración como este? ¿Te das cuenta de que te estás poniendo delante de Dios? ¿Que estás intentando ver tu vida en su conjunto?

¿Te das cuenta de que las cosas que veas, las cosas que decidas, las cosas o actitudes que tú tomes pueden tener mucha importancia?  Pues ponte a pensar, detente un momento y ponte a pensar.

Nos ayuda también a nosotros, incluso cuando hacemos cada día nuestra oración, pararnos y pensar, a ver ¿yo por qué estoy rezando ahorita? ¿Estoy, realmente, dispuesto a cambiar mi vida?

Porque si no, no tiene chiste.

“Tengo que estar dispuesto a poner por obra lo que Tú Jesús me vayas diciendo”.  Tengo que estar dispuesto a cambiar formas de hacer que tengo y que, quizá, no son tan compatibles con la vida de un hijo de Dios.  A dejar atrás, a lo mejor, tanta frivolidad.  ¿Estoy dispuesto?

Esto es lo que Jesús le dice a este joven y le sigue diciendo:

“Ya conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, no defraudarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre…

            Maestro, todo esto lo he guardado desde mi adolescencia, le respondió aquel joven”

(Mc 10, 19-20).

RELACIÓN PERSONAL DE AMOR

Y aquí es donde se nos cuela esta mentalidad nuestra, como si nuestra relación con Dios, en el fondo, fuera cumplir cosas; hacer cosas como diciendo: “ahorita estoy haciendo mi oración porque me lo propuse; me propuse tomarme en serio a Dios.  Y, luego, voy a empezar a estudiar o a trabajar porque yo me lo propuse”.

Quizá, en el fondo, el Señor nos está diciendo: “No se trata solo de eso; no es cuestión de hacer cosas”.  Jesús, a lo que te está invitando, es a una relación personal de amor.

Fíjate la respuesta del joven:

“Maestro, todo esto lo he guardado desde mi adolescencia”

y fíjate en la respuesta de Jesús:

“Y Jesús, fijando en él su mirada, le amó”.

Jesús lo miró con amor porque a Jesús le enternece ver un corazón que quiere el bien y le enternece ver los esfuerzos que tú haces por hacer el bien; por portarte bien; por hacer estos ratos diarios de oración.

Él ya sabe que no se trata de hacer cosas, pero también sabe que los hombres funcionamos haciendo cosas y proponiéndonos cosas.  Poniendo de nuestra parte y, por eso, le encanta que pongas de tu parte para rezar todos los días; para trabajar todos los días; para ayudar todos los días.

Pero, en el fondo, nos está invitando a algo mucho más audaz: a una relación personal, como diciendo: “Yo no quiero que hagas cosas, Yo lo que quiero es que seamos amigos. Que, de este ratito de oración, tú te quedes Conmigo; que de verdad quedemos como amigos, comprometidos”.

CONVERSIÓN

Esto es mucho más exigente, porque el riesgo es convertir la vida cristiana en una serie de cosas que tengo que hacer y, cuando ya las hice, ya me puedo dedicar a mis cosas.

Cuando más bien Jesús, quiere que nos convirtamos y que hagamos de todos los momentos de nuestra vida, ocasión de amarlo a Él; ocasión de estar con Él.

Porque te quiere más cerca de Él te está diciendo: “Una cosa te falta: ¿Quieres tener un corazón satisfecho? ¿Quieres vivir la vida a fondo? ¿Quieres de verdad amar y ser muy amado?

Una cosa te falta: “Anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el Cielo.  Luego, ven y sígueme”

(Mc 10, 21).

Fíjate en la respuesta del Señor:

“Ven y sígueme”

porque vamos a tener juntos una misión; vamos a tener juntos algo que hacer en este mundo, porque ser cristiano significa compartir la misión de Jesús; ser amigos de Cristo y compartir con Jesús mi vida.

LA MISIÓN DEL SEÑOR

Compartir con Cristo mi vida es compartir la misión del Señor que ha venido para salvar al mundo.  Que ha venido para liberar a los hombres del mal; que ha venido para sembrar amor donde hay odio.

Vamos a terminar acudiendo, como siempre, a la Virgen.  Madre nuestra, ayúdanos tú a ver nuestra vida desde esta óptica.  No de preocuparnos tanto de quiénes somos, sino de para quién podemos vivir.

De que el Señor nos está invitando a que, con esas cosas que hagamos, entendamos ese compromiso de fondo que nos está llamando a seguirlo; a compartir nuestra vida entera con Él; a compartir la misión con Él.

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