Hoy escuchamos en el Evangelio de la misa:
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos…”
como todos los días, cuando comenzamos a leer el Evangelio, siempre recordamos, Jesús, que cuando dice: “En aquel tiempo”, hace referencia a cuando Tú estabas aquí con un cuerpo mortal hablando con palabras y sonidos a tus discípulos.
Pero también lo debemos entender como dicho para este tiempo, para hoy sábado 10 de agosto, porque el tiempo para Ti, en realidad, no existe. Para nosotros sí, para Ti no. Y como dijo san Pedro:
“… tienes palabras de vida eterna”
(Jn 6, 68).
En realidad, lo que sabemos es que esto que estás diciendo o que vas a decir, nos lo dices a nosotros aquí en el planeta tierra, en este siglo XXI.
EL SENTIDO DEL DOLOR
Vamos a oírle, por lo tanto, con novedad qué dice el Evangelio:
“Pues os aseguro que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo. Pero si muere da mucho fruto”
(Jn 12, 24).
Pareciera que tiene que ver con la cosecha, la siembra del trigo, pero nosotros sabemos perfectamente que no te estás entreteniendo en temas de semillas, sino estás hablándonos, intentando explicar cuál es el sentido del cansancio, del dolor cuando se presenta y de la misma muerte.
“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda infecundo. Pero si muere, da mucho fruto”.
Lo que yo entiendo es que nos estás diciendo, Señor, que es falso el ideal del bienestar como meta única y absoluta.
El bienestar hay que procurar lograrlo lo mejor que podamos, pero nunca convertirlo en un objetivo último, porque nunca se va a lograr. O sea, teniendo todo, siempre faltará algo.
¿Por qué? Porque nosotros no somos un cajón de un closet con unas dimensiones donde puedes poner unas cosas hasta que ya no quepa nada más. Somos seres humanos y las cosas nos quedan fuera de nosotros, de manera que nunca podremos sentirnos llenos sólo con cosas.
“Os aseguro que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo. Pero si muere, da mucho fruto”.
Es bueno que, sin hacernos daño y sin cultivar una actitud masoquista de ir buscando sufrir, pero sí que es bueno que nos adelantas Señor, que hay que ir muriendo, de alguna manera “poco a poco”, con los pequeños esfuerzos, con la constancia en cualquier proyecto, cualquier ideal, cualquier meta.
AMAR A DIOS Y AL PRÓJIMO
Ahora estamos viviendo los días de las Olimpiadas en París (aprovecho para desagraviarte Señor, por una ofensa que hubo, que todos hemos conocido con pena), la ejemplaridad de los atletas que se han preparado.
En esa preparación han ido, de alguna manera, muriendo a su bienestar, a su comodidad, a su pasarlo bien; todos han tenido que entrenar, guardar una dieta, vivir algún régimen propio del deportista de alta competencia.
Pues esa es la vida del ser humano; o sea, hace falta una disciplina que ordena nuestro horario y nuestras vidas. Hace falta unos principios que nos orientan en nuestro actuar; hace falta unos valores y todo eso va educando nuestro bienestar.
Pasamos por circunstancias que a veces no son lo que nos provoca, lo que nos gusta, porque tiene matices y entonces vamos entendiendo: el grano de trigo tiene que caer en tierra y morir para no quedar infecundo.
La mejor acción que podemos hacer los seres humanos es amar a Dios y amar al prójimo. Esto no lo puede hacer ningún animalito, pues esto requiere que yo esté buscando la felicidad de Dios y la del prójimo.
Esto me saca a mí del centro, porque eso supone que no estoy buscando mi felicidad, aunque la voy a encontrar; de esa manera indirecta soy feliz sabiendo que Tú estás feliz Señor y sabiendo que los demás que me rodean también están felices.
Esta es la enseñanza que es verdaderamente grande y profunda de tu Evangelio de hoy. Qué bueno que nosotros organicemos nuestra vida, nuestro horario de esta manera.
UNA ENTREGA POR AMOR
Que nos ubiquemos, que entendamos nuestra vida una entrega por amor. ¿Hacia quién? Hacia las personas que tenemos cerca y que Tú nos has puesto a nuestro costado. Esto es el modo cristiano de vivir.
Entiendo así cuando he leído de un autor anónimo esta frase:
“El amor auténtico, el amor ideal, el amor del alma, es el que sólo desea la felicidad de la persona amada sin exigirle, en pago, nuestra propia felicidad”.
Sólo desea la felicidad de la persona amada sabiéndola feliz, haciéndola feliz, yo ya me siento feliz. Es el camino cristiano para encontrar la felicidad: procurar la felicidad de los demás; ser grano de trigo y morir, en este sentido figurado, buscando el bien de las personas que quiero.
Que la Virgen santísima nos ayude a tener siempre este camino presente para que no vayamos acumulando frustraciones, decepciones, expectativas que son imposibles en esta vida.
Todo lo que vale aquí cuesta, pero precisamente eso que cuesta se realiza y se encuentra la felicidad. Parece contradictorio, pero es así.
Ayúdanos Madre nuestra a tener clara esta lección.
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