FELICIDAD DE NIÑOS
«En aquella hora, Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo:
—Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños».
Sí, Padre, porque así te ha parecido bien…
Esta es una de las pocas escenas del Evangelio en que aparece un motivo explícito de alegría, de gozo en el Espíritu Santo en la vida del Señor.
Y la causa nos la da este texto de hoy de san Lucas en el capítulo 10: La alegría de Jesús de la voluntad del Padre de revelar la maravilla del Reino de Dios, el mensaje de Jesús, el contenido de ese mensaje que es Cristo mismo a los pequeños, a los que son como niños.
Aquí tenemos una invitación, que a todos nos viene bien, tengamos la edad que tengamos. Seas tú un hombre o una mujer que está en la primera etapa, la de la juventud, maravilloso tesoro… Seamos adultos, o estemos quizá ya en el último tercio, en los descuentos…
Todos tenemos que pedirle al Señor:
“Señor, ayúdame a tener un corazón limpio, un corazón simple, sencillo como el de un niño, que cree sin cuestionar”.
VIVIR CON SENCILLEZ DE NIÑOS
¡Creer! ¡Así cómo creen los niños! Llenos de asombro frente a eso que el papá o la mamá les enseña. Y lo creen con la pureza de un corazón que todavía no está herido por la sospecha, por los prejuicios, por experiencias pasadas, o porque el niño tiene poco pasado y que le llevan a desconfiar… ¡Creer!
Y esto es compatible con profundizar, con razonar, con estudiar, con hacerse preguntas.
Jesús quiere que te hagas preguntas y tengas la valentía de enfrentarlas y encontrar una respuesta que te complace, una respuesta que aquieta la inteligencia y que mueve al gozo a la voluntad.
Pidámosle al Señor que nos dé este don de un corazón que cree de verdad, porque Jesús es digno absolutamente de creer en Él. Es completamente fiable Jesús: por lo que dijo, por lo que hizo, por su Pasión y Muerte en la Cruz, y por su gloriosa Resurrección y por la acción de Cristo a lo largo de los siglos.
¡Qué creíble se hace Cristo en la vida de los santos! ¡Qué creíble se hace Cristo en tu vida, cuando a pesar de tus limitaciones y defectos, sonríes!
Cuando sabes reconocer tus errores con sencillez, pides perdón por lo que te has equivocado. ¡Qué creíble se hace Cristo a través de la humildad del corazón!
¡FELICES TODOS!
Pidámosle al Señor esta sencillez y humildad de <descomplicación de los niños para gozarnos en el don de Dios.
A veces somos tan adultos, a veces todo lo vemos cargado, quizá de experiencias negativas, cuando el Señor quiere que nuestra alma gobierne, por así decir, el gozo de su presencia siempre nueva.
Jesús siempre se renueva en su amor por nosotros. Nunca se hace viejo el amor de Cristo.
La verdad de Cristo, siempre nueva, siempre actual, perenne. El amor de Cristo, siempre nuevo, siempre actual, perenne. Y esa perennidad, aquello que no hace que envejezca, es algo que nos llena de alegría, de gozo y de paz.
“Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos”…
A los que creen que vienen de vuelta… A los que caen en formas de racionalismo… “Ese ver para creer” y que cuestionan todo. Los que están llenos de prejuicios respecto de la Iglesia, o de instituciones de la Iglesia, o de las personas, y que van poniendo como etiquetas a las gentes y clasificando.
Abrirnos al don de Dios. Abrirnos al don de los demás también. Siempre habrá algo que aprender.
LA MARAVILLA DE SER HIJOS DE DIOS
Y el texto continúa:
«Todo me ha sido entregado por mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre. Ni quién es el Padre, sino el Hijo».
¿Por qué Jesús puede hablar así? Porque una y otra vez se revela en su identidad más profunda de su ser Divino.
Sólo Jesús, siendo Dios, puede decir que nadie lo conoce, sino sólo el Padre; y sólo Dios conoce a Dios. Dios abarca a Dios, y sólo Dios comprende a Dios.
Está revelando su condición divina de esta manera tan preciosa, tan trinitaria. Y añade:
«Nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre, ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar».
¡Qué maravilla! Tú eres aquellos a los cuales el Hijo se ha querido revelar, se quiere revelar. Quiero entrar en tu vida y llenarte de sus dones. ¡Bendito sea Dios! ¡Qué maravilla y alegría vivir así! ¡Qué gozo avanzar así!
Por eso es que este texto termina con esta bienaventuranza magnífica de Jesús:
«Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis, porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron. Oír lo que vosotros oís y no lo oyeron».
Esto se lo dice el Señor a los apóstoles, pero también a todos los que habrían de creer hasta el final de los tiempos, también a ti y a mí.
JESÚS PRESENTE EN LA EUCARISTÍA
Bienaventurado tú, porque oyes lo que Jesús te dice, lo que la Iglesia te enseña, porque ves el amor de Cristo en tu vida y en la de los demás.
Porque eres capaz de entender la presencia de Cristo oculta en el dolor, y eres capaz de unirte a Él también en el sufrimiento cuando las cosas cuestan.
¡Bienaventurado tú!
Cuántos reyes y profetas quisieron ver, quisieron tener esta experiencia del Verbo encarnado que nosotros los cristianos católicos, tenemos en plenitud…
Cómo no pensar en la Eucaristía, en esa presencia real del Señor… ¡Bienaventurado tú! ¡Bienaventurada tú que crees en la presencia real de Jesús en la Eucaristía, y lo recibes con el alma en gracia!
¡Bienaventurada, bienaventurada!, porque efectivamente todo el amor de Dios está ahí, y toda la fuerza de Dios para enfrentar lo que sea: las dificultades que vengan… La vida es así, pero con Cristo, qué distinto.
Unámonos también nosotros a esta acción de gracias de Jesús, dándole gracias a Él:
“Señor, te agradezco el don de la fe, te agradezco desde lo más profundo de mi alma el don de Ti mismo”.
“Te has entregado a mí. Ayúdame a corresponder a este inmenso don, y abrir mi alma temporal aquí sumergida en el tiempo y en el espacio, abrirla a la eternidad”.
De tal manera que caminamos los hijos de Dios que caminamos con los pies en la Tierra, pero con la mirada puesta en el Cielo, que es la manera verdaderamente humana de vivir.
Se lo pedimos a la Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra. Bienaventurada tú, porque creíste con toda la fuerza de tu corazón… Y así, hasta el último rincón de tu alma fue iluminado por el don divino del amor de Dios.
Ayúdanos Madre de Dios y Madre nuestra a abrirnos cada vez más a este don inmenso y grandioso de ser cristiano.