El domingo pasado, escuchábamos en unas lecturas muy interconectadas entre sí, como suele pasar los domingos, tus palabras, Señor, sobre el tema de los mandamientos.
Y como en la primera lectura, se decía que este pueblo es sabio, les decía Moisés, porque recibió la ley. Eso lo hacía una gran riqueza, lo hacía un pueblo distinto.
Pero en el Evangelio, se veía como habían convertido esos preceptos en algo externo y no lo interiorizaban.
SACIANDO EL HAMBRE
Hoy también sale ese tema otra vez, porque ibas Vos, Jesús, con tus discípulos atravesando un campo y como iban tomando las gramillas de trigo y desgranándolas en las manos y saciando un poco el hambre que se ve que tenían.
“Algunos fariseos se escandalizaban, decían: ¿Por qué tus discípulos hacen lo que no es licito en sábado?”
(Lc 6, 2)
El hecho es que este acto era una especie de trabajo, como cosechar y comerse ese pan o esos granos, ni siquiera era pan.
Claro, que por un lado nos choca esa rigidez de los fariseos y por otro lado uno podría pensar: “pero si este pueblo tenía su riqueza justamente en su ley y están tratando de hacer cumplir algo que pertenece a esa ley, de respetar el sábado.”
La ley ilumina sus pasos y es lo que lo lleva a Dios, ¿qué tienen que hacer ante estos, que no están cumpliendo la ley?
La realidad es que quieres muchas veces, Señor, que tengamos una libertad interior para poder vivir con, -no sé si llamar flexibilidad-, pero siguiendo tus designios, que a veces puede implicar no cumplir esas leyes.
Me imagino yo, Señor, que si venían tan tranquilos desgranando esas espigas es, -o bien- porque te preguntaron o lo hicieron delante Tuyo y no les dijiste nada o quizás Vos mismo lo habías hecho en sábado, por eso se sentían seguros.
Y, es que tenían hambre, pienso que hay como dos criterios para vivir esa libertad interior, que nos puede llevar y que es tan importante.
¡QUE HAYA CARIDAD!
Porque, ¿qué les pasaba a los fariseos que llegaron a un punto, que se refugiaban en preceptos y esos preceptos se volvían más importantes que el espíritu?
Es lo que tantas veces, Vos, Jesús, les reclamas. Ellos se quedaron en lo formal.
Y para no quedarse en lo formal, que puede ser una postura cómoda, porque yo ya sé que tengo que hacer y que no tengo que hacer y es rígido y quizá me siento seguro con estos criterios.
Hay dos cosas que nos puede ayudar: la primera es: ¡Que haya caridad! San Agustín decía ama y haz lo que quieras.
Movernos por caridad no tanto porque se cumplan preceptos sino por lo que es amar a Dios y al prójimo, lo que puede venir bien a los demás.
En este sentido, me acuerdo de dos anécdotas una negativa y una positiva.
La negativa fue que durante el tiempo del Covid, acá en Argentina, pasó en una provincia, que en una familia había una chiquita que estaba enferma.
Necesitaba unos cuidados especiales, para los cuales el papá la tenía que llevar a otra provincia.
Pero resulta que era la época del Covid y entonces estaba prohibido pasar de una provincia a la otra, sino salvo que hubiera ciertos permisos. Esto era para que no se difundiera la enfermedad.
Este hombre no pudo atravesar esa frontera, porque estaba ahí cumpliendo su deber: la autoridad. ¡Y no lo dejaron!
Y esa chica se murió, porque alguien cumplió su deber, de que no se podía pasar porque no tenía el permiso.
LOS SACRAMENTOS
Claramente, aferrándose a una regla, que me parece que hizo mal, tendría que haber tenido más flexibilidad, cintura, y valorar la situación. Tampoco tenía muchísimo tiempo esa persona.
En la anécdota positiva, me acordaba de una cosa que le pasó a san Josemaría cuando era un joven sacerdote.
En los años 30 él atendía a muchos enfermos, y se enteró que un enfermo terminal, estaba muy grave.
Pero el pobre enfermo, había ido a parar a una casa de prostitución donde trabaja su hermana, en ese triste oficio, porque él no tenía a dónde ir.
Y para que no muriera sin los Sacramentos, san Josemaría se fue a atenderlo ahí y le llevó al Santísimo.
Uno podría decir: ¿Qué va a hacer un sacerdote a un lugar como ese?
Pero san Josemaría también le pregunto al Vicario de la Diócesis, y lo acompañó una persona mayor, como para cuidar también de no escandalizar a nadie.
Pero hizo eso, por encima de todo. Podría haber dicho: No, yo no me voy a meter ahí.
LA CARIDAD
Por eso pienso en el primer criterio: “la caridad”. El bien de los demás.
En el segundo, hay algo que sí nos ayuda mucho, que son los mandamientos, ahí nos marca el Señor, como un límite, por sobre el cual, si nos pasamos ya no hacemos el bien.
Si uno para ayudar a otro, ante una situación, tuviera que matar, o cometer un acto impuro, robar, mentir, eso no estaría bien.
Porque la Iglesia nos enseña, que no se puede hacer el mal para conseguir el bien, entonces ahí no hay que hacer eso, para conseguir un bien.
Hay muchas cosas que no van en contra de esos mandamientos y que quizá, nos tenemos que mover no tanto por cumplimientos, por reglas, porque sin estar ofendiendo a Dios, por ahí hay que saltárselas por el bien de los demás.
Eso requiere una libertad interior, un no refugiarse tanto en preceptos, no pensar que lo que nos salva es los cumplimientos, como les pasaba a los fariseos.
Sino que nos salva el Señor, ¡nos salva Cristo! Vivir el mandamiento de amar a Dios y amar al prójimo.
SEÑOR, VEN A INVITARNOS
Me acordaba de una poesía, puede ser que ya la haya leído incluso en alguno de estos ratos de oración, que tenemos, Señor, con Vos.
Pero, es una poesía que una autora incluye en un libro suyo sobre la libertad, voy a leer una partecita, porque yo pienso que representa un poco cómo debemos movernos, dice:
Señor, muéstranos el puesto que, en este romance eterno iniciado entre tú y nosotros, debe tener el baile singular de nuestra obediencia. Revélanos la gran orquesta de tus designios, donde lo que permites toca notas extrañas en la serenidad de lo que quieres.
Enséñanos a vestirnos cada día con nuestra condición humana como un vestido de baile, que nos hará amar de ti todo detalle como indispensable joya.
Haznos vivir nuestra vida, no como un juego de ajedrez en el que todo se calcula, no como un partido en el que todo es difícil, no como un teorema que nos rompe la cabeza, sino como una fiesta sin fin donde se renueva el encuentro contigo, como un baile, como una danza entre los brazos de tu gracia, con la música universal del amor.
Señor, ven a invitarnos.
(Madeleine Delbrel)
Un baile donde hay que tener flexibilidad, donde hay que buscar no tanto lo que hay que hacer, sino lo que es verdaderamente la voluntad de Dios.
Ayúdanos señora a discernir, que nos inspire tu espíritu que es fuente de libertad y así podremos servirte mejor.
Pidámoselo a nuestra madre, que tenía esa conexión tan profunda con Dios y por tanto con sus planes y por eso podía ser el bien con suma libertad, no por cumplimiento.
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