«Seis días antes de la Pascua fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Ahí le ofrecieron una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa»
(Jn 12, 1-2).
Así comienza el Evangelio de hoy. Betania. Ahí, Jesús, te encuentras a gusto, como en tu casa. Todos te quieren, todos te respetan. Es el lugar de tus amigos donde puedes descansar, hablar tranquilamente y reponer fuerzas.
Por eso, la verdad, no me sorprende que después de toda la movida de ayer (aplausos, cantos, ramos, también lágrimas; o sea, sentimientos encontrados) te fueras a Betania. No me sorprende, tampoco a los apóstoles.
Ahora, es cierto, a los apóstoles no se les van de la cabeza las imágenes de ayer. Quizá presentían algo. No sé, la tensión, huele a despedida y es que Tú, el Maestro has realizado unos gestos que no consiguen terminar de entender.
Pero sería una escena como tantas otras que habían tenido lugar en aquella casa: tono amistoso, conversaciones vivas, diálogos de unos con otros.
LO DIO TODO POR JESÚS
Podemos imaginarnos a nuestro Señor hablando tranquilamente con Lázaro y Marta. Dice un autor que:
“María ha ido a su cuarto, lugar elegido donde esconder su valioso perfume. María, con su frasco de esencia en la mano está dudosa: tengo que salir, quiero a Jesús y quiero demostrárselo.
Salió del cuarto y se dirigió directa al Maestro. Ya lloraba de emoción, de agobio. No era pena, sólo amor. se echó a los pies de Jesús. La gente contemplaba la escena sobrecogida.
Rompió el frasco, quizá no tenía pensado hacerlo así, pero quería dárselo todo. Su pelo era largo, liso y precioso y decidió secar con él los pies del Señor. Los hubiera besado, pero no se atrevía.
Le hubiera dicho que le quería, que estaba muy agradecida por lo que había hecho por Lázaro, que gracias por todo, Jesús mío, pero no encontró fuerzas, sólo lloraba.
María rompió el frasco delante de todos. Lo dio todo por Jesús a la vista de tantas personas. María fue generosa, entregó aquel día su propia vida, no se guardó ni una gota de perfume. Todo el amor de su vida para Jesús”.
¿Cuándo nos decidiremos tú y yo a romper también el frasco a los pies del Señor? ¿Le daremos todo o sólo una parte? ¿Seremos generosos o querremos guardarnos algo para nosotros? Piénsalo.
UN VALOR INFINITO
Con qué devoción lava María los pies y con qué cariño contempla Jesús la escena. Es amor puro y duro y el amor necesita manifestarse para no morir, aunque sean cosas pequeñas, insignificantes.
Lo que se hace por amor, por pequeño que parezca a los ojos de los hombres, tiene un valor infinito a los ojos de Dios.
¿Seremos generosos o querremos guardarnos algo para nosotros? Piénsalo y contempla la escena: María rompió el frasco.
Lo que vale entre los hombres sirve también para nuestra relación con Dios. El amor está llamado a expresarse si es un amor auténtico, es que tiene que salir, no nos cabe adentro y no sirve excusarse con un “es que da lo mismo”, porque no es verdad.
Uno puede vivir de reservas sin manifestar el amor por un tiempo, pero eso se acaba. La reserva no por nada es reserva, eso no dura mucho tiempo.
La fragancia de nardo llena la habitación. El ambiente es de cariño, de sorpresa y de intimidad, pero todo se rompe de inmediato cuando Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice:
«¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselo a los pobres?»
(Jn 12, 5).
MURMURACIÓN
Ay, Judas… son unas palabras que caen como trueno. Matan la alegría, el amor. algunos dirían “mata el flow” y es que Judas calcula exactamente el precio del perfume y deja escapar el comentario, que es murmuración.
«¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselo a los pobres?»
Ya adentrada la murmuración es horrible.
No sé si te acuerdas, pero el Papa en una ocasión, contó un chiste de una mujer que era chismosa, murmuradora, pero era de misa diaria. Es más, era vecina de la parroquia y desde la ventana de su cuarto podía, incluso, ver el altar.
Después de ir a misa todos los días se dedicaba a dar vueltas por el pueblo chismoseando. Hasta que un buen día se enfermó, entonces llamó a la parroquia y le dice al párroco: “¿me podría traer la Comunión? Es que no puedo acercarme a recibirla”.
Entonces le responde: “No se preocupe, con esa lengua que tiene seguro que le llega desde su habitación hasta el altar…”
Bueno, el Papa, este chiste, la verdad es que lo dijo hablando de la murmuración y es que es eso que dice san Juan.
Judas lo dice por murmurar porque no le importaban los pobres, lo que le interesaba era manejar el dinero de la bolsa y robárselo. Judas había descuidado las cosas pequeñas, había descuidado el amor.
VENCER LA VERGÜENZA
Qué pena da Judas, no ha aprendido, no ha querido aprender, no ha aprendido nada durante todos estos años o tal vez lo poco que aprendió, rápido se le olvidó.
Pero nosotros, tú y yo, vamos a quedarnos con la actitud de María. Su amor por Jesús le lleva a vencer la vergüenza, a vencer el qué dirán y sólo le preocupa manifestar el amor que lleva dentro.
Ojalá nosotros sepamos vivir estos días manifestando nuestro amor agradecido a Jesús.
Entre tantos personajes que gritan, que le insultan, que se burlan de Él, que nuestro amor sea consuelo para su corazón, aunque sea con copas pequeñas. Aunque no puedas salir de tu casa, aunque no puedas estar en los oficios de Semana Santa, aunque no puedas hacer lo que normalmente haces.
Las cosas pequeñas… rompe el frasco, manifiéstale cariño, porque nosotros vamos a reafirmar nuestro amor. Y ante la ceguera de Judas y de todos los que en la historia iban a pensar como él, Jesús responde:
«Déjala, lo tenía guardado para el día de mi sepultura»
(Jn 12, 7).
¿Qué significa esto? Pues significa que Jesús también se rompió por amor a nosotros. El frasco es su Cuerpo y el perfume es la gracia de Dios.
El cuerpo de Cristo se rompió en mil pedazos, como aquel recipiente, en la flagelación, en la coronación de espinas, en el camino del Calvario, al ser crucificado, en los clavos que le atravesaron pies y manos, en la lanzada ya al final de su vida.
NADIE TE AMA MÁS QUE ÉL
“Al romperse su Cuerpo manaba su sangre y el mundo se llenaba del perfume que Jesús llevaba dentro de sí, el perfume de la divinidad, el perfume del amor hasta el final, el perfume del perdón, el perfume de morir a uno mismo para que otros tengan vida”.
Nadie ha tenido amor más grande. Nadie te ama más que Él. María fue generosa, pero Dios lo es mucho más.
¿Cuándo cambiarás tu corazón tacaño por una entrega más verdadera, completa? ¿Cuándo, tú y yo, nos vamos a decidir a romper el frasco? ¿Cuándo nos vamos a acercar con ese deseo, que es lo que tenemos dentro en la boca, a decirle a nuestro Señor: gracias por todo Jesús mío?
Encontrar fuerzas para decírselo, aunque sea a base de cosas pequeñas en esta Semana Santa.
Pues, Madre nuestra, ayúdanos a ver a María, la de Betania, a contemplar cómo rompió el frasco y déjanos también contemplar la mirada de tu Hijo que sabe que se anticipa a su sepultura y que le da las gracias con todo el corazón.
Madre nuestra, esa mirada la queremos para nosotros en esta Semana Santa.