Hoy asistimos a una conversación nocturna entre Jesús y un fariseo
“que se llamaba Nicodemo, judío influyente. Éste vino a él de noche y le dijo: —Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como Maestro, pues nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él.
Contestó Jesús y le dijo: —En verdad, en verdad te digo que si uno no nace de lo alto no puede ver el Reino de Dios.
Nicodemo le respondió: —¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?”
(Jn 3, 1-13)
NACER SIENDO VIEJO
Nacer siendo viejo… Ya solo pensarlo rompe todos los esquemas.
Tal vez Nicodemo entendió que Jesús hablaba de un método para rejuvenecer, para quitarse años de encima, para hacer retroceder el tiempo.
Y a ti, Jesús, te entraba la risa. Porque este hombre era sabio y en lugar de pensar en las realidades sobrenaturales, su planteamiento parece estar encerrado en los parámetros terrenales, humanos…
De hecho, más adelante Jesús le dice (yo me lo imagino entre risas):
“¿Tú eres maestro en Israel y lo ignoras?”
(Jn 3, 10)
Pero mira independientemente de Nicodemo, han pasado los siglos y seguimos como Nicodemo… seguimos ignorando tantas cosas. Y nos creemos sabios, cultos, estudiados…
DESDE EL BAUTISMO DIOS ESTÁ CONMIGO
“Durante siglos, los alquimistas han estado buscando un remedio para ser eternamente jóvenes. El papa Benedicto XVI, en la homilía de la Vigilia Pascual de 2010, nos contaba el secreto desenmascarado: «Sí, esta hierba medicinal contra la muerte, este fármaco de inmortalidad se ha encontrado. Es accesible. Esta medicina se nos da en el Bautismo». Muchas veces a los cristianos nos falta fe en el poder de Dios. Creemos que Dios existe y que está ahí, pero nos cuesta mucho creer que Dios está conmigo y que la fuerza de Dios, que es el Espíritu Santo, la energía del resucitado, la vida nueva en Cristo, es posible que se realice en mí. Se nos hace difícil confiar en que la persona que ha renacido en Cristo, que vive con Él y del don que el Espíritu deja en las almas, es una persona capaz de novedad” (Chequeo Espiritual, Jesús Higueras).
Ahí tenemos la acción del Espíritu Santo: fármaco de inmortalidad, vida nueva, persona renacida, capaz de novedad.
Por ahí va la respuesta de Jesús a Nicodemo porque le
“contestó: —En verdad, en verdad te digo que si uno no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, carne es; y lo nacido del Espíritu, espíritu es.
No te sorprendas de que te haya dicho que deben nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere y oyes su voz pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu”.
(Jn 3, 5-21)
SE PUEDE NACER DE NUEVO
Se puede renacer espiritualmente; nacer de nuevo gracias a la acción del Espíritu Santo en el alma.
Con el agua del Bautismo es el Espíritu, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el que entra en el alma y la transforma, la cristifica, la hace Cristo.
Y Cristo -Tú, Señor- siempre eres nuevo. Es más, así se titula un libro de Benedicto XVI: “Dios es siempre nuevo”.
Dios está dentro de tu alma de bautizado y ahí está la fuente de la juventud, la fuente de tu juventud.
EL CRISTIANO TIENE A DIOS MORANDO DENTRO DE SÍ
“San Pablo, cuando habla de los predilectos de Dios, no hace referencia a un Señor que está por ahí en el cielo, entre las estrellas. De hecho, el mismo san Pablo dice:
«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones» (Rm 5,5).
El cristiano tiene a Dios morando dentro de sí mismo: la savia del amor de Dios le fue injertada en el momento de ser bautizado. Que el amor de Dios haya sido derramado en nuestros corazones significa que (…) yo tengo que hacer una peregrinación interior buscando las huellas del paso de Dios en mi historia.
A veces Dios parece estar escondido, y no hay quien le encuentre. Si vas a buscarle en la creación, yo te diría «frío, frío…» (aunque en todo lo creado late la belleza de Dios); si le vas a buscar en las iglesias, te diría «templado, templado…» (salvo en el Sagrario, en donde te quemarías); ahora bien, si vas a buscar a Dios dentro de ti, te diría «caliente, caliente…»: ahí es donde está.
Más aún: el que no es capaz de encontrar a Dios dentro de su ser, jamás será capaz de encontrarlo en ningún otro sitio: ni en la naturaleza, ni en el arte, ni en un templo.
De hecho, la vida del cristiano es la constante búsqueda de Dios.
Cuando busco cualquier cosa que sea verdadera, bella o buena, estoy buscando la fuente de la verdad, la fuente de la belleza y de la bondad, que es Dios. Somos buscadores de un Dios que está, antes que en ninguna otra parte, tatuado en nuestra alma por el Bautismo” (Chequeo Espiritual, Jesús Higueras).
EL ESPÍRITU SANTO ESTÁ EN TU ALMA
Ahí está el Espíritu Santo: en tu alma. Y de aquella agua que fue derramada sobre ti brota la fuente de inmortalidad, de novedad.
Te comparto algo que leí hace algún tiempo.
“Don Esteban, un sacerdote, estuvo 7 años en Taiwán, y allí pudo realizar una labor que se asemeja más a la Iglesia del siglo primero –una Iglesia nueva y naciente–. (…)
Una mujer de la parroquia se había convertido, y cuando pidió el bautismo se alegró al saber que tres de sus hijos también lo harían. El cuarto, no obstante, nada quería saber de Cristo o de la Iglesia. Ella intentó convencerle, pero fue imposible. Ella no hizo caso omiso a las necesidades de su hijo, y no perdía oportunidad para rogarle a Dios por su conversión.
Pasado el tiempo se descubrió que el muchacho tenía cáncer. Al principio, el joven no quería saber nada de la fe, pero poco a poco cedió a las sugerencias de su madre. Se bautizaría.
Rápidamente llamaron a Don Esteban para que fuera al hospital. A las nueve de la mañana del lunes, el sacerdote estaba allí con los óleos y el agua para llevar a cabo el bautismo. Después de un breve diálogo, el muchacho fue bautizado con el nombre de Pablo.
Seguidamente, recibió el sacramento de la confirmación al ser ungido con el santo Crisma. Don Esteban prometió llevarle la comunión al día siguiente, para que así pudiera recibir por primera vez a Jesús.
Durante la ceremonia, el enfermo sostuvo en sus manos un crucifijo que el sacerdote le había dado. Al término de los ritos, don Esteban se lo pidió, pero el nuevo cristiano le suplicó que se lo dejara. “Padre, afirmó, Cristo en la cruz me da mucho consuelo” (…)
Pocos días después, Pablo moría. La enfermera –pagana – había pasado todos los días del hospital junto a su cama. Cuando el sacerdote acudió a hacer las últimas oraciones, ella no perdió la oportunidad para comunicarle, llena de sinceridad y lealtad: «Padre, desde que usted estuvo aquí por primera vez y trajo aquella agua, él no volvió a ser el mismo: ha tenido una alegría y una paz que no sé cómo describir… ¿contagiosas?».
Lo que ella no sabía –y ese día descubrió – es que esa alegría y esa paz, esa agua del bautismo, no era solo para Pablo, sino para todos los hombres de todos los pueblos… también para ella; y también para ti” (Semana Santa-Pascua 2015, con Él, Fulgencio Espa).
EL AGUA DEL BAUTISMO ES FUENTE DE ALEGRÍA Y DE PAZ
Lo que tu y yo sabemos es que aquella agua, esa agua del bautismo es fuente de alegría y de paz, es la fuente de la eterna juventud.
Mira a María, la primera cristiana, y dime si no es bella y agraciada y joven como ninguna…
