Al final de la primera lectura del día de hoy, encontramos un paralelismo con el Evangelio que leemos en la misa de hoy también. Te voy a leer las palabras finales de la primera lectura:
«Aquí está su Dios. Aquí llega el Señor lleno de poder, el que con su brazo lo domina todo. El premio de su victoria lo acompaña y sus trofeos lo anteceden. Como pastor, apacentará su rebaño. Llevará en sus brazos a los corderitos recién nacidos y atenderá solícito a sus madres»
(Is 40, 10-11).
Y en el Evangelio, Tú Jesús nos dices:
«¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿acaso no deja las noventa y nueve en los montes y se va a buscar a la que se le perdió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se le perdieron. De igual modo, el Padre celestial no quiere que se pierda uno solo de estos pequeños»
(Mt 18, 12-14).
Nos hablas en estas lecturas de tu cercanía, de tu preocupación por nosotros, de cómo vienes a ayudarnos, a curarnos, a llevarnos hacia nuestro fin, porque Tú eres nuestro Creador, nuestro Padre, nuestro Redentor. Te damos gracias y te pedimos que nos ayudes a saberte descubrir, porque Tú vienes, no nos abandonas.
Es muy bonita esta imagen:
«…llevará en sus brazos a los corderitos recién nacidos».
GENTE EN LAS CALLES
Al leer estas lecturas, me acordaba de ayer, que iba en el carro, en la ciudad, ya iba a oscurecer, me paré en un semáforo y se acercó una niñita a pedir una limosna. Una niñita, quizá tendría ocho – seis años y traía un perrito, un cachorrito, en sus brazos y lo traía como si fuera un bebé, así como enseñando la panza; era un perrito panzón.
Se acercó a pedirme una limosna, le pregunté cómo se llamaba: Nicole. Y tu perrito ¿cómo se llama? Pues Pánfila. Ah, pues muy bien. Y ya se puso en verde y ya le di una moneda y se persignó al recibir esa ayuda.
Pensaba también, pobre niña. Señor te pedimos por tanta gente que podemos encontrarnos en las calles y que viven una situación difícil.
Esta niña estaba alegre, estaba contenta, estaba como jugando; ojalá y crezca y Tú, Señor, la cuides a ella y a todos los niños que quizá no pueden ir a la escuela y tienen que vivir así, pidiendo ayuda a otros, enfrentándose también con dificultades especiales.
Pensamos también en estas palabras que leímos en la primera lectura:
«Aquí está su Dios, aquí llega el Señor lleno de poder, que con su brazo domina todo».
Y nos dan ganas, Señor, de pedirte que vengas y hagas justicia; que vengas y sacies el hambre de todos los hambrientos, que cures a todos los enfermos.
«El premio de su victoria lo acompaña y sus trofeos lo anteceden».
Estas palabras nos llenan de esperanza y son verdad, son verdad. Tú vendrás y harás justicia; Tú vendrás y nos consolarás aquí en la tierra. Esta tierra es pasajera.
MAS SU PALABRA NO PASARÁ
La primera lectura de hoy son once versículos del profeta Isaías (yo te leí los últimos) y a la mitad de la lectura se nos hace una referencia: aquí este mundo es pasajero y lo que hay que hacer aquí es confiar en Ti Señor, ponernos en tus manos, saber que vendrás y contigo vendrá la salvación.
Dice el profeta, de un modo muy poético:
«Una voz dice: griten. Y yo le respondo, ¿qué debo gritar? Todo hombre es como la hierba y su grandeza es como flor de campo. Se seca la hierba y la flor se marchita…
… pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre»
(Is 40, 6-8).
Este mundo, con toda su belleza, con toda su fuerza, pasará. Lo único que permanecerá es tu palabra. Lo único que permanecerá es esa relación contigo que queremos fomentar con esta oración y también con nuestras acciones, con nuestra vida, poder ayudar a los demás.
Ahora pensamos en esta niña que se acercó a pedir una ayuda. Pensamos también en toda la gente con la que nos encontramos, que podemos ayudar de alguna manera.
¿Cómo podemos ayudar a los demás? En primer lugar, con la oración. La oración es realmente algo poderoso. Señor, te pedimos por Nicole, por todos los niños, por toda la gente con la que nos cruzamos. Si podemos ayudarles materialmente, pues ayudarles, si no, pues al menos con nuestra oración -decíamos- pero también con la amabilidad, con la sonrisa, con interesarnos por ellos; en la medida que podamos, también, dedicarles algo de tiempo.
DICHOSA
Ahora que fue la fiesta de la Inmaculada Concepción y que pudimos prepararnos, quizá en algunos lugares, se celebra esa novena a la Inmaculada y cada día uno va meditando un poco sobre la Virgen.
Leí un libro sobre la novena y este libro, el autor iba deteniéndose en las bienaventuranzas y cómo la Virgen vive esas bienaventuranzas y cómo es feliz; dichosa por eso.
En las bienaventuranzas, como tú sabes, se habla de la pobreza, de padecer por la justicia, de ser misericordiosos. Comentando una de ellas, el autor decía:
“Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.
Los pacíficos…
PERDER LA PAZ
¿Por qué podríamos perder la paz? Podríamos perder la paz porque vemos, Señor, que en este mundo hay injusticias; porque vemos que en este mundo a veces nos cansamos. Ahora que se está acabando el año y que gracias a Dios vienen las vacaciones, pero quizás sentimos ese cansancio.
A veces, podemos sentir un panorama poco esperanzador ante algún problema personal, familiar o laboral. O podemos sentir también, a veces, que no se nos reconoce, porque nos esforzamos, porque trabajamos y porque quizá no recibimos la remuneración que quisiéramos o porque no se respeta nuestra dignidad.
Podemos pensar también en estos niños que están ahí en la calle, que piden limosna y que no se respeta su dignidad. Podemos perder la paz por eso.
“Bienaventurados los pacíficos porque ellos serán llamados hijos de Dios”.
Tú, Señor, nos animas a esperar en Ti, a confiar en Ti y Tú nos dices en estas profecías de Isaías: ahí viene el Señor, ahí viene y trae el premio, trae el precio de su victoria; sus trofeos lo anteceden y Tú nos darás también, Señor, nos consolarás. Queremos realmente confiar en Ti, prepararnos para tu venida. Ahora vienes en la Navidad y nos enseñas a esperar. Tú vienes oculto.
Celebramos cómo te haces Hombre y estás muchos años en vida oculta hasta que en tu vida pública comienzas y nos redimes. Pero también aquí en este tiempo de la Iglesia estás presente, estás oculto y ya vendrás al final de la historia, al final de los tiempos, nos consolarás totalmente y nos abrirás esas puertas del Paraíso.
Acudimos a nuestra Madre la Virgen para que nos ayude a ser pacientes, a hacer fuerza y a tener una confianza muy grande en que su Hijo vendrá.
Deja una respuesta