Icono del sitio Hablar con Jesús

¡PARA TI, SEÑOR!

Gloria de Dios

Hoy 20 de agosto celebramos a san Bernardo, abad y doctor de la Iglesia.  Nació en el año 1090 en Francia, fue un hombre de profunda vida interior, destacado en el amor a María santísima.

Abrió todo un camino de piedad mariana en la Iglesia (el cual también nosotros nos beneficiamos).

Se le atribuye la oración “Orare” -el Acordaos.  Tan preciosa oración en la que nos dirigimos a nuestra Madre para que nos guarde, nos ayude y que interceda especialmente por quien lo necesita más.

Aprovechemos las oraciones vocales para hacer oración mental.  Tomar esos textos y llevarlos al diálogo, ya sea con Dios nuestro Señor o Jesús o María.

El Evangelio de hoy está tomado de san Mateo, capítulo 23:

“En aquel tiempo Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos diciendo: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos.  Haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen”.

Y a continuación, el Señor (como siempre práctico)

“Echan fardos pesados sobre los demás y ellos no están dispuestos a moverlo ni con un dedo”

(Mt 23, 1-4).

Jesús está una vez más hablando con la verdad, asume el riesgo de lo que eso significa con absoluta y completa libertad filial.  Y, en este caso, advierte el peligro del doble estándar, el peligro de la incoherencia tan propia de algunos (al menos de estos escribas y fariseos) que hacen, pero no cumplen; no viven lo que dicen.

En el fondo, es hacer el bien de una manera vanidosa buscando la propia gloria y eso es un peligro real, un peligro que también nos acecha a nosotros porque, en general, tratamos con la gracia de Dios hacer el bien, pero es fácil descuidar algo tan sencillo y profundo a la vez, que es la rectitud del obrar.

PARA DAR GLORIA A DIOS

Con razón los santos han insistido tanto en esta dimensión profunda de la vida cristiana que es la rectitud de intención.  Haces el bien y pensamos en una madre de familia que se preocupa de sus hijos, de cada uno, de su marido, saca adelante las tareas del hogar.

Pensamos en un padre de familia, su trabajo profesional, como el de su mujer en la casa y si también ella tiene un trabajo externo maravillosamente bien.

Sea lo que sea, ese realizar cosas buenas no es suficiente para Dios, hace falta meterle caridad; infundirle caridad a nuestra acción: obrar el bien para la gloria de Dios.

Rectificar la intención no es como poner una etiqueta a un producto por fuera y ya está, sino que es más bien lo que buscamos, lo que realmente nos interesa.  Lo que realmente te interesa es dar gloria a Dios, alabar al Señor, alegrar el corazón de Dios.

Esto es, a su vez, una gracia divina.  Hay que pedir: “Señor, purifícame el corazón, dame un corazón puro, crea en mí un corazón puro para que esto que hago, hecho por amor a Ti, buscando agradarte”.

Podemos imaginar que en el fondo del alma hay un pequeño altar y en ese altar primario o fundamental, dos platillos con incienso; en uno está el platillo del yo y en el otro está el platillo de la gloria de Dios, Dios mismo, Cristo nuestro Señor.

Entonces la rectitud de intención podemos considerarla así: ¿dónde pongo el incienso que quemo en el altar del fondo de mi alma, en el propio yo o lo que realizo lo hago con esta intención: honrar a Dios?

Y ¿cómo podemos saber esto? En principio no es tan fácil de descubrir o discernir sobre todo frente a los fracasos de las cosas que nos cuestan: cambios de planes, las contrariedades… ahí, de alguna manera, encontramos un termómetro de la rectitud de intención.

DAMOS MÁS GLORIA A DIOS LLEVANDO BIEN NUESTROS FRACASOS

Si buscamos la gloria de Dios de verdad, con un corazón puro, es una aspiración preciosa que nos ocupará toda la vida, entonces salen las cosas como esperábamos y alcanzamos los frutos de nuestro trabajo, etc. bendito sea el Señor.

Y si no salen las cosas como esperábamos y con algunas dificultades que hacen que se frustren esos proyectos, bendito sea el Señor.

A veces, incluso, hay que decir: damos más gloria a Dios llevando bien nuestros fracasos que en la alegría de nuestros triunfos.

Ante la contrariedad de las cosas que nos cuestan (y todos tenemos experiencia diaria), en pequeñas cosas quizá, pero ahí se demuestra la rectitud de intención. Hacia dónde dirijo mis obras, cuál es el último destinatario de mis trabajos.

Para la gloria de Dios todo sirve, así como san Pablo enseña:

“Todo es para bien, para los que aman a Dios”

(Rom 8, 28).

Todo es rectificable a la gloria de Dios para quienes tienen un corazón puro.

Y si pensamos nuevamente en la vida de los santos, fueron hombres y mujeres que tuvieron que hacer continuos ejercicios de rectitud, porque hicieron muchas cosas buenas y porque Dios se sirvió constantemente de ellos, como instrumentos de su acción.

¿Por qué hicieron tanto bien? Porque en el fondo desaparecieron, aprendieron a ocultarse y desaparecer para que solo Dios se luciera.

Entonces, la fibra óptica que deja pasar con una docilidad maravillosa la energía (casi nada se pierde), cuando falta rectitud de intención, es un cristal que se ha ensuciado por la vanidad, por el egoísmo, por la búsqueda del propio yo y entonces se hace opaco a la luz o deja pasar menos luz.

HACER EL BIEN CADA DÍA EN LAS COSAS ORDINARIAS

Por eso, el Señor nos invita a hacer el bien cada día en las cosas ordinarias, pero con un corazón puro.

Dice san Josemaría:

“Rectitud de corazón y buena voluntad: con estos dos elementos y la mirada puesta en cumplir lo que Dios quiere, verás hechos realidad tus ensueños de Amor y saciadas tus hambres de almas”

(Camino, punto 490).

-Evidentemente que como casi todo en Camino es autobiográfico, esto es una manifestación más de la propia lucha del entonces sacerdote joven-.

Rectitud de intención y buena voluntad, con esto, a trabajar; la mirada puesta en cumplir la voluntad de Dios y así, los sueños se harán realidad; el hambre de apostolado de almas se verá saciado.

Pongamos en práctica este consejo con la ayuda del Señor: “Señor, para Ti, para tu gloria”.

Recordaban de esa anécdota de Antonio Bienvenida, torero español muy famoso (hay una estatua en las afueras de la plaza de toros en Madrid).

Cuando el público lo vacilaba tras haber hecho una corrida muy exitosa, levantaba las manos saludando al público, pero por dentro de su corazón decía:

“Señor, para Ti y para tu gloria”.

Todos esos aplausos los dirigía hacia el Cielo.

Pidámosle a la Virgen santísima que nos ayude a vivir así y tendremos mucha más paz en nuestro corazón. No se inquietará a los corazones ante las cosas que nos contrarían y perderemos el miedo al fracaso.

La libertad de los hijos de Dios que lo que buscan es amar a su Padre en unión con Cristo y con la fuerza del Espíritu Santo.

Salir de la versión móvil