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Mi padre
Hoy Señor, dedicaré este rato de oración para agradecerte uno de los dones más ocultos que me has concedido y que yo he dado siempre por descontado: mi propio padre.
Recuerdo que, de niño, un día se acercó a mi cama y me leyó la historia de un santo. Acabada la lectura, rezamos un Padre Nuestro.
Mientras él dirigía esta oración, vi cómo sus palabras cristalizaron ante mis ojos el mundo invisible en el que Tú vivías. En su rostro y en su mirada pude verte Padre Celestial.
Pasados los años, leía a san Pablo que decía:
“De Dios procede toda paternidad en los Cielos y en la tierra”
(Ef 3, 15).
Sentimientos de papá
Entonces lo entendí con luces nuevas. Aquella mirada de papá dirigida hacia mí, pletórica de amor, era la tuya. Pensé sorprendido: papá, ¿no te das cuenta de que tus sentimientos proceden de Dios?
¡Esto es colosal!
El hombre en el que me convertiría
Con este descubrimiento entendí muchas cosas: ¿por qué cuando era muy pequeño él se agachaba a mi altura por muy pocos instantes y me elevaba consigo? No como mamá que permanecía ahí conmigo.
Mamá me miraba como al niño que era; mi papá, como al hombre que llegaría a ser. Él me tomaba entre sus brazos y me elevaba para bajar manzanas del árbol o tocar el techo extasiado de gozo. Eras Tú Señor que querías que tocara el Cielo.
Comprendí también por qué papá me hablaba de una manera que me parecía complicado. Era porque se proponía hacerme un adulto con él.
Un lenguaje espiritual
Así también Tú, Señor me hablabas un lenguaje espiritual con el fin de que entendiera realidades superiores y llegara a la madurez del varón perfecto que es tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor.
Pensé de nuevo en aquella mirada de papá. Su amor de padre era intenso, complemento del amor de mamá. Su amor de padre le llevaba a desprenderme del cálido refugio del seno de mi madre para echarme a la aventura y enfrentar al mundo con él.
La cercanía del Señor
Ahí estabas Tú, Señor también delante, a mi lado o detrás de mí. A veces cerca, a veces fuera de mi alcance para que asumiera las dosis de riesgo necesarias para crecer.
¡Vamos, vamos que tú puedes! Eran sus palabras de ánimo. Repasé más recuerdos. Con papá aprendí a dar mis primeros pasos, vacilantes al inicio, esperando que sus manos fuertes me sostuvieran y me soltaran.
Aprender con papá
Luego vino la bicicleta, el timón se me iba a cualquier sitio, él siempre a mi lado, luego detrás con sus instrucciones que jamás entendía y luego me soltaba, pero, convencido de que iba cerca, me aventuré, pedaleé y ¡vamos! Así aprendí.
No te imaginas cómo saltaba mi corazón de alegría cuando escuchaba a papá gritar: ¡hurra!
Volver una y otra vez
Papá nunca supo cuánto necesitaba que me aprobara, me afirmara y me diera alas para volar y, a la vez, me enseñara que mis caídas o fracasos también eran oportunidades para emprender mis propios vuelos.
Así también Tú que quieres que vuelva una y otra vez contrito, arrepentido de mis yerros y caídas.
Muchas veces también necesité de la ayuda de papá para no victimizarme, para enfrentar la realidad, superar obstáculos y no exonerarme de mis culpas, aun cuando al inicio me sentía herido por no contar con su apoyo, porque debía reconocer que estaba en el error y pedir perdón.
Mi papá a imagen de Dios
Gracias por haberme dado a papá como primera imagen tuya, que me llevaba a la conversión, sobre todo cuando vinieron mis épocas de rebeldías, cuando estrenaba mis energías físicas y morales y quise ser autónomo.
Sentía dentro de mí el ímpetu maravilloso que la naturaleza me regalaba para abrirme paso hacia un futuro aún inexistente. Entonces viniste Tú escondido en papá, conduciendo y moderando mis fuerzas aún en estado bruto.
¡Hasta aquí! ¡más allá! ¡no! Eran sus palabras y cuando me excedían eran noes rotundos.
Gracias Señor
Gracias Señor, porque papá resistió mis caras largas y mis llantos y no se dejó manipular a mi antojo. Gracias, porque no satisfizo mis caprichos.
Gracias, porque no cayó en la trampa de concederme cuanto se me antojara, porque ¿qué hubiera sido de mí? Las cosas materiales hubieran cegado las fuentes de mi espíritu y hoy no te podría llamar Padre mío que estás en el Cielo.
Mi protector
Por el contrario, papá no pocas veces infló mi ego, me puso en mi lugar y me hizo saber que no era omnipotente, porque con esa creencia absurda no habría podido conocerte, compartir el mundo con los demás, ni haberme despojado de mis egoísmos.
Gracias Señor, porque pusiste a papá como guardián de tus límites para no desbocarme, para proteger mi futuro y protegerme a mí mismo y a otros de mí.
Mi ejemplo en la fe
Gracias, porque colocaste a papá como imagen tuya que me cuidaba y protegía y cuando le vi sufrir porque las cosas no le iban bien en el trabajo, mantuvo la esperanza y el buen humor.
Recé con él para que nos concedieras el pan de cada día y perseveramos en familia con fe y esperanza, aun cuando tardabas en responder.
Nadie como Tú
Sin embargo, repasando mi relación con él, me doy cuenta también que la tarea de imitarte le excedía y que no podía exigirle lo que solo Tú, Dios mío, eres capaz, pues nadie como Tú Dios Padre puede ser llamado padre en el sentido más pleno y perfecto.
Tú eres el Padre bueno que jamás abandona, siempre sostienes y ayudas y nos salvas con una fidelidad que sobrepasa infinitamente la paternidad humana.
Nos has entregado a tu Hijo para que seamos hijos tuyos y nos ofreces el Espíritu Santo para que podamos llamarte Abba Padre.
¡Gracias Dios Padre, por haberme regalado un papá como el mío!