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¡GRACIAS!

AGRADECIMIENTO

Cada vez que comenzamos un rato de oración, pedimos ayuda al Señor, luz del Espíritu Santo para poder entender un poco más la Palabra Divina de Jesús. 

Es un misterio insondable de sabiduría, es el camino auténtico de la felicidad humana; pero somos frágiles en nuestra voluntad, y un poco torpes en nuestra inteligencia para adentrarnos en el misterio del Señor. 

Por eso es tan importante pedir:

“Señor, ayúdame a entenderte mejor. Ayúdame a adentrarme en tu Corazón Sacratísimo y así captar más profundamente tu verdad y la grandeza de tu amor por todos y cada uno de nosotros, pobres seres humanos tan amados por Dios y que tan difícilmente sabemos agradecer ese don”. 

El Evangelio de hoy está tomado de san Lucas en el capítulo VII:

«En aquel tiempo dijo el Señor: —¿A quién compararé con los hombres de esta generación? ¿A quien son semejantes? ¿Se asemejan a unos niños sentados en la plaza que gritan a otros aquello de hemos tocado la flauta y no veis bailado? ¿Hemos entonado lamentaciones y no habéis llorado? 

Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís tiene un demonio. Vino el hijo, el Hijo del hombre que come y bebe, y decís —Mirad qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores». 

GRACIAS

Hasta aquí el Evangelio de hoy que nos permite hacernos una pregunta de examen: —Señor, ¿no me pareceré yo a esta generación que tú comparas con un grupo de niños, que a pesar de escuchar la flauta, la música alegre, no han sabido bailar… o a pesar de escuchar lamentaciones, no han sabido llorar? 

En el fondo, Jesús está aquí, invitándonos a descubrir ese espíritu ingrato que se nos podría meter. Es una especie de demonio, existe así como existe el “demonio mudo” que nos puede llevar a callar lo que hay que hablar; ya sea por respetos humanos, o por vergüenza; guardarse algo que conviene comunicar, para así dejarse ayudar. 

Y es así como existe el ‘espíritu mudo’, también existe el espíritu ingrato, que me parece que es todavía peor. Somos cristianos, eres cristiano o cristiana, y son tantos los dones que has recibido del Señor. Muchos más de lo que somos capaces de reconocer. 

Es imposible, pienso yo, darse cuenta de todos y cada uno de los dones que Dios nos ha comunicado, porque toda nuestra vida es un don de Dios. 

La misma vida, respirar, la salud y no digamos los dones maravillosos de una familia. El amor de unos padres, el amor de los hijos y hermanos. Dentro de todas esas realidades que siempre habrá imperfección, como es lógico, somos personas imperfectas, familias imperfectas, y sin embargo, tanto que agradecer. 

GRATITUD A DIOS

La gratitud es un don fundamental o una virtud básica que manifiesta de una manera muy clara la necesidad de ser humildes: ¿Quién soy yo para recibir? El ingrato piensa que merece y por eso no agradece. 

En cambio, el humilde dice:  ¿Quién soy yo para que me des tanto, Señor? ¿Qué he hecho yo en mi vida para que me trates con tanto amor? 

Un amor de predilección, un amor que se vuelca de una manera tan misteriosa sobre cada uno de nosotros. Mientras más agradecido, mientras más agradecida seas, más vas a recibir. Es una manera maravillosa de vivir la vida en una clave de gratitud. 

Fíjense que en la misa, en todos los prefacios, sea cual sea, de difuntos o de santos, o una misa de Santa María, todos dicen:

“Es justo y necesario siempre y en todo darte gracias, Señor. Es justo y necesario. Es nuestra salvación dar gracias a Dios”. 

San Agustín dice:

«Qué cosa mejor podemos traer al corazón, pronunciar con la cabeza y escribir con la pluma estas palabras: ‘Gracias a Dios’. No hay cosa que se puede decir con mayor brevedad, ni oír con mayor alegría, ni sentirse con mayor elevación, ni hacer con mayor utilidad».

GRACIAS SEÑOR

 Palabras de este santo que nos ayudan a darnos cuenta que muchas veces el Señor espera un movimiento interior tan breve como esto.

“Gracias Señor”.

Son solo dos palabras, “Gracias Señor”, también por las cosas que me cuestan, también por lo que me hace sufrir. Y esa es una gratitud todavía más profunda, más sabia, más auténtica que quien agradece solo lo que le complace. 

Cuando tú sabes agradecer la enfermedad, las limitaciones económicas, las dificultades de la vida, cuando sabes agradecer incluso las penas que te pueden venir en razón de quienes más quieres, tu propia familia, porque te das cuenta que allí hay un don de Dios, ¡es un tesoro!

Esos momentos duros de prueba son un tesoro para crecer en confianza en Dios y poner en juego la fe. 

Creo en Ti, Señor. Me fío de Ti, de la esperanza, porque ésta vida pasa y estamos apuntando cada día hacia la eternidad y el amor. Un amor que se reseña de una manera auténtica, precisamente en las pruebas, en el dolor. 

También que no solamente agradezcamos las cosas que nos resultan gratas, que sepamos ser libres y asumir por amor también las ingratas y por lo mismo, tener esta sabiduría de dar gracias a Dios porque todo es bueno, porque todo es conducirle al bien, porque todas las circunstancias de nuestra vida pueden ser ocasión de amar a Dios, de corresponder al amor de Cristo por nosotros. 

CORAZÓN AGRADECIDO

El corazón más agradecido que ha pisado esta Tierra es el de María Santísima, lógicamente después del de Cristo. Pero ella es toda gratitud a Dios también cuando el Señor la hizo pasar por pruebas tan difíciles como estos tres días en que el niño se perdió y ella angustiada con José, lo buscaron sufriendo todo, pensando que le había pasado cualquier cosa. 

Sin embargo, conservaba todas estas cosas en su corazón y en el fondo, lo que podría haber sido un motivo de queja o un motivo de rebeldía en el corazón de María, se transforma en un don frente al cual ella sabe agradecer. 

Pidámosle entonces a nuestra Madre. que seamos buenos hijos de Dios, porque sabemos reconocer siempre y en todo momento el amor de nuestro Padre Celestial.

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