«En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “—Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a Mí antes que a ustedes. Si fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya; pero el mundo los odia porque no son del mundo, pues al elegirlos, Yo los he separado del mundo. Acuérdense de lo que les dije: El siervo no es superior a su señor. Si a Mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán y el caso que han hecho a mis palabras, lo harán de las de ustedes. Todo esto se lo van a hacer por mi causa, pues no conocen a aquel que me envió».
Señor escucharte decir estas palabras es fuerte. Porque estar cerca de Ti da paz. Pero escuchar estas cosas como que turba un poco el alma. Tú traes paz, eres Dios de paz y de alegría…
Nos da bastante consuelo escucharte hablar con tanta claridad, porque no eres el dios de las falsas promesas, tramposo, un dios mentiroso o un mago que te encandila haciendo creer que es verdadero lo que es puro engaño o un simple truco…
No nos dice que si te seguimos todo va a ser fácil, suave, cómodo… No nos prometes eso, tampoco nos estás prometiendo un paseo triunfal, unos reconocimientos, ni fama, ni followers a mansalva… ¡No, nos prometes eso! Nos dejas ver “que el mundo le va a declarar la guerra, a Ti y a tus discípulos, porque es la hora del príncipe de este mundo” …
LA PAZ ES LA CONSECUENCIA DE LA GUERRA
No nos engañemos, también Jesús nos ofrece un gozo (una alegría) verdadero, pero no como lo da el mundo. La paz, la verdadera paz, es consecuencia de la guerra, de la victoria…
Así lo decía san Josemaría y lo dejó reflejado en la Iglesia prelaticia, Santa María de la Paz, la iglesia central del Opus Dei, donde en el fondo hay una vitrina con una serie de sables, pero de desfile; o sea, que nunca se han usado. Están allí para recordarnos esto…
“La paz es la consecuencia de la guerra, de la victoria”.
Especialmente contra todo lo que nos aparta de Dios, que muchas veces es lo que encontramos dentro de nosotros mismos.
“Jesús: ¿eres el Príncipe de la paz, pero nos ofreces guerra?” Y no deja de ser curioso. Pienso que Jesús mismo nos podría contestar: “Es que no te ofrezco la paz como la da el mundo. A Mí mismo me dieron guerra…” ¡Y tiene razón! Pensemos, tú y yo, cuando empieza su vida, Herodes buscó matar al Niño y para asegurarse mató a todos los niños menores de dos años en Belén…
Cuando empieza su vida pública hay todo tipo de situaciones duras, momentos tensos: las críticas y los insultos, calumnias (que eran auténticas blasfemias… Dicen que lo que hace, lo hace por la fuerza del demonio, de belcebú), intentaron apedrearlo, en otras ocasiones intentan despeñarlo, los fariseos se reúnen y le dan vueltas y vueltas a su plan de cómo matarlo…
Y las cosas terminaran en sangre y muerte… Guerra. Triste guerra…
JESÚS DA PAZ
Pero Jesús tiene paz y da paz. Y después de todo esto viene la Resurrección. Se aparece a los apóstoles y a sus discípulos (y a ti y a mí) y nos dice:
«Shalom, la paz esté con ustedes»
¡Qué tranquilidad para los apóstoles y también para nosotros! Pero, cuesta entender… Porque, es cierto, viene la Ascensión, viene Pentecostés, comienza la Iglesia a dar sus primeros pasos y ¿qué nos encontramos? Guerra…
“Según la tradición, todos los apóstoles sufrieron el martirio, el primero fue Santiago el mayor, que fue decapitado en Jerusalén. San Pedro y san Pablo sufrieron martirio en Roma, junto a otros muchos cristianos en la persecución de ese emperador que estaba loco, de Nerón; algunos sirvieron de antorcha para iluminar las calles… San Pablo, además, había padecido muchas cosas, en alguna ocasión él saca la lista…:
«Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno, tres veces fui azotado con varas, una vez fui lapidado, tres veces naufragué, un día y una noche pasé náufrago en alta mar. En mis frecuentes viajes sufrí peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles, peligros en ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; trabajos y fatigas, frecuentes vigilias, con hambre y sed, en frecuentes ayunos, con frío y desnudez. Y además de otras cosas, mi responsabilidad diaria…»
(2Cor 11, 24-28).
MORÍAN CON PAZ
San Pablo tiene razón para decir todas estas cosas y así muchos de los primeros cristianos. Así, muchos de los primeros cristianos: Esteban, Lino, Cleto, Clemente, Lorenzo, Águeda, Lucía, Inés… y los que recordamos en la misa, sobre todo cuando se reza esa plegaria Eucarística más antigua (la primera), el Canon Romano. Personas de todas las condiciones y estados, de naciones y razas distintas, oficios y profesiones, hombres y mujeres, sacerdotes y laicos, padres de familia y sus hijos y ahí entraron también senadores, militares, artesanos, esclavos.
Todos, ¡mucha guerra! Y, para asombro de muchos, morían con paz; a veces hasta cantando. La gente no se lo podía creer; es más, al verlos, surgieron muchos cristianos, porque decían: esto no es de este mundo…
Es más, tanto le gustaba a la gente, que en las misas de los primeros siglos se leían los relatos de los mártires de los primeros siglos. Dicen que les gustaba mucho el relato de Felicitas y Perpetua… que en algún momento, se tuvo que decir que ya no se leyera más en la misa, pues no era parte de las Sagradas Escrituras, pero a la gente le gustaba escucharlo.
SEMILLA DE CRISTIANOS
Un autor de la antigüedad acuñó aquella frase…
“la sangre de los mártires era semilla de cristianos” …
(cfr. Tertuliano)
Porque era cierto, estos hombres luchaban y se esforzaban por hacer lo que Dios les pedía, aunque en eso se les fuera la vida. Además, entregaban la vida con mucha paz y vivían con el corazón lleno.
La Iglesia ha seguido un poco de persecución. Se dice que en el siglo XX ha sido el de más mártires de la historia. Antes se sabía de dónde venían los golpes y hoy, a veces, ni eso se sabe, uno escucha críticas y tal.
Está bien todo este recuento, pero yo Jesús te pido que me ayudes a mí a dejarme de cosas, porque mi guerra principal es contra mí mismo… (y que todos sepamos reconocer esto. Hasta Napoleón Bonaparte decía que lo más difícil de conquistar es a uno mismo…]
ES CUESTIÓN DE LUCHAR
Bueno pues… vale la pena preguntarse: ¿qué persecución sufrimos nosotros? ¿Cuáles son nuestros miedos? ¿Qué cosas de mi fe evito en las conversaciones, cuando hablo con mis amigos o conocidos…? Ahí está parte de la guerra…
Pero otra buena parte, la parte más grande, la llevamos dentro. Para tener paz, hay que decidirse a luchar esta batalla, ganar esa guerra… la parte más grande la llevamos dentro, la que cada uno de nosotros libra en su interior.
No es cuestión de estar tensos, no es cuestión de vivir preocupados, es cuestión de luchar. Y, como consecuencia de la lucha, viene la paz.
Pues Jesús es el principio de la paz, pero no me prometes un paseo entre algodones, eso lo tenemos todos bien experimentado. Pero también tenemos experimentado que cuando luchamos por estar cerca de Ti, el corazón se nos llena de paz y de alegría. Nos aferramos a eso y hacemos el propósito de dejarnos de cosas.
La verdad es que no la tenemos tan difícil, ni como Tú, ni como los apóstoles, ni como los cristianos en la historia. Pero por eso, esa pequeña guerra, la guerra contra nosotros, esa pequeña gran guerra nos decidimos a liberarla y para eso también nos agarramos de la mano de tu Madre, que ella nos facilita todo.
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