Hace unos días los apóstoles estaban tristes porque el Señor había muerto. Juan le vio crucificado. Vio cómo murió, cómo entregó el Espíritu, cómo lo bajaron de la cruz y fue sepultado. Y por eso, al final de ese relato de la Pasión, decía que él es testigo de esas cosas, para que nosotros pudiéramos creer.
¡HA RESUCITADO!
Y esos días, sobre todo ese viernes por la noche, todo el sábado, estaban desconcertados. Estaban descorazonados. Y de pronto, el domingo, el primer día de la semana, llega María Magdalena hecha una loca, -diríamos-, porque llega gritando: ¡Ha resucitado!
Porque esta mujer que ama con locura al Señor ha ido, junto con otras mujeres a embalsamar el cuerpo del Señor, a terminar de embalsamar. Porque todo fue tan rápido: ya caía la noche del viernes, y por tanto empezaba ese descanso que tenían que conservar el sábado desde las vísperas; no podían hacer mucho. Así que simplemente lo pusieron en el sepulcro. Cerraron el sepulcro con una piedra y se fueron.
Por lo tanto, ellas, esas tres mujeres, van a terminar, “a tener ese detalle tan piadoso”. Cuando el Señor ya no les puede dar nada: no les va a hacer milagros, no les va a decir una parábola. Ya no. Porque aparentemente, humanamente está muerto. Y, sin embargo, cuando van al sepulcro, cuando todavía todo estaba oscuro, ven que la loza está quitada, la han movido. Se quedarían sorprendidas.
EL AMOR PUEDE MÁS
Pero incluso podemos ir un poquito antes. Porque ellas van cuando aún está oscuro. Y poco a poco empieza a salir el sol por las murallas. Entonces esas mujeres caminan hacia el Calvario, porque allí cerca estaba la tumba. Las calles estaban vacías. Ellas son las primeras. Y, sin embargo, no piensan en las dificultades que van a encontrar en su camino. En primer lugar, la piedra que ellas vieron poner para sellar la tumba. Ni piensan en esos soldados romanos que han puesto allí, y que a lo mejor las podrían tratar mal. Ellos tenían órdenes de custodiar ese sepulcro y que no pasara nadie. Pero a ellas no les importa. ¿Por qué? Porque ellas aman más el Señor.
Y esto es lo que está en el centro de esta gran fiesta que celebramos los cristianos, que celebra la Iglesia, que celebramos tú y yo. Señor, celebramos que el amor ha podido más. Que Dios puede más que lo que para nosotros -los humanos- es un imposible, y es la muerte.
JESÚS SUPERÓ LA MUERTE
En estos días, en estos meses, y a lo largo de este año que llevamos de pandemia, hemos experimentado la muerte de seres queridos, de amigos, de personas cercanas, quizás vecinos, profesores o colegas. Tantas personas. Y nos damos cuenta de que la muerte es terrible.
Aunque, ya de por sí los cristianos también vemos que la muerte no es el final, sino es el comienzo de una nueva vida. Sin embargo, tenemos un corazón, y nos duele ver a alguien morir.
No sabemos cómo fue la resurrección del Señor, no sé si incluso tuviésemos una máquina del tiempo, y pudiéramos estar allí en la tumba temprano en la mañana (porque tampoco sabemos a qué hora exacta resucitó el Señor), no sabemos qué veríamos.
Es un gran milagro. Dios muere en la cruz y resucita. Cumple como dice, ese sacrificio que la Antigua Alianza no podía pagar. Todos esos sacrificios que hacían en el templo Jerusalén eran insuficientes. Solamente un hombre: Dios, podía pagar por mis pecados, por tus pecados.
VIVIR SIEMPRE ALEGRES
Y por eso a partir de este día, ya desde la noche, desde la Vigilia Pascual, se dice: ¡Aleluya! (Una y otra vez) ¡Jesucristo ha resucitado, Aleluya! Al final de la misa nos despiden así: Se pueden ir en paz, ¡Aleluya, aleluya! Es un grito de júbilo. Por eso debemos vivir siempre alegres.
San Pablo nos lo dice, que nos alegremos. Y nos lo dice otra vez: ¡Alégrense, porque Cristo ha vencido! Y pidámosle al Señor: “Te lo pedimos ahora, Jesús, tener ese amor como el de esas mujeres”. Porque, así como tu amor, Señor, te llevó a sufrir todos esos azotes, todos esos insultos. Y por supuesto, ese dolor de la cruz, y esa muerte en la cruz por amor. Así también estas mujeres saben vencer las dificultades por el amor te tienen. Y no fueron defraudadas, porque sin pensarlo, se encontraron con Jesús resucitado. En concreto, María Magdalena tendrá este encuentro con Jesús.
Nos dice san Juan, que ella se echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo a quien Jesús amaba. O sea, el mismo Juan.
Y les dijo:
“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”
(Jn 20, 1-9).
Sucede en un momento, simplemente ven que el sepulcro está vacío.
Y entonces Pedro y Juan salen corriendo. Llega primero Juan. Pero él espera primero que Pedro llegue y entre. Porque Pedro, a pesar de todo, es la roca. Y entonces nos dice Juan que se asomó un poquito. Le ganó la curiosidad.
Y dice que vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza. No con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró, vio y creyó.
“Señor, te pedimos esa fe. Esa fe en ti. Que a pesar de todas las dificultades por las que estemos pasando, la humanidad, nuestro mundo y luego esas dificultades personales, pues vamos a superarlas Contigo”.
NOLI ME TANGERE
Pero sucede que a continuación María Magdalena se queda sola. Se queda allí desconsolada en el sepulcro, porque se han llevado a su Señor. Para ella lo más importante es que se han llevado a su Señor, el cuerpo de Cristo.
Y entonces, cuando está allí llorando, se acerca Jesús, el mismo Señor. Pero por su cuerpo glorioso (por algún motivo que desconocemos, no es fácil de identificar con los ojos humanos).
“Y entonces le dice: ¿Por qué lloras, mujer? ¿Por qué lloras? Y María Magdalena pensando que era el que cuidaba el huerto, le dice: -Porque se han llevado el cuerpo de mi Señor, dígame dónde lo han puesto para que yo vaya a buscarlo. Y entonces Jesús le dice: -¡María! Le llamó por su nombre. Y ahí es donde justamente María reconoce que es Jesús, y lo agarra. Y Jesús le dice: -No me retengas, porque todavía no he ido a reunirme con mi Padre (…)”
(Jn 20, 11-18).
Hay muchas, muchas obras de arte que han representado que lo agarra de los pies, y se le llama: “Noli me tangere”. No me agarres todavía, no me retengas.
ESTAR CONTIGO SEÑOR
Pues que tú y yo, en esta fiesta de la resurrección, queremos estar muy unidos a Cristo, Cristo que ha vencido. Sabiendo que para eso tenemos que pasar por la cruz. Pero que eso nos lleve también a estar muy alegres, que cada día, cuando terminemos la jornada, terminaremos cansados, pero alegres porque hemos hecho lo que teníamos que hacer.
Y sobretodo porque lo hemos hecho por amor y con amor. Con ese “Amor” con mayúscula. Y qué felices seremos si no le tenemos miedo a nada: no tendremos miedo a las dificultades ni a la muerte.
Lo único que a lo que debemos temer es al pecado. Pero Cristo ha vencido al pecado. Y si estamos con Cristo, vamos a vencer el pecado, porque Él está dispuesto a perdonarnos.