Hoy nos ponemos “románticos” porque nos acercamos a Ti, Jesús, y te pedimos que nos hables de amor.
Se me ocurre pedirte esto porque te estaba escuchando mientras decías:
llega la hora en que ya no hablaré con comparaciones, sino que claramente les anunciaré las cosas acerca del Padre. Ese día pedirán en mi nombre, y no les digo que yo rogaré al Padre por ustedes, ya que el Padre mismo los ama, porque ustedes me han amado y han creído que yo salí de Dios”.
(Jn 16, 23-32)
VERDAD PRIMERA
me golpearon especialmente esas palabras: el Padre mismo los ama… No es cualquier cosa esto…: ¡el Padre me ama! ¡Dios me ama!
Casi parece mentira porque la verdad es que ¿quién soy yo, Dios mío, para que me quieras? ¿Quién soy yo para que me ames…?
Como dice el salmista:
“Señor, ¿qué es el hombre para que de él te cuides, el hijo del hombre para que en él pienses?”
(Salmo 144,3)
Pero ya no solo el hombre en general, sino yo… ¿Quién soy yo para que pienses en mí, para que me ames…?
O como escribe el poeta: ¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta, cubierto de rocío, pasas las noches del invierno oscuras? (Lope de Vega)
EL AMOR DE DIOS ES TAN SOBRECOGEDOR
El amor de Dios es algo tan grande, tan sobrecogedor, que parece mentira, parece imposible. Pero te escucho Jesús diciendo:
el Padre mismo los ama…
Parece mentira, pero es una verdad muy profunda. Profunda y conmovedora. Por poco que la pensemos atrapa el corazón.
Y no es una verdad cualquiera sino, como nos escribía el Papa Francisco hace pocos años: es la primera verdad.
Te leo sus palabras para alimentar nuestra oración, este rato de diálogo con Jesús. Dice:
“Ante todo quiero decirle a cada uno la primera verdad: “Dios te ama”. Si ya lo escuchaste no importa, te lo quiero recordar: Dios te ama. Nunca lo dudes, más allá de lo que te suceda en la vida. En cualquier circunstancia, eres infinitamente amado. (…)
Para Él realmente eres valioso, no eres insignificante, le importas, porque eres obra de sus manos. Por eso te presta atención y te recuerda con cariño. (…) No quiere llevar la cuenta de tus errores y, en todo caso, te ayudará a aprender algo también de tus caídas. Porque te ama. Intenta quedarte un momento en silencio dejándote amar por Él. Intenta acallar todas las voces y gritos interiores y quédate un instante en sus brazos de amor. (…) [Vamos a hacerle caso y dejo unos segundos de silencio.] [Y continuaba el Papa:]
Cuando te pide algo o cuando sencillamente permite esos desafíos que te presenta la vida, espera que le des un espacio para poder sacarte adelante, para promoverte, para madurarte. No le molesta que le expreses tus cuestionamientos, lo que le preocupa es que no le hables, que no te abras con sinceridad al diálogo con Él” (Christus vivit).
¿¡CÓMO NO QUERER A ALGUIEN QUE ME QUIERE TANTO!?
Todo nuestro amor a Ti Señor es respuesta a Tu amor. Por eso esta verdad es la verdad primera… Porque Tu amor viene primero, primereas…
Y viene con toda la abundancia con la que viene todo aquello que procede de Dios.
Porque la medida de Dios es no tener medida. Y si Dios es Amor y me ama, lo hace sin medida.
“Así es su forma de amar. Así amó Jesús, pasó haciendo el bien, sin pensar quienes le iban a seguir, quienes le iban a agradecer, quienes le iban a corresponder. Amó en saco roto. Sin contar, porque Jesús no sabe contar.
<¡Nosotros contamos tanto! Contamos el bien que hago, el mal que hace el otro. Calculamos, llevamos cuenta del mal y del bien”
(Octubre 2019, con Él, Javier Mira).
Dios no. Él, simplemente, ama.
Por eso, estar cerca de Dios, es estar cerca de este amor desbordante.
OCÉANO DE AMOR
Santa Catalina de Siena usó la metáfora del mar y explicaba que en el momento en que recibimos el cuerpo y la sangre de Cristo en la Hostia, nos convertimos en ese pez que vive sumergido en el mar, que necesita del mar para vivir y ser.
Cuando tú y yo consumimos la Hostia Santa, Cristo se sumerge en todo nuestro ser, lo infunde de su gracia divina, nos diviniza, nos llena de su Amor salvador y poderoso.
Parece que nosotros le recibimos cuando en realidad es Él quien nos sumerge en el océano de su amor. Casi lo mismo podríamos afirmar que sucede con todo acercamiento a Dios, con todo acto de piedad o de presencia de Dios.
Me acordaba de aquel cuento: había una vez un pez que vivía en el mar, en el mismo mar en el que había nacido. Gozaba nadando, explorando y sus padres le decían: «El mar, el océano, es algo maravilloso, poderoso, enorme». Y desde entonces, el pez buscaba el océano. «En» el océano; buscando “el” océano; todo lo que encontraba no era para él más que agua.
Se equivocaba: no era capaz de reconocer el océano, porque se aferraba en comprender esa palabra, se apegaba de una manera errónea al término «océano».
A veces buscamos el Amor de Dios, cuando en realidad en un rato de oración como este, y prácticamente en todo momento de nuestras vidas, nos rodea el cariño inmenso de Dios. O, con palabras de san Pablo:
“No está lejos de cada uno de nosotros, ya que en Él vivimos, nos movemos y existimos”
(Hch 17, 27-28).
Estamos nadando en este océano. Y, como venimos escuchando decir a Jesús: Él nos ama…Y lo que le preocupa es que no le hablemos, por eso estamos aquí hablando con Jesús, para abrirle con sinceridad nuestra alma y entrar en diálogo con Él.
DIOS PRIMEREA Y YO QUIERO RESPONDERLE
El Padre mismo los ama… Y, como dicen, amor con amor se paga.
Que sepamos responder con la misma moneda. Dios primerea y yo quiero responderle. Así, limitado y torpe como soy, que sepa amarle con mis limitaciones y torpezas.
Me contaron esta historia que nos puede servir.
“Hace mucho tiempo, vivía en un pueblo una aldeana muy hermosa. Todos querían esposarla, pero ella sentía que nadie le aseguraba verdadero amor.
Así, se le acercó el mercader más rico diciéndole: «Te amaré a pesar de tu pobreza».
Pero como en sus palabras no encontró verdadero amor, prefirió no casarse.
Después, se le acercó un gran general y le dijo: «Me casaré contigo a pesar de las distancias que nos separen».
Pero tampoco aceptó la hermosa aldeana.
Más tarde, se le acercó el emperador a decirle: «Te aceptaré en mi palacio a pesar de tu condición de mortal». Y también rehusó la muchacha a casarse porque tampoco veía en él un amor desinteresado.
Hasta que un día se le acercó un joven y le dijo: «Te amaré a pesar… de mí mismo».
Y como en sus palabras encontró un amor verdadero y sincero, optó por casarse con él. Ojalá que en nuestra vida suceda lo mismo.
Que busquemos a Dios por amor desinteresado. Que le ofrezcamos nuestro amor a pesar de nosotros mismos
(Semana Santa y Pascua 2021, con Él, Javier Mira García-Gutiérrez).
Dios me ama, el Padre nos ama y le puedo decir Señor: Yo te amaré a pesar de mí mismo.
Nuestra Madre santa María le amó así. Le podemos pedir a ella, especialmente en este mes de mayo, que nos enseñe hacerlo a nosotros.