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HASTA LOS DEMONIOS CREEN (PERO NO AMAN)

Corazón

El evangelio de hoy es sorprendente, como siempre. 

El Señor recorre las tierras de Galilea, y después de haber expulsado un demonio en plena sinagoga de Cafarnaúm, se dirige a la casa de la suegra de Pedro, a seguir expulsando demonios. 

No es que la suegra de Pedro fuese un demonio, sino que Jesús aprovechó para curarla de una fiebre fortísima, y ya de paso, curó a muchas personas de sus dolencias imponiendo las manos sobre cada uno.

 “De muchos de ellos también salían demonios, que gritaban y decían: ‘Tú eres el Hijo de Dios’. Y Jesus los increpó y no les dejaba hablar, porque sabían que Él era el Mesías”

(Lc 4,41-42).

Seguramente has meditado muchas veces este pasaje del evangelio, pero al escucharlo esta vez, a mí me sorprendió un pequeño detalle: que fuerte ¡Los demonios tienen fe! Ellos son capaces de reconocer a Jesús y gritarlo violentamente:

“Tú eres el Hijo de Dios”.

Y Él los mandaba a callar porque su reconocimiento no era precisamente para dar gloria sino para sabotear los planes de Dios. 

JESÚS VA A NUESTRO LADO POR LA VIDA

Es sorprendente que Jesús pisa los caminos de la humanidad, prefiere ir de incógnito para suscitar la fe de los que lo encuentran, pero no todos son capaces de reconocer a este Jesús que va como disfrazado por la vida.

Pero para que tú y yo no pensemos que esto es tarea imposible, tenemos este episodio de su vida en el que podemos tener la seguridad de que, si los demonios son capaces de reconocer a Jesús, ¿por qué no voy a poder yo?

Jesús sigue recorriendo nuestros mismos caminos, sentándose en la silla de al lado, esperando en medio del tráfico, alegrándose y compartiendo nuestras tristezas. Él sigue esperando que tú y yo seamos capaces de reconocerlo. 

Creo haberlo contado en otra ocasión, pero en el colegio había un niño que era bastante problemático. Demasiado travieso, tremendo como él sólo. No parecía haber modo de tranquilizarlo, ni con terapia, ni con pastillas, ni con nada. 

RECONOCERLO NOS TRANSFORMA

De repente, de un día para otro, el niño cambió. 

Empezó a respetar a sus profesores, compartía con sus compañeros del salón, ayudaba en casa sin quejarse a todo lo que pidieran sus padres. 

Y el sacerdote también notó el cambio. Y le dijo: “Pepito, te felicito porque has mejorado notablemente tu actitud. Los que te queremos estamos contentos con tu cambio, y sobre todo Jesús, que te quiere muchísimo y seguramente tiene para ti un gran premio enorme en el cielo por todo lo bueno que estás haciendo. 

Pero tengo una curiosidad: ¿qué fue lo que hizo que cambiaras tan radicalmente?”. Y el niño, con una sencillez abrumadora contestó que fue después de la misa que usted dió el otro día. 

El sacerdote se acordó del evangelio y resulta que se había proclamado el evangelio en el que el Señor dice que cada vez que dieron de comer al hambriento, de beber al sediento, hospedaron al forastero, vistieron al desnudo, visitaron al enfermo, etc. habían hecho eso mismo con Él. 

Y ahora, el niño pensaba que Jesús podía estar disfrazado de gente normal y era mejor tratar bien a todo el mundo, no vaya a ser que la persona menos esperada fuese Jesús disfrazado detrás de esa persona.

Es sorprendente cómo el Espíritu Santo habla por la boca de los más pequeños. Esta es una forma muy válida de interpretar ese pasaje del evangelio, y nosotros aprovechamos para “mejorarla”. 

Vamos a hacer el propósito de tratar bien a los demás, no sólo por el temor a que tal vez esa persona sea Jesús “disfrazado” a quien no queremos maltratar, sino poniendo el esfuerzo por reconocer en cada persona a Cristo, a quien queremos amar.

RECONOCER A CRISTO EN LOS DEMÁS

Ciertamente, a veces no es fácil reconocer el rostro de Jesús en todas las personas. Hay quienes no nos caen bien, quienes nos hacen perder la paciencia, quienes nos han hecho mucho daño o quienes simplemente nos son indiferentes. 

Quiero creer que este esfuerzo vale la pena porque nos obliga a ensanchar el corazón, y tener el corazón amplio y grande hace muchísimo bien al alma y también por la caridad nos ayuda a dilatar las pupilas de los ojos por la fe. 

Además, nos sorprenderemos al reconocer verdaderamente a Jesús en las personas,  ¡Caray Jesús eres Tú! y ¡Qué maravilla que todo se convierta en una oportunidad de encontrarse al Señor cada día! 

AGRANDAR EL CORAZÓN

Aprovecho ahora para leerte unos pasajes de Forja en los que San Josemaría nos invita vivir así este amor a Dios a través de los demás:

“Si de veras amases a Dios con todo tu corazón, el amor al prójimo -que a veces te resulta tan difícil- sería una consecuencia necesaria del Gran Amor. -Y no te sentirías enemigo de nadie, ni harías acepción de personas” (Forja 869).

“Jesús hará que tomes a todos los que tratas un cariño grande, que en nada empañará el que a El le tienes. Al contrario: cuanto más quieras a Jesús, más gente cabrá en tu corazón” (Forja 876).

A mí me parece esto tremendo termómetro, cuánta gente cabe en mi corazón, un termómetro de cuánto quiero yo a Jesús, si cabe todo el mundo, mi corazón es enorme, si cabe todo el mundo menos fulano, hay espacio de mejora en el amor a Dios.

“Al acercarse más la criatura a Dios, más universal se siente: se agranda su corazón, para que quepan todos y todo, en el único gran deseo de poner el universo a los pies de Jesús” (Forja 877).

Agrandar el corazón.

CREEN PERO NO AMAN

Con el evangelio de hoy, los demonios, sin proponérselo, nos han ayudado a hacer nuestro rato de oración. Si ellos pueden reconocer a Cristo que pasa, nosotros también. 

Pero hay una diferencia radical: ellos creen en Jesús como el Hijo de Dios. Podríamos decir que “tienen fe”, pero no amor hacia Dios. 

También esto nos sirve de lección. Se suele decir que “no existe peor ciego que el que no quiere ver”.

 Y aquí vemos que no hay criatura más desgraciada que la que no quiere amar. Los demonios ven y creen, pero no aman, por eso son unos desgraciados, por eso son unos desdichados por toda la eternidad y he allí el origen de su desdicha eterna. 

CURA NUESTRA DUREZA DE CORAZÓN

Para quien te busca, tarde o temprano el encuentro llega, Señor. Y hoy te pedimos que cures nuestra dureza de corazón, nuestro egoísmo y nuestra ceguera. 

Al ver las barbas del vecino arder, ponemos las nuestras en remojo. 

Le pedimos al Señor que, a diferencia de los demonios, acrecientes nuestra fe e inflame nuestra voluntad, para que así podamos verte, para que así podamos reconocerte, creer en Tí y sobre todo, amarlo en tantas circunstancias y en tantas personas cada día. 

En el amable, en el cansado, en el amargado, en el impertinente, en el amigo y en el desconocido. 

En todos porque para quien cree y quiere amarte Señor, todo se convierte en una oportunidad.

 

 

 

 

 

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