ESCUCHA LA MEDITACIÓN

DESPEDIDA

Jesús nos invita a rezar desde un corazón indigente.

FRUTOS PARA NUESTRA ALMA

El Evangelio de hoy está tomado de San Lucas en el capítulo 18, y es una parábola preciosa que nos puede ayudar muchísimo a pedir al Señor el don de la humildad. 

Como todas las cosas en la vida espiritual, la gracia de Dios es lo que realmente consigue frutos en nuestra alma. 

Es Dios quien nos va sanando de nuestras enfermedades, debilidades, miserias y pecados. 

Por eso, es que hemos de evitar proponernos cosas y olvidarnos de pedir ayuda. Hay que proponerse lógicamente, luchar, mejorar en tal punto, en tal otro. Y eso es parte del combate por la santidad. 

Pero siempre asistidos por la gracia de Dios. Y mientras más consciente seas de la necesidad, de la ayuda del Señor, mejor te irá, mejor avanzarás con mayor facilidad y eficacia. 

Bueno, entonces el texto de hoy:

«En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás».

Tenerse por justo es pensar que uno es mejor que el otro, que su corazón es más santo que el del otro, o que está en regla con Dios como que Dios está satisfecho de mí. 

REGALO DEL CIELO

Y eso puede ser muy peligroso porque lleva a una relación comparativa con el prójimo. Y como aparece este personaje en la parábola, puede despreciar, mirar de menos a quien tiene a su lado. 

Pidamos al Señor entonces el don de la humildad para saber que todo lo bueno que tenemos -y es mucho lo bueno que tenemos en nuestros corazones en nuestra vida-, es don de Dios, don inmerecido regalo del Cielo. 

Que esa constatación de los dones del Señor no nos lleve jamás a despreciar a otros. 

«Dos hombres subieron al templo para orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo erguido oraba así en su interior: —Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos y adúlteros. Tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias». 

El fariseo era un hombre cumplidor, pero en el fondo se miraba en el espejo de la vanidad. Y su gozo o su, digamos, alegría interior, era compararse con los demás y sentirse superior, sentirse mejor persona. 

Entonces, una manera así de vivir, no llega al corazón de Dios. Se miraba al espejo y solo se veía a sí mismo sin humildad.

HUMILDAD

POR CRISTO

Pedirle al Señor que nos dé la humildad profunda del corazón para hacer las cosas que hacemos buenas. Y todos ustedes, y yo, todos hacemos cosas buenas, pero hacerlas por amor a Dios, por Cristo, con Cristo, en Cristo, así como decimos en la Misa.

Todo lo que hagas, hazlo con el Señor. Señor, ésto que es tan sencillo como preparar la comida o atender una situación profesional, la que sea. 

Todo lo que hago quiero hacerlo Contigo, por Ti, y en Ti. Dame la gracia para vivir así y con humildad.

Entonces no caeremos en este error profundo del fariseo que hace cosas buenas, pero mirándose al espejo de la vanidad. 

«El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho diciendo: —Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador». 

SOY PECADOR

Qué bonita jaculatoria para repetir muchas veces al día si queremos, por lo menos el día de hoy:

«Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador». 

Somos pecadores, pero somos hijos. Hijos pecadores que quieren, con la gracia de Dios, luchar por ser santos, por llenar de alegría el corazón de nuestro Padre Dios.

Que no te desaliente saberte pecador, pecadora. No nos desanimemos frente a nuestras miserias. Que sepamos siempre mirar la infinita misericordia de Dios que estará siempre disponible para nosotros. 

Nuestras miserias son como una gotita de tinta en un mar, en un océano de misericordia transparente, precioso. 

Por lo tanto, sea lo que sea, siempre el Señor nos podrá perdonar. Y esta es la actitud justa con la cual tenemos que acercarnos a la oración con un ánimo profundo de conversión. 

Estamos en Cuaresma y esta es precisamente la tarea principal que el Espíritu Santo quiere realizar en nosotros: convertir nuestro corazón. 

Quizá el talento fundamental de la Cuaresma es dejarse convertir, y nuestra oración podría ser:

“Ven, Espíritu Santo, muéstrame en qué me he de convertir y realiza esa conversión en mí. Me fío plenamente de ti”. 

AGRADECIMIENTO

Bueno, quiero por último, agradecer a la audiencia de estos años, ya que este es mi último comentario al Evangelio. 

Gracias a Dios, en mi trabajo en Santiago de Chile tengo mucha actividad, mucho trabajo que hacer y ya no me dan los tiempos, por así decir.

Entonces, agradezco la oración de quienes me han escuchado y probablemente habrán rezado por mí. 

Agradezco al equipo de esta plataforma estupenda donde se hacen tantas cosas buenas, hay tanto entusiasmo, tanta entrega por parte de los sacerdotes, organizadores y de quienes participan en este medio apostólico. 

Los felicito por esa dedicación. También las personas que traducen o transcriben los textos y ponen imágenes. 

En fin, hay todo un trabajo de personas que están ocultas allí realizando una labor de mucha eficacia apostólica y de gran alegría para el Señor. 

Les animo a seguir con este trabajo, cuenten con mi oración en cooperación y yo también cuento con la oración de ustedes. 

Estoy muy contento de lo que hago, pero simplemente tengo que ordenar mis tiempos y prioridades. Y efectivamente he tomado la decisión de no seguir subiendo estos audios.

Estoy seguro que quien me sustituya lo hará mejor, y ayudará todavía más a las personas que los escuchan. 

Les agradezco su paciencia y sobre todo su oración por este sacerdote que desde mi país les envío un gran saludo y bendición.


Citas Utilizadas

Os 6, 1-6

Sal 50

Lc 18, 9-14

Reflexiones

“Ven Espíritu Santo, muéstrame en qué me he de convertir y realiza esa conversión en mí…

Me fío plenamente de ti”.

Predicado por:

P. DANIEL

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