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P. Juan Carlos

6 min

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IDEALES PROFUNDOS

Una explicación de lo que el Señor nos advierte: aquel que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios. Pero el que no me reconozca delante de los hombres, no será reconocido ante los ángeles de Dios.

“Les aseguro que aquel que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios. Pero el que no me reconozca delante de los hombres, no será reconocido ante los ángeles de Dios”

(Lc 12, 8-9).

Nos dice hoy el evangelio de la misa de este sábado de la 28 semana del tiempo ordinario, en que san Lucas nos traslada este idea clara: El que reconozca a Jesús.

Señor, en este rato de oración, primero queremos reconocerte como nuestro Dios. Tenemos que decirte que eres nuestro todo y que, para eso, por supuesto, necesitamos tener esa decisión, saber lo que queremos.

Y una de las cosas que queremos, es justamente reconocerte como Dios, como la parte fundamental de nuestras vidas.

Ese saber lo que uno quiere, por supuesto que exige algunas características de parte nuestra. Por ejemplo: estabilidad en los principios. No puede ser que hoy queramos a Jesús y mañana, en cambio, estamos locos por otra cosa; por seguir a Buda o al dinero.

Hay que tener estabilidad en los principios; ideas rectoras, ideas madres, de las que después pueden salir una cantidad de -por así decir- “ideas hijas”, pero que son ideas que nos llevan a tomar decisiones claras en nuestra vida.

Porque si no se nos podría aplicar aquello que Platón decía en cierta ocasión de un contrincante:

“Tú varías, luego tú no estás en la verdad”.

Sí, la inmadurez es típica de variar, de no saber lo que quiere; de no tener capacidad analítica para profundizar en los conceptos y por eso esas raíces son superficiales.

DAR TESTIMONIO DE DIOS

De eso ya nos previene san Pablo cuando nos dice:

“No seáis como niños pequeños fluctuantes que son arrastrados por cualquier viento de doctrinas o falases humanas”

(Ef 4, 14).

Señor Jesús, queremos creer realmente en Ti; queremos dar testimonio de Ti.

No ser niños fluctuantes significa no ser inmaduros, porque la madurez, al mismo tiempo que nos invita a no ser como una veleta que está siempre donde sopla el viento, nos anima a ser como la rosa de los vientos y señalar establemente el camino correcto. Por así decir, el norte de nuestra alma que tiene que ser Tú Señor.

No todos quisieran que confundiésemos la estabilidad conceptual propia de quien es alma de criterio con esa rigidez que le confiere más importancia a la constancia en los principios que a la veracidad o que a la bondad de los principios.

La madurez también exige la humildad de modificar, todas las veces que sea necesario, una postura en la que descubrimos que estamos equivocados. Saber cambiar, pero tener claro las ideas rectoras.

Jesucristo, al principio: eso no podemos cambiar, tenemos que reconocerle abiertamente delante de los hombres. Eso sí, ahí sabemos que no hay mezcla de error.

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JOSÉ DE SAN MARTÍN

Cuentan de José de San Martín, ese gran capitán que nació el 25 de febrero en Yapeyú, 1778, en Río de la Plata. Era hijo de españoles, pero a los pocos años de nacer regresó a España y el 21 de julio, a sus doce años, en 1789, era ya cadete del regimiento de Murcia.

Durante el traslado de su unidad militar, a bordo de un barco, participó ya en un durísimo combate naval.

En 1791, a los catorce años, intervino como subteniente en los 31 días que duró el asedio de Melilla, al norte de África. En esa ocasión resultó prisionero, luego sería rescatado, pero proseguirá su gran actuación militar contra las tropas napoleónicas en España y luego contra las tropas realistas en Río de la Plata.

Hago esta breve síntesis de su juventud porque quiero poner de manifiesto que José de San Martín, de doce años, no daba esa impresión de tener una personalidad vacilante propia de quien no sabe qué hacer con su vida.

Al contrario, ya desde los once-doce años, tenía su vocación militar y patriótica totalmente definida. Quería luchar no sólo por la independencia de su propia nación, sino también por la libertad política de los países vecinos.

A veces damos la impresión de que a los doce años lo único que podemos estar es frente al Playstation y que ese es el único sitio.

Hay que aprender sí, a vivir cada uno su época, pero a tener convicciones profundas, ideas madres. Aprender a reconocer también, cuando son pequeños, a Jesús.

CONVICCIONES PROFUNDAS

Yo doy clases en un colegio femenino y justo esta semana tenía una plática y me fijaba que había algunas chicas que estaban completamente en línea de lo que estaba diciendo y otras chicas que estaban completamente distraídas.

¿Cuál era la diferencia? (bueno, la diferencia si les cae bien o mal el cura…) Hay algunas que les interesa mucho conectar con Jesús, con lo sobrenatural y otras que les cuesta un poco más.

Pero esto es parte de la formación que reciben en sus casas, de poner ideas madres o convicciones profundas, como vemos en José de San Martín que es un hombre que, desde muy joven, ya tenía esas ideas autoexigentes.

También lo encontramos en san Juan Pablo II que, cuando tenía veinte años, los nazis ocuparon Polonia y la vida adquirió esa dureza de los trabajos forzados, de la violencia, de la persecución religiosa, del hambre, del frío…

Y en este contexto, escribe Juan Pablo II:

“Recuerdo a mi padre rezando de noche arrodillado sobre el suelo frío, lo que tuvo una influencia decisiva en mis años de juventud. Él era tan exigente consigo, que no tenía necesidad de serlo conmigo, pues su ejemplo me arrastraba”.

AUTO EXIGENCIA

Señor, que tengamos esta auto exigencia para dar ese testimonio a la gente que está a nuestro alrededor.

La auto exigencia es uno de los mejores ingredientes educativos en orden a la madurez, pero exige saber lo que uno quiere, dominar el estado de ánimo, tener metas nobles e ideales firmes.

Este rasgo característico en el temperamento de Juan Pablo II se puso, especialmente, de relieve cuando visitó la Cuba de Fidel Castro, porque en aquel viaje el Papa comenzó a declinar abruptamente en su fortaleza física, sufriendo serias limitaciones en sus movimientos corporales, especialmente por el mal del Parkinson.

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Recuerdo, siguiendo con unos amigos esa visita por televisión, al ver al Papa tan desgastado físicamente uno dijo: “pobre, ya no puede más”.

Y, efectivamente, no podía más, pero eso no era obstáculo para que ese mismo año viaje después a Malta, Irak, Grecia, Turquía, Brasil, Corea del Norte, Corea del Sur, a la isla de Guam. Y tampoco lo fue para que, en los años siguientes, visitara pastoralmente treinta o cuarenta naciones.

Esa heroica sacrificada convicción con la que difundió el Evangelio Juan Pablo II, es similar a la del cura Brochero que, cuando le preguntaban cómo quería hacer su vida, él hacía referencia a una leyenda de un caballo que se llamaba chesche que era famoso porque había muerto galopando.

Él decía que quería ser como ese caballo: morir galopando; o sea, darlo todo. Esa convicción, ideas profundas, que mueven a tomar decisiones que nos lleven a trabajar hasta el final.

“Galopando hasta el final mientras difundía el Evangelio”,

decía, de hecho, el cura Brochero.

IDEAS CLARAS

Es una cosa que vale la pena: reconocer a Dios en las cosas que hacemos, tomando decisiones profundas. Esto sólo se logra con esa madurez y con tener las ideas claras: qué busco en mi vida.

Esto, el Señor quiere que lo hagamos en las cosas pequeñas: en no quejarnos, en estar detrás de sacar diariamente nuestro plan de vida, de cuidar mejor nuestra asistencia a misa, de tener delicadeza en el trato con los demás, en estudiar hasta el final cosas de teología, de leer cosas espirituales, de estar constantemente creciendo.

No tener como la sensación de trabajo ya acabado, porque de esa forma reconoceremos abiertamente, delante de los hombres, al Hijo del hombre y Él nos reconocerá delante de los ángeles.

Eso quiere decir que nos llevará al Cielo. Esa es nuestra meta hacia donde queremos dirigir nuestra vida.

Señor, te pedimos que nos ayudes, por mano de tu Madre la Virgen, a tener convicciones más profundas, a querer tomar esas decisiones que nos lleven a estar siempre junto a Ti.

No quería terminar este rato sin contarles que hemos sacado un curso de oración para madres e hijas. Esta misma idea de transmitir ideales profundos, convicciones profundas, pues ahora vamos a tener en la plataforma de hermandar.com este curso, espero que les guste.


Citas Utilizadas

Ef 1, 15-23. 4, 14

Sal 8

Lc 12, 8-12

Reflexiones

Señor, te pido que me ayudes a tener convicciones más profundas, a querer tomar esas decisiones que nos lleven a estar siempre junto a Ti.

Predicado por:

P. Juan Carlos

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