Hoy el Evangelio nos trae la parábola del buen samaritano. Y preparando la meditación me dije: es seguro, seguro que ya lo había comentado, pero como siempre, el Evangelio tiene matices diferentes y luces nuevas.
“Un hombre bajó de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto”
(Lc 10, 25-37).
Y metiéndome en la escena, quiero pensar que esto fue algo que le contaron al Señor, porque Jesús dice que esto pasó de Jerusalén a Jericó. No pone un ejemplo de un lugar lejano… No, el ejemplo de ahí de al lado. Ese trayecto, seguramente Jesús, Tú lo hiciste varias veces y conocías muy bien ese camino, de Jerusalén a Jericó. Sabemos muy bien cómo se desarrolla la escena.
“Pasó un sacerdote, pasa a un Levita, y finalmente pasa un samaritano. Y cuenta Jesús en la parábola, un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y al verlo se compadeció. Y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino. Y montándoselo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada. Y lo cuido”
(Lc 10, 25-37).
La Posada
Y me he detenido en esa palabra: “una posada”. Porque estudiando este pasaje, leí un comentario de San Beda que me gustó. Dice San Beda: “La posada era el lugar donde todos podían refugiarse. Y representa a la Iglesia” (frase de San Beda el venerable, teólogo e historiador). La Iglesia, Tu Iglesia Jesús.
Si me permites, Jesús, quiero hablar de la Iglesia. Y en este rato de oración, verla como una posada. Porque así nos la presentas Tú en esta parábola. Pero antes quiero decir que no siempre uno tiene la mejor imagen de una posada. Nos podemos imaginar incluso, que es un lugar de mala muerte. ¿Qué quiero decir con esto? Que no siempre tenemos la mejor imagen de lo que es la Iglesia.
Y por eso, en este rato de oración podemos pensarlo y hablarlo con el Señor sin reparo, sin escrúpulos. No pasa nada. “Y te pido mi Jesús, desde ya que en este rato de oración nos concedas a todos en 10 minutos con Jesús, un acercamiento un poco más fiel a lo que es la Iglesia”.
Señor, perdona a tu Iglesia
Hoy como ayer, con frecuencia, y no digo que siempre, pero muchas veces las noticias sobre la Iglesia Católica están relacionadas con algún escándalo, incluso alguna vez escándalos aberrantes. “Señor, perdona a tu Iglesia. No te fijes en sus pecados, sino en su fe”.
Y muchas veces tenemos que considerar que no haya una mirada objetiva del conjunto. Y muchas veces, desaparece el componente espiritual de la Iglesia. Nos quedamos muchas veces viéndola solamente como algo humano, como una empresa humana.
Y hay que distinguir entre la Iglesia como sacramento de salvación, fundada sobre roca por Cristo. Santa por su origen, por sus medios y por su fin sobrenatural.
Católica, que quiere decir universal, Apostólica (y aquí Señor me atrevo a decir llena de pecadores, de pecados e infidelidades de sus hijos). Llena de individuos con heridas, como aquel hombre de la parábola.
¿Qué es lo más importante?
Todo eso es cierto, pero no autoriza en modo alguno a juzgar a la Iglesia de manera humana, sin fe teologal. Necesitamos fe. No nos podemos fijar únicamente en la mayor o menor cualidad de los sacerdotes, o de algunos cristianos, porque sino sería quedarnos en la superficie.
“Jesús, ¿qué es lo más importante? Lo más importante en la Iglesia no es ver cómo respondemos los hombres, sino ver lo que haces Tú, lo que hace Dios”. La Iglesia es eso: ¡Cristo presente entre nosotros! ¡Dios que viene hacia la humanidad para salvarla!
¿Qué le habría ocurrido al pobre judío, si el samaritano se hubiese quedado en su casa? ¿Qué habría ocurrido a nuestras almas y el Hijo de Dios, si Tú, Jesús, no hubieras emprendido ese viaje a este mundo?.
Y Jesús, movido por la compasión y la misericordia, como lo muestra esta parábola, se acerca al hombre, a cada hombre, para curarnos las llagas… para vendarnos las heridas… En esto se demostró el amor de Dios hacia nosotros, en que envió a su Hijo unigénito al mundo para que por Él tengamos vida.
Y hay países donde no se puede ver un sacerdote con sotana en la calle, se piensa mal. Alguna vez se puede actuar mal incluso… ¿Quién sabe, Oh Jesús si alguna vez alguno de los sacerdotes que conversamos con Vos en 10 minutos con Jesús, sufriremos ese desprecio? Y digo más, tal vez tú en tu país serás testigo de la persecución y el maltrato a la Iglesia Santa de Dios.
¿Por qué no a nosotros?
Una cosa que nos debe servir de consuelo es que si a Ti Jesús te persiguieron, ¿por qué no a nosotros? Tú mismo anunciaste a tus discípulos que no tendrían una vida fácil.
“Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán. Y después añadía: Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque suyo es el Reino de los Cielos”
(Mt 5,10).
“Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”
(Mt 5,11).
¿Es una profecía, Jesús, la que tú hiciste? Si. Una profecía del Señor que se ha ido cumpliendo indefectiblemente a lo largo de los siglos. Incluso San Agustín resumía la historia de la Iglesia con una frase impresionante: “Inter persecuciones mundi et consolaciones Dei peregrinando, procur te ecclesia. La Iglesia recorre, recorre su peregrinación terrena, entre persecuciones de los hombres y consuelos de Dios” (De civitate Dei, de San Agustín).
¡Aquí seguimos Jesús con tus consuelos! Tú eres la cabeza y nosotros la Iglesia. Tu cuerpo místico. Un cuerpo maltratado por el pecado, cubierto de llagas y heridas. Ese también es el misterio de la Iglesia.
Vamos a terminar. Qué alegría poder decir con todas las veras de mi alma: ¡Amo a mi madre, la Iglesia Santa! Acudimos a Santa María. A ella le rezamos varias veces como Mater Ecclesiae, Madre de la Iglesia, ¡ruega por nosotros!