En los últimos días del Adviento, el evangelio de la misa nos presenta el relato de san Lucas, precisamente, sobre el misterio de la Encarnación del Verbo, la Navidad, el misterio de la Navidad.
Ayer, por ejemplo, en esas primeras líneas del evangelio, en esos primeros capítulos del evangelio, el anuncio del Ángel a María, su respuesta:
“He aquí la esclava del Señor…”
(Lc 1, 38).
Y dice san Lucas, hoy, que después de haber recibido la visita del ángel, se levantó María y fue apresuradamente, a través de las montañas, a una aldea de Judá. La Virgen después de recibir el anuncio del ángel, no se queda pensando en ella. No se queda pensando en la descripción que va a poner en el post de Instagram. No, no, no. No se queda pensando en ella.
En un momento, esos planes personales, que seguramente los tendría, porque era una niña de su época, adolescente, normal. Esos planes, quedan en un rincón para hacer lo que Dios le propone.
De una, su corazón le pide: vámonos para Aín- Karim. La Virgen es apenas una niña, qué a partir de ese momento tendrá un corazón atento a lo que Dios le pide. No es que antes no lo tuviera, claro. El tema es que, Dios no se lo revelaba con tanta claridad.
Dios, de alguna manera, callaba, pero la Virgen estaba preparada para ese momento. Por eso, oraba, y siendo apenas una niña, ya sabía hacer oración, sabía esperar en oración.
“Jesús, pide a mi corazón lo que quieras y ayúdame, como a la Virgen, a esperar, a buscar y encontrar lo que quieres de mí.”
CAMINO A AÍN – KARIM
Sale la Virgen a hacer ese camino largo hasta Aín Karim y va pensando, no solo en llegar a servir a su prima (casi siempre se comenta eso, ¿no?), ese servicio que la Virgen quiere llegar a ofrecer a su prima. Si no que, también, va pensando en cómo felicitarla.
¿Cuáles serán esas primeras palabras de felicitación de la Virgen? ¿Cómo la mirará? Cuando llegue, estaría abierta la puerta; Isabel estaría por ahí, afuera… La verá en una silla mecedora, afuera… ¿Cómo habrá sido ese momento? La Virgen va soñando, va pensando en todo este momento.
San José no la pudo acompañar, yo también pienso, por ejemplo, en san Joaquín y santa Ana, que eran los papás más orgullosos y amorosos para con esa hija y la dejan ir sola. La Virgen va sola a Aín- Karim.
¿Cuánta confianza en esa hija?
Y pensaba, qué rápido cambia la vida de esta niña, pero también de unos padres.
“Señor, bendice a los padres que entregan a sus hijos, especialmente, aquellos que se entregan a Ti en la adolescencia, porque a esos hijos les cambia la vida, pero a los papás también. Se desprenden de ese hijo, de esa hija. Bendícelos, Señor.”
Bueno, pero vamos avanzando a Aín- Karim. Era una casa de campo, cerca de Jerusalén, más o menos siete kilómetros al suroeste de la Ciudad Santa. Actualmente, este sitio se llama San Juan de la Montaña. Tan bonito ese nombre, San Juan de la Montaña, como para una finca por allá en el Oriente Antioqueño, mi tierra…
Llega María y dice san Lucas:
“Y entró María y saludó a Isabel.”
(Lc 1, 40).
O sea, que no estaba esperándola en la puerta, no estaba en una mecedora, estaba dentro de la casa y la Virgen entró. La puerta estaría abierta, entró y saludó a Isabel.
ENTRÓ DE SORPRESA
Entró de sorpresa. ¿Cómo sería el timbre de aquella voz de la Virgen? Y la anciana Isabel quedó petrificada, sus cabellos blancos estremecieron, su rostro arrugado se cubrió del color de la cera pálida y no pudo más que cruzar las manos y los brazos, inclinar la cabeza y dejar escapar, algún grito inarticulado…
Su alma le solicitó algo urgentemente: adorar. El Espíritu Santo la había llenado, la voz de María había sido para ella un divino amanecer. Y por eso, cuando apenas pudo articular palabra, dice:
“Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”
(Lc 1, 42).
Ahora pienso, Señor, yo en mi oración personal: ¿cómo son mis Aves Marías? ¿Cómo rezo yo el Ave María? ¿Cómo rezó el Rosario?
Por primera vez se ha revelado a los hombres el misterio de la encarnación. María guardaba ese secreto en su alma, en su corazón. Pero, Señor, en este momento se descubre el misterio.
Isabel ya lo sabe y por eso se postra (no lo puede hacer porque está en embarazo y es anciana) pero su alma se quiebra ante la presencia de la Virgen y sobre todo Tu presencia, la presencia del Mesías.
¿Cómo he podido merecer yo que venga a mí la madre de mi Señor?
(Lc 1, 43),
dice Isabel.
¿Y el pequeño Juan? No es ella, solamente, la que se alegra, el niño que lleva en sus entrañas se estremece de gozo y alegría. Ya se muere de ganas por cumplir su oficio de precursor.
Dice san Lucas:
“en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.”
(Lc 1, 44).
La Virgen se sonreiría un poquito. Se sonrojaría, también. Sus cachetes adolescentes se habrían llenado de ese color, de ese rubor natural de esa inocencia, de esa pureza.
ZACARÍAS CONTEMPLA MUDO
Y Zacarías, ¿dónde está el viejo Zacarías? Llamo con cariño “el viejo”, cómo llamamos a los abuelos en mi tierra. Estaría en un rincón de aquella casa. El viejo sacerdote contempla mudo. Está mudo, hasta que nazca Juan no podrá articular palabra, no puede hablar. Pero, ahí está, escondido viendo aquella escena prodigiosa.
“Es una escena prodigiosa, Señor, pero es una escena dramática. Ayúdame, Jesús, a contemplar en este Adviento, ya tan próxima a la Navidad, estas escenas con asombro.
Ahí tenemos los pesebres en cada casa, déjame acercarme a ese pesebre y verlo con asombro, como lo ven los niños cuando se ponen esas figuritas; y sus papás, sus abuelos les hablan del misterio del Verbo, de la Virgen, del niño de san José…”
Después, ¿qué pasa? ¿Cuántos meses se quedaría la Virgen con su prima? Bueno, pues la escritura no dice nada, ¿no? Pero, dice el ángel:
“Tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez y ya está de seis meses, la que llamaban estéril.”
(Lc 1, 36).
¿Cuántos meses de embarazo tenía? Seis. ¿Cuántos le faltaban para que naciera Juan? Tres. ¿Cuántos meses se quedó María con Isabel? Yo no lo sé, pero quiero pensar que fueron tres, ¿no? Seguro estaría en el parto, en esos momentos es cuando Isabel necesitaba más ayuda.
¿Y cómo serían esos tres meses de la Virgen? Trabajando, ayudando en las faenas de la casa, con la mayor sencillez y con muchísima alegría. Y con gran recogimiento interior, porque sabe que el Señor está allí, que el Mesías está allí. Que Dios está allí.
¿Cómo sería la vida interior de la Virgen? ¿Qué cosas te diría Jesús? Cómo me gustaría aprender de eso. ¿Cómo se puede hacer oración en medio del trabajo, en medio de los quehaceres ordinarios de la vida? Porque se puede hacer oración en esos momentos.
HACER ORACIÓN
No solamente se puede hacer oración en una Iglesia, en un Oratorio o cuando escuchamos los 10 Min con Jesús. No. En cualquier momento del día podemos hacer oración y la Virgen lo haría y también Jesús se la pasaría sirviendo, adelantándose a las necesidades de esa casa. Pero, no por pura eficacia, no, sino, porque ese servicio era la manifestación genuina de su amor.
Tú Jesús, vienes en lo ordinario. Tú quieres estar en el ordinario, lo normal y esa casa se llenaría de alegría, de servicio, de atenciones; pero, sobre todo, de alegría. Mientras María estuvo allí, la alegría se instaló en esa casa, la alegría del alma, profunda, verdadera, real.
Ahora, Señor, te pedimos nos ayudes, a cada uno de nosotros, a fortalecer ese ambiente de familia en cada hogar. Así preparamos tu venida, que se note que Dios está con nosotros en mi casa, en mi hogar. Porque estoy alegre, porque me la paso sirviendo.
María va a pasar por este mundo facilitando el camino, para que nos acerquemos a Jesús. Y eso es lo que nosotros mejor podemos dar en nuestra casa, nuestro trabajo con las personas que vivimos que queremos: facilitarles ese encuentro con Jesús. Con un servicio desinteresado, alegre y pronto. Seguimos contemplando esta escena.