El Evangelio que nos propone la Iglesia el día de hoy, es un texto de san Lucas. No voy a leerlo todo, sino una parte que me parece importante para la meditación de hoy, para hablar Contigo, Jesús.
«El que no está conmigo está contra mí. Y el que no recoge conmigo, desparrama».
A FAVOR DE JESÚS
Y me parece que esto como que se contraviene con otra predicación Tuya, Señor, que hablas de que los que no están en contra Ti están a favor Tuyo.
Cuando estos discípulos empiezan a prohibir que alguien expulse a los demonios en tu nombre. Tú se los dices con claridad.
Es que esto parecería que es exactamente lo contrario, pero en realidad es una parte fundamental.
«El que no está conmigo, está contra mí».
¿De qué lado nos decantamos si no estás conmigo? Y Señor, yo creo que todos los que hacemos estos ratos de oración aquí en hablar con Jesús, queremos estar Contigo, hablar Contigo, estar Contigo.
Queremos darle cada vez más importancia a Tu vida en nuestra vida. Vivir esa cercanía Contigo, Señor. Y es la misma cercanía que tenían tus discípulos.
El apóstol san Juan, por ejemplo, cuenta cómo pasaste Tú una tarde cerca de él y se fueron, él y otro más de sus amigos, detrás Tuyo, Señor.
Y el Evangelio dice:
«Y vieron dónde vivía y se quedaron con él».
Se quedaron Contigo. Y según iba pasando el tiempo, me imagino que se encontrarían cada vez más a gusto Contigo hablando de todo, de lo divino, de lo humano.
REZAR Y MEDITAR
Recuerdo que un conocido periodista alemán, dejó escrito hace tiempos una cosa que le sirvió, que había sido un ferviente militante comunista.
Y cuenta, que fue decisivo para su conversión la asistencia a una boda, a un matrimonio, porque allí vio cómo muchas personas estaban distraídas, mientras que el sacerdote, los novios y unos pocos más, estaban muy metidos en la ceremonia.
No se les veía muy a gusto, ni conectados con Dios. Entonces este hombre pensó y lo puso de escrito más tarde:
“Me sentí muy sorprendido por las posibilidades que ofrece rezar y meditar”.
Y es lo mismo que le pasó a san Juan aquella tarde junto al Señor, hablando de todo con Jesús. Descubrir que el Señor está de verdad junto a nosotros y que nos escucha es la clave para estar a gusto con Él y pasar tiempo a su lado. Esto es justamente ser piadosos.
Pero, ¿cómo se logra ser realmente piadoso? ¿Qué hacer para conectar con el Señor? Yo creo que todos tenemos experiencias de momentos en los que ese trato con Dios se nos hace cuesta arriba.
Y la verdad, es que conectar con Dios a veces puede resultar un poco complicado. Sin embargo, Él nos dice que intentemos hacerlo.
HABLAR CON JESÚS
Hace poco leí que en una exposición del barroco español ahí había de todo Inconfundibles Murillo, esculturas de Montañés, cuadros de Góngora, de Velázquez, las llamativas de las blancas, de Zurbarán.
Había unos tres chicos de quince o dieciséis años, estudiantes de un colegio de la ciudad que estaban delante de un famoso cuadro de Valdés, que representa muy bien la muerte. Y decían: “¡Qué asco! ¿A quién se le ocurre? ¿Por qué nos habrán mandado a venir a ver todo esto?…”
Claro, era evidente que no terminaban de conectar con el arte. Quizás llegar a contemplar una obra de arte, exige educación, tiempo…
Pero hablar con Dios no es así. Contemplar a Dios es más sencillo. Se trata sencillamente de saber que Dios está junto a nosotros, tal como nos ha dicho Él.
«Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
Hay que comenzar así. De hecho, el acto de piedad más básico es darme cuenta de que Dios está aquí.
Por eso, en estos ratos de oración comenzamos diciendo: “Señor, creo firmemente que estás aquí…”. Y podríamos decir Señor, creo que Tu dices la verdad, que estarás con nosotros todos los días hasta el final del mundo. Creo realmente que me estás escuchando…
Ahora que tú estás con estos audios, puedes decirle:
“Señor, creo firmemente que me estás escuchando realmente… “.
Díselo de corazón, porque se trata de poner nuestra fe en acto, de poner activa la fe, de intentar encender nuestro amor.
LAS GRACIAS RECIBIDAS
San Josemaría, en uno de sus últimos viajes a América, tuvo que encender una vela delante de una imagen y el fósforo o la cerilla se resistía a prenderse.
Y él, ante esa circunstancia en la que cualquiera de nosotros hubiera comentado ‘los fósforos no son como los de antes, o están mojados o húmedos’. San Josemaría, que tenía esa visión sobrenatural, comentó: “Así nos pasa a nosotros cuando nos resistimos a las gracias que Dios nos da”.
Hay que tener un poco de paciencia, insistir, y mientras él seguía intentando encender los fósforos o las cerillas hasta que aprendiesen. Y ya está.
Este es un suceso corriente, pero pone de manifiesto que la fe le llevaba a san Josemaría, a saber, que Dios estaba a su lado en todas las circunstancias y que lo nuestro es intentar encender la vela de la oración continuamente.
Pero, ¿por qué en la práctica nos resulta a veces difícil actuar como si Dios no estuviera junto a nosotros?
Pienso que la dificultad puede estar en nuestra cabeza, en nuestra imaginación, que está llena de a veces obstáculos de sapos, no de esos sapos de los que habla santa Teresa cuando una persona entra en la primera estancia del castillo de la oración.
Por eso, hay que pedirle al Señor ayuda y hacer un breve acto de fe. Cada vez que empezamos nuestros ratos de oración, Señor, Tú estás aquí. Creo que me ves y que me oyes.
Y decía también san Josemaría, “
Con cuánta necesidad de mi alma escribí estas palabras porque tenía necesidad de saber, de reafirmar que el Señor me oía,
y ahí las dejé para siempre como oración preparatoria”.
SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO
Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. No está escondido en el Sagrario, está aquí con nosotros porque es de nuestra familia.
Hemos de tener presente al Señor en todo lo que hacemos, especialmente conviene hacer este acto de fe. Cuando empezamos una práctica de piedad, cuando empiezas a rezar el Rosario, hacemos una visita al Santísimo, o cuando saludamos rápido al Señor en el Sagrario con una genuflexión.
Señor, estás aquí… Creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes, porque todos esos actos de piedad se pueden hacer realmente. Pero hacerlo sin el Señor, sin tener esa conciencia viva y real de que estamos tratándolo, hace que pierdan valor, mientras que cuando nos esforzamos por conectar con Él, ese esfuerzo hace que las cosas tengan más fuerza.
La piedad tiene más sentido. No se convierte simplemente en una rutinaria repetición de actos sin vida, como el que estaba fumando y no se da cuenta de que enciende incluso otro cigarrillo y sigue fumando, sino que se vuelve algo de vida.
La piedad no puede ser repetición rutinaria o búsqueda de cumplir para estar a gusto con uno mismo, es como decir ‘en paz con Dios’.
Claro, porque no hemos buscado realmente su presencia. Sería ridículo ir a misa por costumbre, al contrario, hay que encontrar esa fuerza ahí, porque rezar, tener piedad es conectar con Dios. Establecer comunicación es descubrirlo.
“Rezar no es dirigirse a algo abstracto. Dios no es una hipótesis filosófica”,
decía Benedicto XVI,
“no es algo que tal vez exista, sino que nosotros lo conocemos y Él nos conoce a nosotros. Podemos conocerlo cada vez mejor si permanecemos en diálogo con Él”.
“Tenemos certeza de Dios, aunque calle”,
decía el Papa,
“que estemos siempre a favor de Jesús, nunca en contra”.
Señor, ayúdanos a conectar más con Jesús.
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