Se encontraba Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, y ahí había un hombre poseído por un demonio.
Y entonces, en cuanto lo ve a Jesús se enfrenta con Él y le dice a Jesús, -se ve que eran varios demonios, porque hablan en plural-:
«¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a torturarnos? Nosotros sabemos quién eres Tú: el Santo de Dios.»
(Lc 4, 34)
Quiero detenerme en estas palabras, porque realmente, esta condición del “Hijo de Dios”, esta condición de Jesús…
EL SANTO DE DIOS
Precisamente, el ser: “El santo de Dios”, eso es lo que a los demonios los pone mal, los demonios no pueden soportar la santidad divina, la presencia de Dios, la presencia del justo, la presencia del santo les resulta incómoda.
Y les resulta incómoda, no solamente a los demonios.
El libro de la Sabiduría, capítulo 2, nos cuenta cómo es esa actitud de las personas que están metidas en su propia vida, en su propio interior, en su propio egoísmo.
Ellos no pueden soportar la presencia de alguien, que de alguna manera les está diciendo, qué es lo que tienen que hacer.
El libro de Sabiduría dice:
“Venid, oprimamos al justo, porque su sola presencia nos resulta molesta.”
(Sab 2, 12)
Me acuerdo, que un matrimonio amigo mío me contaba, lo que les había pasado a ellos en una ciudad chica, donde se conocían todos más o menos.
Y entonces, había varias personas que estaban alejadas de la fe, que no vivían conforme a la fe.
Y entonces, un día llegan ellos a un restaurante donde estaban estos conocidos, y en cuanto ellos llegaron, empezaron a darse cuenta, como sus amigos iban hablando entre ellos, iban como murmurando…
Como diciendo: Acá llegaron estos, que con su presencia nos vienen a recordar que estamos en el error, su sola presencia nos resulta insufrible.
Ellos solamente con estar presentes, nos están recordando que nosotros estamos alejados de Dios, o que no estamos en el bien.
MIEDO A LA CERCANÍA DE DIOS
Estas personas no habían hecho absolutamente nada para recriminarles, no les habían dado ninguna lección, no estaban señalando con el dedo, ninguna de estas cosas…
Pero solamente la presencia de ellos, ya les resultaba molesta.
Bueno, si el demonio reconoce que Jesús es santo, pero la santidad de Jesús le resulta insufrible.
Y a las personas que están apartadas de Dios, también les pasa lo mismo.
Vamos a dar un pasito más todavía; incluso imaginemos, que nosotros estamos intentando acercarnos a Dios, que estamos intentando hacer: “buena letra”…
Nosotros también le tenemos miedo a la cercanía de Dios, muchas veces uno intenta como no rezar demasiado, o no leer demasiado el Evangelio, o no enterarse demasiado.
Porque si nosotros nos enteramos demasiado, quizás es posible que sintamos la voz de Dios.
Quizás, es posible que Dios nos pida algo más, quizás pueda ser arriesgado. El amor siempre ha sido una cosa arriesgada.
Y qué pena no descubrir que el amor es un negocio, en todo negocio hay que arriesgar siempre un poco.
Pero bueno, ¡el amor es así! Para poder amar de veras, hay que estar dispuesto a perder algo.
LA FELICIDAD DE LA VIDA
Para poder ser felices, es necesario estar dispuestos a tener que dar algo, a tener que desprendernos de algo.
Hay una anécdota, es una historia antigua, la cuenta Tagore en su libro: Ofrenda Lírica:
-Y es un hombre en una ciudad antigua, que iba pidiendo limosnas de puerta en puerta, por el camino de la aldea.
Y entonces se dirige al rey, porque ve que llega un carro, un carro de oro, que aparece allá a lo lejos, como un sueño magnífico.
Dice: -Yo me preguntaba maravillado: ¿Quién sería aquel rey de reyes? Entonces, se venía acercando ese carro, esa carroza, y le parecía que era el rey.
Y efectivamente, a medida que se acercaba, iba descubriendo que sí, que era el rey. -Entonces, dice que sus esperanzas volaron hasta el Cielo.
Y pensé, que se habían acabado mis días malos, y me quedé guardando esas limosnas, esos tesoros miserables.
La carroza, -dice- se paró a mi lado. -Me miraste y bajaste sonriente. -Le habla al rey-
Sentí que al fin me había llegado la felicidad de la vida.
Y de pronto, tú me tendiste la diestra, diciéndome: – ¿Puedes darme alguna cosa?
Y entonces, este hombre, este mendigo, le dice al rey: – ¡Qué ocurrencia la de tu realeza, pedirle a un mendigo!
Y entonces cuenta cuál fue la reacción, y dice: -Yo estaba confuso, y no sabía qué hacer.
Luego, saqué despacio de mi bolsa un granito de trigo y te lo di. Bueno, lo más miserable que tenía, eso es lo que él le dio al rey.
CÓMO SE LE OCURRE AL REY, PEDIRLE A UN MENDIGO
Estaba sorprendido porque el rey le iba a pedir a él.
Pero, ¡Qué sorpresa la mía, cuando al vaciar por la tarde mi bolsa en el suelo, encontré un granito de oro, en la miseria del montón!
-Qué amargamente lloré, de no haber tenido corazón para dárteme todo.
¡Pobre hombre! El rey le había pedido algo y él no le había querido dar. Solamente le había dado lo más chiquitito que tenía, lo mínimo.
-Claro, él no sabía que el rey le iba a devolver multiplicado, todo lo que él le diera.
Y entonces, no tuvo la generosidad, le molestaba, le molestaba esa actitud del rey, de que le pidiera.
¿Cómo se le ocurre al rey, pedirle a un mendigo?
Y bueno, cuando Dios nos pide, nos pide para darnos.
Cuando Dios nos pide que hagamos un trabajo, que a lo mejor nos cuesta, cuando nos pide una lucha que nos resulta que la teníamos archivada, y que no la queremos volver a reeditar, cuando él nos está pidiendo eso, en realidad nos está pidiendo para darnos.
Es bueno que nosotros le perdamos el miedo a Dios, no solamente las personas que están decididamente en contra de Él, nosotros que queremos seguirlo.
PROMESAS DE FELICIDAD
En la medida en que nos demos cuenta de esta realidad, vamos a ser felices.
Las bienaventuranzas son precisamente eso, “son promesas de felicidad”: Bienaventurado el limpio de corazón, porque él verá a Dios.
Bienaventurado el que es pobre, porque a él le pertenece el Reino de los Cielos.
Bienaventurados la misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados si hacen todas estas cosas.
Bienaventurados aquellos que sirven a los demás.
Encontraremos nosotros en esa imitación de Jesús, en ese ser como Jesús, en intentar ser como Jesús, vamos a encontrar precisamente la paz, la felicidad.
Todos esos bienes que nosotros necesitamos, de los que tenemos absoluta necesidad.
Que le perdamos entonces el miedo a seguirle los pasos a Jesús.