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JESÚS EN LA ESTACIÓN DEL TREN

En la estación de tren

JESÚS SE APARECE EN EL METRO

¡Felices Pascuas de Resurrección!

Quiero comenzar este rato de conversación con Jesús con una historia que me impactó. La vi hace unos días en las redes sociales. La aparición de Jesús, una vez fue flagelado, una vez fue coronado de espinas, fue presentado como ecce hommo (he aquí el hombre), en una estación terminal -más concretamente en la estación Padre Pelagio, en Goiana, en el estado de Goiás, en Brasil.
Un actor representando a Jesús.  Sus manos estaban amarradas; su cuerpo estaba cubierto de sangre, coronado de espinas. Estaba preparado ya para cargar la cruz y subir al Calvario. Y entró en esa estación, la gente comenzó a mirarlo y no sabían qué hacer. La gente no sabía qué hacer. Él fue y se sentó en un butaco, y algunas personas se detuvieron. Algunas, incluso, se atrevieron a acercarse; y muchas decidieron mirar a Jesús. Mirarlo.
Cuenta el actor, apellido Toni, que reflexionó mucho en esos momentos. Él no tenía que hacer nada, sino estar ahí sentado. No tenía que hablar, no tenía que gesticular, no tenía que hacer nada, simplemente sentarse allí. Y cuenta que reflexionó mucho en esos momentos sobre las conversaciones. Curiosamente hablaba de conversaciones. La gente no iba a conversar, la gente iba solamente a mirar, pero cuando a él le preguntaron cuál fue su experiencia, dijo eso: me impresionaron mucho las conversaciones tan profundas que tuvieron los viandantes, como si fueran secretos, pero sin decir una sola palabra. (Presione para verlo)

Este actor dijo sentir la necesidad que tiene la gente de recibir una mirada cara a cara. Las personas no estaban siendo miradas, y estaban sedientas de esa necesidad. De recibir una mirada, de recibir cariño, amor, comprensión, ser acogidas. Alguna señora tomaba su mano, lloraba, se ponía sobre sus piernas, sin hablar, sin hablar, todo en silencio. Muchos no le dijeron nada, solo sintieron ese momento.
La gente también no tuvo reparo en tocar sus manos o sus piernas de sangre. Era todo maquillaje, pero a él le impresionó eso, que muchos se arrojaron allí sin reparo. “Creo que nunca olvidaré las miradas que recibí y la sensación de que las personas necesitan ser observadas, necesitan atención”.

MIRAR A JESÚS CON LA MIRADA DEL CORAZÓN

Y tú y yo estamos haciendo oración. Muchas veces somos muy automáticos para mirar a Jesús. Debemos detener la mirada en Jesús. Señor, ahora que conversamos con Vos, ¡claro! conocemos muy bien tu historia, pero muchas veces la abarcamos de manera muy superficial. De ahí, la necesidad de vivir la experiencia de detenernos delante de Jesús y mirarlo. Es lo que hacemos en estos ratos de oración, o cuando entramos a una capilla del Santísimo.
Este actor estuvo una hora y 15 minutos. Y el ejercicio también quería probar cómo la gente dejaba el ajetreo del día. Imagínense una estación de tren, una estación de un metro. ¡La gente va a toda velocidad! Nadie se detiene a mirar a nada, ni a nadie, ni a reparar ningún detalle; todo el mundo va corriendo. Pues también es importante dejar el ajetreo del día y ponernos delante de Jesús, mirar a Cristo, pobre, sufriente.
Una frase que acompañó esta actividad allí en el metro: “El mal de la humanidad es el olvido de la Pasión de Cristo”. Pero tú me dirás: Padre, ya estamos en Pascua, ya Jesús resucitó. ¿Cierto? ¿Por qué volver la mirada atrás para mirar a Jesús en la Pasión? Y tienes razón. Es verdad, porque ahora Jesús te miramos resucitado. Te queremos mirar resucitado. Bueno, pues vamos a buscar la mirada también de Jesús resucitado.
Hoy es el segundo domingo de Pascua o domingo de la Divina Misericordia. Vamos a encontrarnos con esa mirada de misericordia de Jesús.
En el Evangelio de la Misa de hoy hay una frase que es con la que yo me voy a quedar para el resto de este día. Yo te sugiero que te la quedes para que la vayas meditando, reflexionando, que la tengas en tu cabeza y en tu corazón para continuar este rato de oración -la oración tiene que ser todo el día, no solamente estos diez minutos, todo el día. Esa frase es:

“¡Hemos visto al Señor!” (Jn 20, 25).

¡Hemos visto al Señor! ¡He visto al Señor! Me lo encontré en el metro.

El Evangelio cuenta que esa noche del primer día de la semana, estaban los discípulos encerrados, muertos de miedo. Y “Entró Jesús y se puso en medio de ellos y les dijo: Paz a vosotros”. (Jn 20, 19).

No lo podían creer. Allí estaba Jesús. Y esto lo dijo dos veces:

“¡Paz a vosotros!”  (Jn 20, 21).

Y les mostró sus manos, les mostró su costado.
No estaba el mellizo -así era el apelativo cariñoso de Tomás. Jesús le ponía apodos a sus discípulos, los trataba con mucho cariño, con mucha confianza. No estaba. Y gracias a Tomás tenemos este relato, porque ese

hemos visto al Señor”

los apóstoles se lo cuentan precisamente a él, que no lo ha visto, que no tuvo esa experiencia. Los demás sí, él no. “Tomás, ¡hemos visto al Señor!” Por eso esa es la frase de hoy.

JESÚS, TÚ ME MIRADA ES AMOR

Pero yo quiero sugerirte una pregunta. Es importante mirar a Jesús, es importante nuestra experiencia, desde luego. Pero te sugiero que pienses mejor en la experiencia que puede tener Jesús al mirarte a ti. Es más poderoso.
Señor, yo te miro y experimento muchas cosas. Pero Tú, ¿qué experimentas cuando me miras a mí? ¿Cómo me ves? Necesito esa mirada.
Y esa es la experiencia de la Resurrección, más que la experiencia de la Pasión, Señor, porque en la Pasión ¡te dejamos solo! Tendrías que aparecerte cubierto de llagas en un metro. Bueno, de hecho te apareces en nuestros hermanos necesitados, pobres, enfermos, solos.
Pero en la Resurrección no: en la resurrección quieres salir al encuentro de todos, de todos, de todos. Y quieres mirarnos. ¿Y cómo es esa mirada? ¿Cómo es esa mirada de Jesús? Una mirada de cariño, de comprensión, de atención, de amor. Jesús no nos quiere mirar para juzgarnos. Él nos quiere mirar para decirnos: A ver, cuéntame tus pecados, ¿cuáles son tus pecados? Jesús nos quiere mirar para confesarnos. Es una mirada de cariño.

LA EUCARISTIA UN BESO DE AMOR

Gracias, Señor, por quedarte en la Eucaristía, en el Sagrario. Allí te podemos buscar las veces que queramos y sentir tu mirada puesta sobre nosotros. Y la consecuencia de esa mirada, ¿cuál es? Que nos traspasa el corazón, la mente.
Me impresionó mucho lo que dijo el Papa en la homilía de la misa Crismal, el pasado Jueves Santo, comentando las lágrimas de Pedro, esas lágrimas que no salieron durante los años en los que estuvo con Jesús. Señor, tus milagros no pudieron mover a Pedro, no pudieron mover esos sentimientos
Tuviste que esperar hasta ese momento, hasta que lo miraste, después de que te dijo: -No lo conozco tres veces. Pero tú, Señor, siempre con creatividad, descubriste la manera de mirarlo en algún momento, de pasar la mirada por sus ojos y detenerte ahí y mirar a san Pedro. Lo miraste, ¿y cuál fue la reacción de san Pedro? Lágrimas auténticas de vergüenza, de arrepentimiento… Pero sintió con esa mirada un amor muy grande que lo llevó a convertirse.
Pues, Señor, yo ahora te pido esto para mí: que me deje atravesar sin reservas por tu mirada. Dejarme atravesar por tu mirada y dejar que Tú experimentes lo que Tú quieras, Señor, al mirarme. Me puedes mirar. ¡Mírame! Entra en mi corazón, en mi mente y aduéñate de mi interior. Te permito eso, te permito esa experiencia: que Tú tengas esa experiencia y que me conviertas con tu gracia, con tu ayuda.
Jesús quiso tener a su Madre bendita junto a nosotros, junto a la cruz. Ella también nos mira como “Madre, como Abogada, como Camino” seguro (cfr. Camino, n.495).
Y a través de esa mirada, muchas veces encontraremos la mirada de Jesús.

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