Jesús cura a la suegra de Pedro
Hoy, en la Santa Misa leemos -o vamos a leer, si todavía no has podido asistir al Santo Sacrificio o, a lo mejor, verlo por medios digitales debido a la situación en la que vivimos-; leeremos que Jesús sale de la sinagoga y se dirige a la casa de Simón y de Andrés donde, por lo visto, se alojaba. Y ahí también le acompañan Santiago y Juan.
Y entonces vemos, nos cuenta San Marcos, que
“la suegra de Pedro estaba acostada con fiebre, entonces le hablan de ella, se acerca, la toma de la mano y la cura inmediatamente: desaparece la fiebre y empezó inmediatamente a atenderlos”
(cf. Mc 1, 30-31),
a tener esos detalles de hospitalidad con el Señor, con los discípulos.
Y a continuación, sigue el relato y dice que ya por la tarde,
“cuando se había puesto el sol, comenzaron a llevarle al Señor a los enfermos y los endemoniados”
(Mc 1, 32),
Porque se corrió el rumor, la noticia de que Jesús de Nazaret estaba allí. Y entonces, no eran tontos, por supuesto, y aprovecharon.
Entonces nos dice San Marcos que
“toda la ciudad se agolpaba en la puerta”
(Mc 1, 33).
¡Nos imaginamos la locura! Hoy es impensable, por el tema el distanciamiento social, pero ahí, que no había ese problema pues… y además no les importaría porque aquí está Jesús, quien puede curar a esas personas que tienen enfermedades. A lo mejor habría tullidos, ciegos, tantas enfermedades como leemos en los Evangelios, y además algo que no tenía cura, que era un endemoniado, que es algo que supera a la medicina, ¿no?
Allí estaban, gente con diversas enfermedades y el Señor los cura, expulsa muchos demonios y nos da un detalle: no les permitía hablar porque sabían quién era. es que, los endemoniados o el demonio que estaba dentro, sabia que ahí estaba Dios. Y entonces empezaban a gritar y decir: sabemos quién eres, eres el Hijo de Dios o eres el santo de Dios. Jesús no lo permite, no les permite hablar.
Y una tercera parte, digamos, de este Evangelio que tenemos el día de hoy, es que ya, después de esta jornada que ha tenido el Señor, allí en la casa de Pedro, de madrugada, todavía muy oscuro, se levanta.
“Salió y se fue a un lugar solitario y allí hacía oración”
(cf Mc 1, 35).
Yo no sé si a tí te pasa lo mismo, pero a mi me conmueve, y me lleva a querer imitar al Señor en este deseo de oración. En el caso del Señor, que es Dios, el Hijo de Dios hecho hombre, de querer estar en esa intimidad con la Santísima Trinidad, con las otras personas de la Santísima Trinidad.
Y entonces, cuando el Señor está allí que se ha levantado temprano, Pedro sale a buscarle, y también los otros que estaban con Él. Y entonces al verle
“le dicen: todos te buscan”
(Mc 1, 37).
Es decir, que muy probablemente, las personas que estaban el día anterior o los que no habían podido ser atendidos, habían dormido fuera de la casa de Pedro, o ya muy tempranito se habrían, otra vez, reunido fuera de la casa de Pedro con sus enfermos, con sus endemoniados, para buscar a Jesús.
Y el Señor les dice:
“Vámonos a otra parte, a las aldeas vecinas, para que predique también allí, porque para esto he venido. Y paso por toda Galilea predicando en sus sinagogas y expulsando a los demonios”
(Mc 1, 38-39).
Jesús, médico de cuerpo y alma
Pues ¿qué podemos sacar tú y yo de estas de estas líneas, de estos versículos del Evangelio?
En primer lugar, vemos el poder de Jesús que se manifiesta sobre la enfermedad y además sobre los demonios. Y de este modo, nos deja una idea y es que Jesús es ese médico que puede curar todas las enfermedades.
Por supuesto, con el poder divino podría curar cualquier enfermedad física del cuerpo, pero de manera ordinaria no es así. Para eso, pues el Señor nos ha dado todos esos medios de la medicina. Sobretodo, Jesucristo es ese médico del alma, aquél que puede hacernos volver a vivir cuando morimos a la gracia, cuando caemos en pecado, que es la muerte.
“Por eso, Señor, ayúdanos, que por ese amor que tenemos hacia Ti, tengamos horror al pecado grave”.
Y por supuesto, y esto aconsejan los santos -San Josemaría también lo aconsejaba- que también tengamos ese horror, ese temor al pecado venial deliberado. Es decir, pensar: bueno, voy a decir esta mentira y así, pues, me libro de este compromiso; o bueno, ya que no hice esto voy a mentir; o voy a robar esto que no tiene mayor importancia.
Como que uno se da permiso a sí mismo para un pecado venial, como esto no es pecado grave, pues no pasa nada.
“Porque Señor, no queremos que haya nada en nuestra vida, nada en nuestra vida que nos aleje de Ti. Que nos haga daño, porque al final de cuentas, el pecado nos hace daño a nosotros, y por eso acudimos a Ti que eres ese médico, el médico, y que puede hacer que nos levantemos de esa enfermedad”.
Cuando uno enferma, pues muchas veces cae en cama, cae con fiebre. Pues, y uno no quiere estar así tumbado, uno puede tener -cuando uno se resfría, o tiene una enfermedad de estas que te tumba- fiebre, dolor del cuerpo, y se siente mal, no puede hacer nada, no puede leer, ni trabajar, ni pensar… No quiere uno estar allí. Uno quiere levantarse, recuperar su salud.
Pues entonces, que acudamos al Señor y le mostremos la herida para que Él nos cure, para que Él nos ayude.
No dialogar con la tentación
Luego, en este relato que estamos meditando contigo Señor, hay algo que particularmente llama la atención, que se da aquí y en otros versículos en otros Evangelios.
Es que Jesús no deja que los demonios hablen y los demonios, al menos por lo que vemos, no le dicen cosas feas, sino que, por el contrario, ellos afirman, reconocen que Él es Dios. Y uno diría ¡fantástico! es publicidad gratuita. ¿Por qué el Señor no deja que los demonios hablen, que le reconocen?
Parecería que en realidad lo que el Señor busca con esto es no aceptar el testimonio de los demonios. Y es que no quiere aceptar en favor de la verdad, el que es la verdad, el Hijo de Dios, el testimonio del demonio que es el padre de la mentira.
“Y con esto Tú, Señor, nos das una lección, un mensaje también, y es: no dialogar con el demonio, no dialogar con la tentación”.
Cuando leemos el Génesis encontramos cómo la serpiente antigua, el demonio, inicia un diálogo con Eva. Y ahí es digamos, es como las serpientes que en cuanto la presa se ha descuidado, se enrosca, ¿no? se enrolla sobre su presa y la empieza a ahogar.
Y es lo que pasa con Eva realmente. La serpiente le dice:
“¿Así que Dios les ha dicho que no pueden probar del fruto de ningún árbol? Y Eva le dice: ¡No, no! Podemos comer de todos menos de ese”
(cf. Génesis 3, 1-3).
¡Ya cayó! Porque es lo que quería el demonio: hablar con ella. Y así la engaña, le dice mentiras – le ha dicho la primera mentira, luego viene otra y otra, y así es con la tentación.
Por eso, estemos prevenidos de esas tentaciones, que nos alejemos de las tentaciones; que recurramos inmediatamente al auxilio divino que no nos va a faltar. A ese Jesús, “a Ti Señor, que eres el médico de nuestras almas”. Y para eso es muy importante la oración.
El Señor, en esta la tercera parte del Evangelio, nos da el ejemplo de acudir siempre a la oración, que estemos siempre en oración, que cuidemos la oración.
Dice San Josemaría: “¡Solamente en la oración, y con la oración, aprendemos a servir a los demás!” (Es Cristo que pasa, 51).
Podríamos decir: a servir a los demás, a estar atentos a los demás y también a estar atentos a lo que Dios quiere de nosotros, y atentos de aquellas cosas que nos puedan alejar de Dios -cuando se acerca el demonio, como las serpientes, arrastrándose en silencio para atacarnos.
Pues Dios no lo va a permitir. Y tenemos también a nuestra Madre Santísima que ya le aplastará la cabeza.
Pues, acudamos mucho a esos medios sobrenaturales, que pongamos todos los medios para que no haya nada, ni nadie que nos aleje de Dios.