JESÚS PUEDE ESCALAR POR AMOR
“En aquel tiempo Jesús fue a Nazaret, donde se había criado” (Lc 4, 16).
Jesús, me hubiese gustado que en este evangelio de San Lucas, tuviéramos más detalles de tu pueblo; de allí, donde jugabas de pequeño, donde tu papá, San José, tenía su taller.
Pero en este pasaje solo se nos habla de un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo. Por eso esta meditación se titula Jesús sabía escalar. Todos esos montes te los conocías y lo sabías escalar perfectamente. Te gustaba escalar -hacías también rapel.
Pero nos cuenta san Lucas que “entró Jesús en la sinagoga como era su costumbre los sábados” (Lc 4, 16). Bonito también mirar a Jesús que vive unas costumbres de cuna. Allí lo llevaba su papá y su mamá: iban a la sinagoga los sábados.
Y ahora Jesús ya no entra como un niño ni como un adolescente; Jesús entra ahorita como profeta. También eres Rey y Sacerdote, pero después te vas a manifestar como Rey y Sacerdote. Por ahora, como profeta, allí en la sinagoga de tu pueblo.
Era sábado, día de descanso y oración para los judíos. Y se reunían para también instruirse en la Sagrada Escritura. ¡Qué importante es la formación doctrinal! Y comenzaba la sesión recitando juntos el Shemá, el resumen de los preceptos del Señor y las dieciocho bendiciones. Después se leía un pasaje del libro de la Ley -el Pentateuco- y otro de los Profetas.
El presidente, quien hacía cabeza, invitaba a alguien de los allí presentes para que leyeran la palabra, para que dirigieran la palabra. Como nos lo cuenta, por ejemplo, los Hechos de los Apóstoles en el capítulo 13 (Hch 13, 15).
A veces se levantaban voluntariamente personas para cumplir el encargo. De pronto el presidente no señalaba a alguna persona y estaba esperando a ver quién se levantaba. Y en esta ocasión parece que fue así, porque quien se levantó, quien se presentó fue Jesús. Se puso en pie para hacer la lectura.
EL UNGIDO POR EL ESPÍRITU
Sigue el Evangelio de san Lucas:
“Le entregaron el rollo del profeta Isaías y desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito” (Lc 4, 17).
Jesús, es que te estoy viendo; te estoy viendo. No eres nada afectado, no quieres llamar tampoco la atención; simplemente con sencillez te levantas, abres el rollo, estás emocionado -te tiemblan quizá un poquito las manos, tienes que tomar aire un par de veces para leer aquello. Lo que vas a leer es muy importante.
“…desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista, a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor”. (Lc 4, 18-19).
Claro, nosotros ahora leemos esto e inmediatamente pensamos: esto hace alusión al mismo Jesucristo, que es el Mesías, que está ahí en esa sinagoga. Pero en ese momento no fue así. No fue así. En ese momento -bueno, yo creo que ahora tampoco, Señor-, podremos entender qué es que fuiste ungido por el mismo Espíritu.
“El Espíritu del Señor está sobre mí porque él me ha ungido.” (Lc 4,18)
Y no es una unción con óleo o con ungüento material, sino que fue el Padre quien unge a su Hijo, lo constituye Salvador del mundo y su unción es del Espíritu Santo. Eso es un misterio. Ahorita lo leemos y lo damos por lo descontado.
Señor, este pasaje que tú lees es de Isaías 61 del 1 al 2. ¿Y qué hizo el profeta? Anunció la llegada del Señor que librará -que libraría- al pueblo de sus aflicciones. Ahí está, es él.
Y en este pasaje hay dos noticias importantes. La primera, la salvación; la salvación que obrará Dios con su pueblo. Y lo segundo, que el hombre elegido iba a ser el ungido por el Señor, quien iba a llevar a cabo ese plan. Y Jesús, que está leyendo, enseña que ambas cosas se cumplen en él. Simplemente lo lee.
San Lucas no nos da detalle, Señor, si tú seguiste explicando o si respondiste alguna pregunta. Solamente se nos dice:
“Y enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.” (Lc 4, 20).
¿Por qué? Y me gusta mucho esa expresión: Los ojos clavados. Silencio. Los ojos clavados. Mirar al Señor. Ahora tendríamos que hacer un poquito de silencio en esta meditación también para fijar los ojos en ti, Jesús, que tienes una luz muy poderosa. Y no porque en ese momento estuvieras, no sé, transplanteciente como Moisés. No, no. Ahí estás, siendo un hombre verdadero, un hombre de la época, un judío de la época.
Pero claro, proclamas la palabra del profeta Isaías, te sientas y todo el mundo se fija en ti. Es maravilloso. Y esta luz no es la luz de un reflector. Es una luz propia, propia. Y aquí nos podemos preguntar: Señor, ¿cómo es mi luz?
JESÚS SABE ESCALAR MONTAÑAS
El papa Francisco, ahí en Lisboa, nos dijo lo siguiente:
“Nuestro Dios ilumina; Ilumina nuestra mirada, ilumina nuestro corazón, ilumina nuestra mente, ilumina nuestras ganas de hacer algo en la vida, siempre con la luz del Señor. Pero quisiera decirles que no nos volvemos luminosos cuando nos ponemos debajo de los reflectores. No, eso encandila. No nos volvemos luminosos cuando mostramos una imagen perfecta, bien prolijitos, bien terminaditos, no, no, aunque nos sintamos fuertes y exitosos.
Fuertes y exitosos, pero no luminosos. Nos volvemos luminosos, brillamos, cuando acogiendo a Jesús aprendemos a amar como Él. Amar como Jesús. Eso nos hace luminosos”.
(Santa Misa para la Jornada Mundial de la Juventud, Homilía del Santo Padre, Parque Tejo, Lisboa, Fiesta de la Transfiguración del Señor, domingo 6 de agosto de 2023).
Muy bonitas palabras. La verdad, muy bonitas. Creo que todos los jóvenes inmediatamente se sintieron allí identificados.
JESÚS ES EL MESÍAS QUE ILUMINA AL MUNDO
Y sigue el pasaje de la Escritura, que nos sirve para hacer oración y meternos en la cena como un personaje más.
“Él comenzó a decirles:
Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.” (Lc 4, 21-22).
Primero te levantas, tomas el rollo, lees, vuelves a tomar aire, te sientas. Y como comprobaste Jesús que había silencio en la corte, allí, en la sinagoga. Todo el mundo te miraba, pues te levantaste. ¿Y qué dijiste? Sí, es verdad, hoy se ha cumplido ese escrito que acabáis de oír. Yo, que soy de aquí, de Nazaret, ustedes me conocen, de chiquito jugando aquí en estas calles. Es verdad, yo soy el Mesías. ¿Qué le voy a hacer?
“Y entonces empezaron a decir allí, ¿No es éste el hijo de José?” (Lc 4, 22). Como queriendo decir: No, venga, venga, espera un momentico, ya sabemos quién es. Ya no nos sorprendemos de usted.
Jesús, esto si ocurre en el campo humano, ¿cómo sería contigo? Si en el campo humano, qué maravilla cuando uno descubre nuevos talentos, capacidades en aquellos que se suponía que uno ya conoce bien.
DEJARNOS SORPRENDE POR JESÚS
No sé, una persona que uno dice: No, este ya lo conozco bien y de repente coge una guitarra y empieza a cantar. O de repente, no sé, se tira a una piscina y dice: ¿Quién compite conmigo una piscina? Y gana la carrera de sobrado. Uno dice, caray, yo no sabía que este personaje nadaba bien o cantaba así, o tocaba la guitarra o la flauta.
Ahora imagínate con Jesús. ¿Cómo nos sorprendería Jesús? ¿Cómo nos sorprendes? De hecho, Señor, en cada momento, en cada pasaje del Evangelio. Tenemos un gran riesgo de acostumbrarnos a ti. Y por eso es importante dejarnos sorprender de Jesús cuando hacemos oración también.
Vuelvo a mencionar unas palabras del Papa en Lisboa que fueron espectaculares. De hecho, fueron de las ideas con las que me quedé:
“Dios ama por sorpresa. No está programado. El amor de Dios es sorpresa. Es sorpresa. Siempre sorprende. Siempre nos mantiene alertas y nos sorprende.” (Ceremonia de acogida, discurso del Santo Padre, Parque Eduardo VII, Lisboa, jueves 3 de agosto de 2023).
Jesús, pero yo quisiera seguir, la verdad, comentando este pasaje, porque además sigue una cosa muy interesante, pero van once minutos de meditación y son diez. Vamos a dejar ahí. Solamente termino con una cosa.
ESCALAR E ILUMINAR
La gente empezó a dudar de Jesús y empezó a mirar mal a Jesús; se empezó a armar un corrillo ahí, un ambiente muy maluquito. Y entonces, dice el Evangelio:
“Todos en la sinagoga se pusieron furiosos. Y levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo.” (Lc 4, 28-29).
¿Y qué pasó? Allí donde comenzó todo, donde fue el anuncio del ángel a María, ahora hay un rechazo. Pero bueno, Señor, tenemos que terminar. ¿Qué hiciste Tú? Dice el Evangelio: “Se abrió paso entre ellos y seguía su camino.” (Lc 4, 30).
¿Qué pasó? Escaló esa montaña, para arriba o para abajo no importa, no importa qué hizo. ¿Qué creían? ¿Que ese Jesús de chico no había escalado esas montañas?
Señor ¡qué maravilla! Qué maravilla verte, contemplarte, tocarte, ver cómo hablabas, cómo te sentabas, cómo respirabas. Aprendemos de ti. Seguimos este rato de diálogo, este rato de conversación con Jesús, este diálogo con Jesús todo el día.