El evangelio de hoy nos habla de ese diálogo entre Jesús y aquella mujer cananea. En el cual ella va a pedirle un favor y Jesús, en repetidas oportunidades, parece negarse a esa petición que ella le hace.
Cuando nosotros escuchamos el relato, nos parecería como que Jesús es un poco cruel, como que Jesús le está pidiendo demasiado… Y bueno, Jesús sabía cómo hacía las cosas, por qué las hacía.
Jesús conocía perfectamente quién era aquella mujer, cómo era su fe, qué era lo que había adentro del corazón. Jesús la pone a prueba, fundamentalmente, para que nosotros aprendamos del corazón de esa mujer, de la fe, la humildad, de la confianza de esa mujer.
Quiero detenerme un poquito en esto de las pruebas que Dios nos pone. Porque, a veces, nosotros podemos pensar que las pruebas que Dios nos pone son como las de los profesores en los colegios o en las universidades. Que son pruebas que ellos las ponen, para saber si realmente nosotros sabemos.
Esto, en el caso de Jesús, no es así. En el caso de Dios no es así, Dios sabe perfectamente cómo somos, no necesita asegurarse de que nosotros somos de esa manera, él ya lo sabe. La prueba que Dios nos pone es una prueba para que nosotros crezcamos. Es una prueba para que nosotros, demos un paso adelante, es una prueba para que nosotros seamos un poco mejor.
Es como en las competencias, cuando una persona se exige más para batir un récord y para crecer fundamentalmente.
Entonces, esto es lo que hace Jesús. Él conoce perfectamente ese corazón de la mujer y entonces quiere que nos quede a nosotros de manifiesto, cómo es esa capacidad que ella tiene para seguir adelante.
LA FE Y CONFIANZA DE LA MUJER CANANEA
Aunque pareciera que Jesús no la escucha, pareciera que Jesús no le interesa su problema, ella sigue adelante, porque ella tiene una enorme fe, una enorme confianza. Entonces, ante tres negativas del Señor, primero con el silencio. Después, cuando le dice que él solamente ha sido enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
Por tercera vez, le dice que no es lícito dar a los perros la comida de los hijos y ella tiene esa respuesta preciosa, dice:
“-Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores…”
(Mt 15,27).
La verdad es preciosa la respuesta. Es muy parecida a la respuesta que da el centurión:
“-Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Pero basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano”
(Mt 8, 8).
“Porque, no hay ninguna necesidad de que vos vengas hasta donde yo estoy, yo sé perfectamente que vos tenés el poder para hacer este milagro, aunque no vengas a mi casa, aunque no estés presente físicamente.”
Es una maravilla, ¿no? Cómo esa fe, tanto la del centurión, como la fe de la cananea, al Señor lo conmueven. Las personas que consiguen los milagros, fundamentalmente, son las personas humildes: el centurión, la cananea…
Cuando Pedro le dice, después de haber visto la multiplicación de los panes y los peces:
“-Señor, Apártate de mí, que soy un pecador…”
(Lc 5, 8)
San Pedro decía que Dios a los humildes les da su gracia. Es decir, la humildad conmueve a Jesús, lo conmueve y también la confianza.
JESÚS NOS ENSEÑA CÓMO PEDIRLE
Esta oración de la cananea también me hace recordar a la petición de María en las bodas de Caná. Me ha gustado mucho esa imagen, porque Jesús le está diciendo a su Madre que no es un problema de Él que los novios se hayan quedado sin vino. Él, no vino para arreglar los problemas de un casamiento, cuando hicieron mal los cálculos. No vino para eso.
A mí me gusta imaginarme cómo entre María y Jesús había esas miradas de complicidad. ¿No es cierto? El Evangelio no cuenta todos los detalles, es muy parco, pero seguramente había una complicidad. María ya sabía que Jesús le iba a hacer caso:
“-Hagan lo que Él les diga…”
(Jn 2, 5).
María ya sabía cómo iba a actuar Jesús, tenía una confianza enorme, una intimidad enorme con Él.
Jesús poniéndonos esos ejemplos, dice cómo quiere que nosotros nos comportemos. Cómo quiere que nosotros pidamos. Quiere que pidamos con confianza, quiere que pidamos con humildad.
Santo Tomás se preguntaba, cuál es la razón de ser de la petición. ¿Por qué Dios quiere que nosotros le pidamos? Entonces, explica Santo Tomás: Entre los seres humanos la petición tiene dos finalidades, la primera finalidad es informar a la persona de cuál es la necesidad que nosotros tenemos. Le informamos a quien nos quiere ayudar, le decimos: Tengo esta necesidad…
Claro, esto con Dios no vale, porque Dios ya sabe qué es lo que necesitamos. O sea que, esta primera razón de ser de la petición no tiene sentido con Dios, Él ya sabe qué es lo que necesitamos.
La segunda petición es convencer a la persona -que nos puede ayudar- que nos ayude… Entonces, tampoco esto, hablando de modo estricto, haría falta en el caso de Dios, porque Dios tiene una voluntad inamovible, podríamos decir. Él no está fluctuando en su voluntad. Pero, sí es cierto que lo que el Señor quiere es que nosotros mismos crezcamos en la insistencia.
CRECER EN CONFIANZA Y FE
Es decir, somos nosotros quienes nos beneficiamos cuando confiamos en el Señor. Somos nosotros quienes nos beneficiamos cuando no nos consideramos dignos de recibir lo que hemos pedido.
Somos nosotros los que nos beneficiamos con la perseverancia, cuando verdaderamente confiamos en que el Señor nos lo va a conceder.
Interesante esto, ¿no? La confianza, la fe, lo que hace es ponernos más cerca del corazón de Dios. Nosotros tenemos la experiencia de que cuando alguien confía en nosotros, cuando alguien nos pide un favor o cuando alguien se apoya en nuestra amistad, nos sentimos honrados, sentimos que realmente nos valoran, nos quieren, ¿no es cierto?
Bueno, nosotros crecemos en el amor a Dios y nosotros crecemos en intimidad con Dios, cuando actuamos de esta manera. Cuando imitamos a aquella mujer cananea que confía en Dios a pesar de sus negativas. A pesar de que podría sentirse rechazada.
Tomemos el ejemplo de esta mujer que, verdaderamente, lo que le interesa es el bien de su hija y que realmente tiene puesto su corazón, su confianza en el Señor.
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