En esta semana de Pascua por la que estamos atravesando, la liturgia de la Iglesia nos habla de esa despedida de Jesús.
El Jueves Santo les avisa a sus discípulos que se va a ir, que tiene que volver al Padre y entonces les dice que ellos estarán tristes por esta partida. Pero les cuenta que esa tristeza, en algún momento, se va a convertir en alegría, se va a convertir en gozo.
Pone el ejemplo de lo que le pasa a la mujer cuando va a dar a luz.
En el momento en el que está en el parto, en medio de los dolores realmente tiene miedo, tiene temores ¡claro, llegó su hora! pero una vez que ha tenido a su bebé en sus brazos ya no se acuerda del dolor y le nace una alegría enorme, porque ha traído una nueva vida al mundo y esa vida es suya y le llena el corazón.
Ese es el ejemplo que pone Jesús:
“Ustedes de la misma manera ahora están tristes, pero Yo los volveré a ver y se volverá a alegrar vuestro corazón y nadie os quitará esa alegría”
(Jn 16, 22).
LA ALEGRÍA ESTÁ VINCULADA CON EL AMOR
Es precioso esto que el Señor nos anuncia, que está muy vinculado con el amor, porque la alegría está vinculada con el amor. No es algo ajeno, sino que es la primera consecuencia de la posesión de aquello que uno ama.
Cuando a uno le gusta la comida y está comiendo algo rico, tiene alegría. Si a uno le gusta la música y está escuchando un concierto o una música que le resulta agradable, está alegre.
Si a uno le gusta viajar y consigue un tour en buenas condiciones económicas, “all inclusive”, está contento porque posee aquello que ama.
La persona enamorada, en presencia de su amor, está alegre. No hay nada -podríamos decir- que cause más alegría que estar junto a la persona amada; saberse amado y estar junto con él.
La alegría, por tanto, es lo primero que surge como consecuencia de poseer aquello que uno ama. Esto es muy interesante porque es una virtud absolutamente cristiana.
EL AMOR MÁS GRANDE
San Pablo nos decía:
“Alegraos siempre en el Señor. De nuevo os lo digo: alegraos”
(Flp 4, 4).
Ciertamente, de todos los amores que nosotros tenemos, el amor más grande es el amor a Dios y, por tanto, la mayor de las alegrías es la alegría que nos produce estar junto con el Señor.
Es muy lindo, les recomiendo que lean los primeros puntos de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, se los leo a modo de anticipo.
“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento.
Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”
(Evangelii Gaudium, Papa Francisco).
Es precioso esto, es la garantía de nuestra felicidad, porque el amor está vinculado con la alegría, la alegría está vinculada con el amor y no se puede ser feliz si no se tiene un gran amor.
Las personas felices son las que tienen un gran amor y son fieles a ese gran amor.
CON LA ALEGRÍA PROPIA DEL CRISTIANO
Por eso el Papa Francisco en esta exhortación está planteando todo un programa para la Iglesia. Él quiere que todo este pontificado suyo esté atravesado por esta virtud: la alegría; por la alegría de la presencia de Dios en nuestras vidas.
Por eso dice:
“Quiero invitarlos, a los fieles cristianos, a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría”.
Entonces la Iglesia tiene que caminar, durante estos años, con la alegría, propia del cristiano.
Decía Nietzsche (un hombre no solamente ateo, sino enemigo de Dios):
“Más salvados deberían parecerme los cristianos para hacerme creer en su Salvador”.
Yo pienso muchas veces, si uno está con cara de perro, si uno está con mal humor o si uno habitualmente tiene una visión negativa de las cosas, ¿cuál es la visión que podemos dar de lo que llevamos en nuestro interior?
Si nosotros estamos alegres, nosotros estamos manifestando que en nuestro interior se produce algo importante. La gente se lo pregunta cuando ve una alegría profunda: “a esta persona, ¿qué le pasa?”
Me contaba una señora, que una vez iba por la calle y la interrumpió otra persona que pasaba diciéndole: ¡Qué cara de felicidad! ¿De dónde venís? Interesantísima esta intervención, porque están realmente expresando la impresión que le produce ese encuentro.
AMOR EN EL INTERIOR
Hace unos años fui a visitar a un amigo, mi amigo todavía no había llegado y en la oficina había una revista que estaba abierta en la página central, era un montón de gente que iba cruzando la calle; se abrían los semáforos y entonces iban cruzando gente de un lado a otro.
Esto sucedía en Argentina a fines del 2001, principios del 2002. Con una crisis enorme política, económica, social, todo mundo iba con la cara larga, con la cara hasta el suelo menos una chica que iba con una sonrisa de oreja a oreja.
¿Qué imaginan ustedes que decía el pie de página de la foto? Decía: “Y a esta, ¿qué le pasa?” No podían entender que, en medio de todo ese caos de todo tipo, esta mujer estuviera con esa sonrisa.
¿Qué pasa en el mundo interior de esta mujer para que pueda, realmente, tener una sonrisa tan agradable? Seguramente habría recibido una buena noticia, a lo mejor estaba pensando en su novio…
Vaya uno a saber, pero sin duda tenía un amor en su corazón, un amor en su interior y ese amor la ponía de esa manera.
El cristiano que es alegre por el solo hecho de ser alegre, ya de alguna manera está hablando de Dios; no solo de alguna manera, tiene mucha autoridad para hablar de Dios.
Fíjense lo que decía Juan Pablo II en el año 79:
“Cuando la alegría de un corazón cristiano se difunde en los otros hombres, genera esperanza, optimismo, impulsos de generosidad en medio del esfuerzo cotidiano, contagiando a toda la sociedad”.
¡Qué interesante esto! Realmente la sola presencia de una persona alegre hace que la gente se pregunte: “a esta persona ¿qué le pasa, de dónde viene? ¿Qué es lo que estuvo haciendo?”
COMUNICAR ESA ALEGRÍA A LOS DEMÁS
Esto se agranda cuando nosotros tendemos a comunicar a los demás todo ese mundo interior. También lo dice el Papa Francisco:
“Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión y cualquier persona que viva una profunda liberación, adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás.
Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla”
(Papa Francisco, Evangelii Gaudium no. 9).
Es decir, esa alegría y esa felicidad que nos produce la presencia de Dios en nuestro interior nos tiene que llevar a comunicársela a los demás, porque esa es la realidad, esa es la dinámica del amor, esa es la dinámica del bien que tiende a difundirse, a brindarse a los demás.
“La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás”
(Papa Francisco, Documento de Aparecida, 2007).
Pidámosle al Señor, que nos está prometiendo el Espíritu Santo, que Éste nos conceda, precisamente, vivir esa vida de unión con Cristo y que se la podamos transmitir también a los demás, que este mundo realmente necesita ser salvado.
En este mundo es el que nos toca vivir a nosotros y a este mundo le tenemos que transmitir esa alegría y esa felicidad que nos da el estar junto con el Señor.