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LA AUTORIDAD DE JESÚS

LO VEMOS EN EL EVANGELIO

La lectura nos propones para este cuarto domingo del tiempo ordinario, el Evangelio de San Marcos:

“En aquel tiempo Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún. Y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina porque no enseñaba como los escribas sino con autoridad. 

Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? «Sé quién eres: «el Santo de Dios».  Jesús lo increpó:  «Cállate y sal de él».  El espíritu inmundo lo retorció y dando un  grito muy fuerte salió.

 Todos se preguntaron estupefactos:  «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo: hasta los espíritus inmundos les manda y le obedecen».  Su fama se extendió enseguida por todas partes alcanzando la comarca entera de Galilea”

(Mc 1, 21-28)

ENSEÑA CON AUTORIDAD

Aparece aquí el Señor, enseñando. Enseñando con autoridad, lo hace notar el evangelista, era común opinión entre los que le escuchaban. Y es así, la misma autoridad del Señor lo muestra en su enseñanza, lo muestran sus hechos, con este milagro, lo hace con sólo su querer.

La palabra que Jesús dirige a los hombres, es siempre acceso a la voluntad del Padre y a la verdad.  En cambio, no sucedía lo mismo con los escribas. Hacían comparaciones que debían esforzarse por interpretar la Sagrada Escritura con innumerables y largas reflexiones, a veces incompatibles unas con otras.

HABLA EN NOMBRE PROPIO

El Señor, incluso cuando tomaba como base la Sagrada Escritura, como en el sermón de la montaña por ejemplo, habla incluso en nombre propio: “pero yo les digo”. Y el Señor, claro, habla de lo que es Él, Él es Dios. Habla de los misterios de Dios, de las relaciones entre los hombres, explica siempre con sencillez, con esa Potestad Divina porque habla de lo que sabe, da testimonio lo que ha visto en el seno del Padre.

Qué además, primero hace y después dice. No es como los escribas, que en un momento dado, dicen las Sagradas Escrituras que: “dicen y no hacen”.  El pueblo escuchaba, escuchaba a Jesús y percibe con claridad esa diferencia radical que había entre el modo de enseñar de aquellos de su época y esa seguridad, ese aplomo con que nuestro Señor exponía su doctrina.

HABLA CON LA AUTORIDAD DE DIOS

No hay inseguridad alguna en  lo que el Señor dice, no hay duda, no se ve como una mera opinión. Habla el Señor con dominio absoluto de la verdad y con un conocimiento perfecto del verdadero sentido de la ley de los profetas, porque habla con la autoridad misma de Dios, que es el autor de la ley y los profetas.

Todo ello, evidentemente, da una singular fuerza, una singular  autoridad a sus palabras como nunca se había escuchado en Israel. Los Evangelios presentan muchos relatos de curaciones milagrosas de hacer salir a los demonios de las personas. Esa victoria del Señor sobre los espíritus inmundos, nombrados así aquí (nombre que se daba corrientemente al demonio) es una clara señal de que había llegado la Salvación Divina.

LUCHA CONTINUA PERO VICTORIOSA

El Señor vence al maligno, se revela como el Mesías, como el Salvador, con un poder superior al de los demonios.  A lo largo del Evangelio se hace patente esa lucha continua, pero al mismo tiempo, victoriosa del Señor contra el demonio.

Una oposición que le va haciendo el maligno cada vez, como más clara. Al principio, como poco sutil o solapada  en aquellas tentaciones en el desierto; pero después se va haciendo más manifiesta, más violenta, y sobre todo radical y total en su pasión. Como dice el mismo Señor: “es la hora del poder de las tinieblas”.

Pero, la victoria de Jesús es también cada vez más patente “hasta el triunfo total de la Resurrección”.  El demonio no es ateo; el demonio no es nada ateo, sabe quién era Jesús, que era el Salvador esperado. Porque, el demonio sabe quién tiene al frente, conoce con profundidad la realidad, porque es un ángel caído; y el Señor lo manda a callar: >“Cállate y sal de él”.

NOS LIBERA DE LA ESCLAVITUD

Libera el Señor a las personas de la peor esclavitud, impide a los demonios mismos que revelen su identidad, y no porque sea un secreto ni mucho menos, sino porque querían ellos poner en juego el éxito de su misión, de la que depende nuestra salvación.

En efecto, sabe que para liberar a la humanidad del dominio del pecado Él tiene que ser sacrificado en la Cruz, como el verdadero cordero Pascual.  El diablo, por su parte,  trata de distraerlo para desviarlo hacia la lógica humana de un mesías, quizá poderoso, lleno de éxito.

La Cruz de Cristo será, al final, el triunfo definitivo sobre el demonio y por eso Jesús no deja de  enseñar a sus discípulos que para entrar en su gloria, debe padecer mucho, ser rechazado, condenado, crucificado, pues  el sufrimiento forma parte integrante de su misión.

AUTORIDAD DIVINA

Ese es el poder de Dios: su autoridad divina. Que no es una fuerza de la naturaleza, digamos. Es una fuerza del amor, eso sí, es el poder del amor: que crea el universo, que se encarna en el Hijo Unigénito, rebajándose a nuestra humanidad, quiere sanar al mundo corrompido por el pecado.

Toda la vida del Señor es una traducción de ese poder en humildad. Esa soberanía suya, que de Dios se abaja a la forma de siervo.  Y así es todo el Evangelio y por eso tiene tanta autoridad, porque no oprime a las personas, al contrario, enseña con verdad, libera a quienes son esclavos de muchos espíritus malignos de este mundo: el espíritu de vanidad, del poder, del apego al dinero, del orgullo, de la sensualidad.

AUTORIDAD: SERVICIO, HUMILDAD, AMOR

Él quiere cambiar el corazón de las personas, y de hecho lo hace. Cambia la vida, transforma las inclinaciones al mal en propósito de bien, porque el Evangelio es capaz de cambiar a las personas. Por eso es tarea de todos los cristianos difundir por todas partes esa fuerza redentora. Todos tenemos que ser, de algún modo también, misioneros, apóstoles, heraldos de la palabra de Dios.

A menudo para el hombre, autoridad significa: posición, poder, dominio, éxito. En cambio, para Dios no, la autoridad significa: servicio, humildad, amor. Vale la pena que todos entremos en esa lógica de Jesús. De ese Jesús que se inclina para lavar los pies de sus discípulos, que busca el verdadero bien del hombre, que cura heridas, es capaz de ser amor tan grande como para dar la vida, porque Él es el Amor con mayúscula.

LLEVAR A CRISTO A LOS DEMÁS

Esa es la autoridad del Señor. Por eso quedan asombrados de esa autoridad, porque sus hechos también van a acompañados de sus palabras y las palabras confirman los hechos.

Que tú y yo, pues tengamos también esa autoridad de llevar a Cristo a los demás por nuestra conducta, por nuestras buenas obras, por el cumplimiento de la voluntad divina.

Que acompañemos al Señor en esta tarea redentora del género humano.  Se lo pedimos a nuestra Madre, Santa María.

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