BELLEZA Y GRACIA SIN MANCHA
Madre mía Inmaculada, sin mácula, o sea, sin mancha. Te pedimos, te pido, intercede por mí, intercede por nosotros. Madre mía, belleza sin fisura, ayúdanos a rechazar todo pecado, toda mancha de pecado.
Madre mía, nosotros tus hijos, no sabemos qué es la limpieza total, completa; no sabemos qué es la belleza. No tenemos experiencia de un alma sin rastro de pecado. Vinimos a este mundo, nacimos en “este valle de lágrimas” como “desterrados hijos de Eva”, como herederos del pecado original (cfr. Salve Regina, oración popular).
Si alguna vez conseguimos tener el alma así limpia, la limpieza es sólo aparente, porque ¡sólo tú eres toda limpia, tota pulchra, toda belleza!
Nosotros, en cambio, estamos manchados por el pecado de origen, el pecado original, y a él hemos ido sumando los nuestros, nuestros pecados, los que personalmente consentimos. Y da pena sólo pensarlo.
Nos describe aquel proverbio que cita san Pedro que dice:
“El perro vuelve a su propio vómito y la cerda lavada a revolcarse en el fango” (2Pe 2, 22).
Suena asqueroso, y lo es. Pero ¿por qué será que nos gusta revolcarnos en el pecado?
Nosotros sólo sabemos de limpiezas aparentes. Si ni siquiera podemos mantener limpio el cuerpo, ¿cómo vamos a conseguir mantener limpia el alma?
Un botón de muestra: durante la pandemia del Covid todos intentaban mantener la limpieza para no contagiarse. Y venga amonio cuaternario, pediluvio, alcohol en gel, mascarilla, spray antibacterial y más cosas. Aún así, el bicho (el virus) se colaba no se sabe muy bien cómo… Sin embargo, el bicho del pecado se cuela en el alma con más facilidad.
VIVIR EN GRACIA, SIN ACOSTUMBRARNOS AL PECADO
“Un autor argentino contaba un cuento sobre un hombre que soñó visitar un cementerio de un pequeño pueblo. Se asustó al ver los años de vida de las personas que estaban enterradas ahí: seis años y dos meses, diez años y cinco meses, dos años y un mes… ¿Acaso en ese pueblo han muerto todos siendo niños? Un ángel le sacó de dudas: “No han muerto siendo niños, los años inscritos en las lápidas se refieren al tiempo que vivieron en gracia, a los ojos de Dios, es el período en que estuvieron realmente vivos”. Un amante de Jesucristo no vive cuando está en pecado.
Por eso afirmaba santo Tomás de Aquino: “Lo que nunca he llegado a comprender es que un hombre se atreva a dormir en pecado mortal” (Enero 2022, Con Él, José Luis Retegui García).
Piensa, ¿cómo vives? ¿Vives sabiendo que la única vida es la de la gracia…? Cuidado, el Papa Francisco nos advierte: “Poco a poco el pecado se apodera del hombre aprovechando su comodidad. Todos somos pecadores, y a veces cometemos pecados del momento -me enfado, insulto y luego me arrepiento. Y otras veces, en cambio, nos dejamos resbalar hacia un estado de vida donde todo parece normal (…) Pero es gente buena -parece- la que hace eso, que va a Misa todos los domingos, que se dice cristiana. ¿Pero cómo haces eso? Porque has caído en un estado donde has perdido la conciencia del pecado. Y ese es uno de los males de nuestro tiempo (…) perder la conciencia del pecado. “Se puede hacer de todo…” (…) Muchas veces hace falta una bofetada de la vida para detenerse, para parar ese lento resbalar hacia el pecado”. Hasta ahí las palabras del Papa.
¡Pero ojo! Que no estamos vacunados contra esto… Nos puede pasar, nos pasa… Nos acostumbramos a faltas de amor, justificamos un pecado o no terminamos de poner una lucha seria en algún campo.
¡Madre mía Inmaculada, no quiero el pecado, no me gusta el pecado, pero cómo me cuesta!
Me cuesta, como le costó a los santos. Al mismo san Pablo que decía:
“Yo soy carnal, vendido como esclavo al pecado. Porque no logro entender lo que hago; pues lo que quiero, no lo hago; y en cambio lo que detesto, eso hago (…) Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rm 7, 14-15.19).
NUESTRA MADRE, LA LLENA DE GRACIA
¡Madre mía, a mí me pasa esto y lo sabes! Me consuela leer a San Josemaría cuando te dice:
“¡Madre mía! Las madres de la tierra miran con mayor predilección al hijo más débil, al más enfermo, al más corto, al pobre lisiado… -¡Señora!, yo sé que tú eres más Madre que todas las madres juntas… -Y, como yo soy tu hijo… Y, como yo soy débil, y enfermo… y lisiado… y feo” (Forja 234).
Bueno, soy débil, enfermo y feo, pero te tengo a Ti… la llena de gracia, como te llama el ángel Gabriel en el Evangelio. Te tengo a Ti. Y es que esta es la buena noticia que celebramos hoy, que te tenemos a Ti, que eres Inmaculada y eres nuestra Madre.
San Bernardo, un enamorado de María, predicaba en una de sus homilías: “El único nacimiento digno de Dios era el procedente de la Virgen; asimismo, la dignidad de la Virgen demandaba que quien naciera de ella no fuere otro que el mismo Dios. Por esto, el Hacedor del hombre, al hacerse hombre, naciendo de la raza humana, tuvo que elegir, mejor dicho, que formar para sí, entre todas, una madre tal cual él sabía que había de serle conveniente y agradable.
Quiso, pues, nacer de una virgen inmaculada, él, el inmaculado, que venía a limpiar las máculas de todos”.
Por eso Dios, tu Señor, llenas a tu Madre de todos los dones. Ella es la llena de gracia, la agraciada, la más bonita de las bonitas.
“Así -sigue San Bernardo-, engalanada con las joyas de estas virtudes, resplandeciente con la doble hermosura de su alma y de su cuerpo, conocida en los cielos por su belleza y atractivo, la Virgen regia atrajo sobre sí las miradas de los que ahí habitan, hasta el punto de enamorar al mismo Rey y de hacer venir al mensajero celestial” (Hom. 2, 1-2.4: opera Omnia, Edit. Cisterc. 4 [1966], 21-23), el ángel Gabriel que llega.
Y ahí la tienes hoy en esta fiesta. Hoy la Iglesia nos dice lo que Jesús a san Juan Evangelista al pie de la cruz:
“Ahí tienes a tu madre” (Jn 19, 27).
Pídele ayuda -se la pido yo también. Pídele ayuda para no luchar a medias, para no pactar con el pecado, para no andarte con excusas baratas.
A TAL ALMA, TAL DIABLO
Cuántas veces somos nosotros los que nos justificamos, pensando que no hay nada que hacer o que no puedo, que la tentación es demasiado grande o que yo soy demasiado débil…
Se me venía a la mente el siguiente relato que leía hace poco:
“Decidí vender mi alma al diablo. El alma es lo más valioso que tiene el hombre, de modo que esperaba hacer un negocio colosal. El diablo que se presentó a la cita me decepcionó. Las pezuñas de plástico, la cola arrancada y atada con una cuerda, el pellejo descolorido y como roído por las polillas, los cuernos pequeñitos, poco desarrollados. ¿Cuánto podía dar un desgraciado así por mi inapreciable alma? -¿Seguro que es usted el diablo? pregunté. -Sí, ¿por qué lo duda? -Bueno, me esperaba al Príncipe de las Tinieblas y usted es, no sé, algo así como una chapuza. -A tal alma, tal diablo, contestó. -Vayamos al negocio” (El día que cambié mi vida, Francisco Fernánfe-Carvajal).
A cada uno nos tiene tomada la medida. “A tal alma, tal diablo”. No es que tengas más dosis de pecado original, no es que seas más débil o que las cosas te cuesten más… Muchas veces lo que sucede es que no nos decidimos a luchar en serio, a rechazar el pecado de cuajo, a cortar de raíz. Y no sé, nos imaginamos que es el príncipe de las tinieblas o que es una gran cosa… Y al final es una chapuza. Nos dejamos tropezar, meter zancadilla con demasiada facilidad.
Otras veces es que simplemente nos hemos olvidado que tenemos Madre, y que es inmaculada, y que tiene especial predilección por nosotros, sus hijos débiles. Pues hoy no te olvides.