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LA CARIDAD, PLENITUD DE LA LEY

Cristo. LA CARIDAD, PLENITUD DE LA LEY

QUÉ ES LA PERFECCIÓN

Jesús en el Evangelio nos plantea un objetivo que es absolutamente imposible. El objetivo que Jesús nos plantea es:

“Ser perfectos, como es perfecto nuestro Padre celestial”

(Mt 5, 48).

¿Por qué digo que es imposible? Es imposible porque es un objetivo de un valor infinito: la perfección de Dios es una perfección infinita. Y nosotros, que somos criaturas, no podemos imitar esa perfección infinita. Toda la perfección que tenemos las criaturas es una perfección limitada.

Entonces ¿cómo es que podemos nosotros conseguir ese objetivo? Este objetivo lo podemos conseguir solamente en la medida en que Dios se lo permite a cada uno, y en la medida en que nosotros le permitimos a Dios que Él realice en nosotros ese perfeccionamiento.

San Pablo, en la Epístola a los Colosenses, nos tira, como diríamos nosotros, “nos tira un centro”, es decir, nos da la posibilidad de que nosotros estemos frente al arco y podamos meter el gol.

Lo que nos dice san Pablo es:

“Sobre todo, revestios de la caridad, que es el vínculo de la perfección”

(Col 3, 14).

Porque nosotros podemos preguntarnos: ¿qué es la perfección que nosotros tenemos que imitar en Dios? ¿Cuál es la perfección divina que nosotros tenemos que imitar? Y la gente se hace algunas ideas acerca de lo que es la perfección, en qué consiste la perfección.

San Francisco de Sales tiene un texto donde va citando algunas cosas en las cuales los seres humanos ponemos la perfección o pensamos que está la perfección.

Y leo el texto de san Francisco de Sales:

“Cada cual se forja la perfección a su modo: unos la ponen en la austeridad de los vestidos; otros en la austeridad de los manjares, en la limosna, en la frecuencia de los sacramentos, en la oración, en una no sé qué contemplación pasiva y súper eminente; otros en aquellas gracias que se llaman dones gratuitos.

Y todos se engañan tomando los efectos por la causa, lo accesorio por lo principal y con frecuencia la sombra por el cuerpo. En cuanto a mí, yo no sé ni conozco otra perfección, sino amar a Dios de todo corazón y al prójimo como a nosotros mismos.

LO ESENCIAL VRS. LO ACCIDENTAL

Es que a veces los seres humanos nos buscamos nuestros propios conceptos acerca de lo que es la perfección, acerca de lo que es la santidad. En la historia de la Iglesia se han confundido las cosas esenciales con las accidentales: se ha hecho pasar como por esencial lo que es accidental.

En las primeras épocas, por ejemplo, el cristianismo, siguiendo aquello de Jesús de que nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos, y los primeros cristianos si no eran mártires como que se consideraban cristianos de segunda.

No es que todos quisieran ser mártires, pero había muchos que buscaban el martirio porque pensaban que era la única manera de imitar a Jesús. De hecho, casi todos los apóstoles -todos menos san Juan-, murieron mártires. Pero también hay muchas personas, muchos cristianos, que eran perfectos cristianos y sin embargo no eran mártires.

Más entrada ya los siglos muchos pensaron -y se puso como de moda-, que una de las maneras de ser perfecto era retirarse al desierto, apartarse de todas las cosas de este mundo para dedicarse solamente a la contemplación de las cosas de Dios.

Se tomaba aquello que era accidental por lo que era esencial. Lo esencial no es el martirio, ni el ser monje. Lo esencial es la caridad. Eso que nos hace semejantes a Dios es la caridad.

María no fue mártir; algunos dicen que sí, que lo fue en el corazón -sin duda-, pero bueno, no murió mártir. San José no murió mártir. Mucha gente, muchos santos no murieron mártires; muchos santos no se retiraron al desierto…

Santos que han vivido rodeados de cosas, de ciertas riquezas y que han sido muy buenas personas y que han imitado la caridad cristiana. El vínculo de la perfección es la caridad.

También lo dice san Pablo en la Epístola de los Corintios, en el capítulo 13. Si yo no tengo amor, yo nada soy es una canción que ha resumido este himno a la caridad. Pero san Pablo dice:

“Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como un bronce que suena. […]

Si tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios de la ciencia, y aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy.

Si repartiera todos mis bienes y alimentos y si entregara mi cuerpo para alcanzar la gloria, si no tengo caridad, de nada me sirve”

(1Co 13, 1-3).

LA PLENITUD DE LA LEY ES EL AMOR

La caridad es la plenitud de la ley. Así lo dice también san Pablo. Esta meditación empieza -precisamente, elegí este tema por la primera lectura del día de hoy, que es la epístola de san Pablo a los romanos, el capítulo 13.

Dice san Pablo:

“Hermanos, a nadie le debas nada más que el amor mutuo, porque el que ama ha cumplido con toda la ley.

De hecho, el no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás y cualquiera de los otros mandamientos se resume en esto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

El amor no hace mal a su prójimo, por eso, la plenitud de la ley es el amor”

(Rom 13, 8-10).

El amor es también la forma de todas las virtudes. Es decir, es aquello que hace que cada una de las virtudes tenga su razón de ser, que cada una de las virtudes verdaderamente llegue a su máximo exponente.

Esto que les voy a leer ahora ya no es revelado por Dios, es algo que yo encontré escrito en algún lugar -ya no sé dónde, no sé quién es el autor. Y bueno, no tiene la fuerza de la revelación, pero fíjense qué bien dicho que está:

La inteligencia sin amor te hace perverso. ¿Vieron esas personas que realmente son tan inteligentes que menosprecian a los demás?

La justicia sin amor te hace implacable. ¿Vieron también gente que descubre continuamente el error? Están como recriminándoles a los demás que no han hecho las cosas como corresponde.

El éxito sin amor te hace arrogante. Cuando nos subimos al podio, cuando queremos estar siempre un escalón más arriba que los demás, mirarlos desde arriba.

La riqueza sin amor te hace avaro.

La docilidad sin amor te hace servil.

La pobreza sin amor te hace orgulloso. Hay personas que piensan que porque son más discretos en el vestido o se restringen más en los alimentos, que son mejores que los demás.

La belleza sin amor te hace ridículo.

La autoridad sin amor te hace tirano.

El trabajo sin amor te hace esclavo.

La oración sin amor te hace introvertido.

La ley sin amor te esclaviza.”

LA CARIDAD

Hay un diálogo de Raimundo Lulio, que es un escritor de la Edad Media. Es un diálogo entre dos personas donde uno le pregunta al otro qué es el amor y el otro le contesta: “El amor es lo que esclaviza a los libres y lo que libera a los esclavos”.

Interesantísimo esto, ¿no? Aquellas personas que son libres, pero que por amor se hacen esclavos de los demás.

La Virgen es, por supuesto, el ejemplo más claro de esto:

“He aquí es la esclava del Señor”.

Ella libremente se pone a disposición del Señor. El amor es lo que esclaviza a los libres y el amor también es lo que libera a los esclavos. Esas personas que viven a lo mejor presos, a lo mejor están privados de la libertad física, pero que, sin embargo, en su interior tienen esa enorme libertad.

Por eso dice también el apóstol Santiago que

“la ley del amor es la ley perfecta de la libertad”.

La persona que ama es siempre una persona que es libre.

Bueno, no quiero extenderme más, me parece que ya estamos en los diez minutos. Vamos a pedirle al Señor que nos ayude a descubrir ese amor como plenitud de la ley, ese amor como el vínculo de la perfección, ese amor como la forma de todas las virtudes.

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