En una ocasión, el Señor está con sus apóstoles que le escuchan, como en otras oportunidades, así como tú y yo ahora que hacemos este rato de oración queremos escuchar a Jesús que nos habla constantemente.
El Señor trata de explicarles en qué consiste el Reino de los Cielos. “Tú Señor lo sabías, pero te esfuerzas para que ellos entiendan; gente tan distinta”.
Entonces dice lo siguiente:
“Así mismo, el Reino de los cielos es como una red barredera que se echa en el mar y recoge toda clase de cosas. Cuando está llena, la arrastran a la orilla y se sientan para echar lo bueno en cestos y lo malo, tirarlo fuera.
Así será al final del mundo. Saldrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos y los arrojarán al horno del fuego; allí habrá llanto y rechinar de dientes”
(Mt 13, 47-50).
LA IGLESIA
Jesús termina por hacerles ver cómo será el Juicio Universal, que es lo que va a pasar al final. Pero, para eso, nos ha explicado en qué consiste el Reino de los Cielos; diríamos en qué consiste esa Iglesia en la que encontramos gente muy variada.
Esto es lo bonito de nuestra madre la Iglesia: gente tan distinta, de todas las razas, de todos los colores, de modos de ser, con distintas ideas… pero que nos une esa fe, esa esperanza y ese amor en Jesucristo, “hacia Ti Señor”.
Jesús les explica que los ángeles, al final, separarán. Así como los pescadores después de que han recogido esa red -que diríamos han ido arrastrando o que han llevado por el mar, a través de sus barcas- una vez que han capturado muchos peces, empiezan a separar.
Porque, típico que uno ve en las películas que, de pronto, pescan un zapato viejo. No solamente habían encontrado zapatos, sandalias, sino peces que no les servían para poder venderlos; o piedras.
Entonces, es importante sentarse a separar lo que es bueno, lo que les va a servir para poder comer, para poder comercializar.
SOMOS PECADORES
Mira tú dónde quieres estar: en la cesta de los peces buenos, en la cesta de los peces malos.
Alguno puede decirte: pero no podemos dividir el mundo entre buenos y malos. En parte es cierto, “porque Tú Señor nos has dicho que has venido a llamar a los pecadores”.
Es verdad, todos nosotros somos pecadores, sin olvidar que queremos llegar al Cielo, que queremos alcanzar la santidad, que queremos ser como Jesucristo -que es nuestro ejemplo- y, por tanto, queremos ser buenos.
Aunque al examinarnos por dentro, “Tú Señor, que sabes lo que hay dentro de nuestra alma, en nuestro corazón, sabes los pecados, nuestra fragilidad”; sin embargo, tenemos ese deseo. Hemos elegido seguir a Cristo y queremos ser buenos, queremos estar dentro de los buenos.
ACOMPAÑAR AL SEÑOR
Basta mirar en los Evangelios, en ese grupo de gente que acompaña al Señor. Hay un grupo muy amplio -diríamos la masa-, otro grupo más reducido de los discípulos, otro que podríamos llamar: “el de los 72”, “a quienes Tú Señor envías de dos en dos para ir preparando Tu camino”.
Desde luego, los doce apóstoles y de esos doce hay tres que son los privilegiados o los más cercanos al Señor: Pedro, Santiago y Juan. Y, aunque puedan estar muy cerca del Señor, no necesariamente son los mejores.
De hecho, los más cercanos a Cristo tienen defectos. Son dormilones; esos tres se quedan dormidos en Getsemaní cuando el Señor más los necesita.
Les gusta tener los primeros puestos. Quieren sentarse a la derecha y a la izquierda del Señor. Quieren que los reconozcan. En cambio, los que están más lejos, muchas veces son los que mejor sirven al Señor.
SERVIR AL SEÑOR
Por ejemplo, José de Arimatea que, en el momento más duro, cuando todos han abandonado al Señor, ahí está, dando la cara. O, incluso, gente que está muy alejada de Jesucristo, como ese centurión. Un hombre que había ayudado al pueblo judío y que sabe de Jesús y por eso manda que lo traigan para que cure a uno de sus soldados.
Y el Señor alaba la fe de este centurión que, sobre todo, se acerca con mucha sencillez, con mucha humildad. En los relatos evangélicos hay unos que dicen que fue en persona el centurión y, en otros casos, que mandó a alguien. El hecho está en que ese centurión tiene humildad, se ve indigno de recibir al Señor.
Por otro lado, tenemos a la mujer Siro-fenicia, aquella mujer cuya hija se encuentra atormentada por un demonio. Si es Siro-fenicia, es una mujer que es pagana, que no es judía y, sin embargo, no deja que el Señor se le escape.
HACER ORACIÓN
Qué bonito esto, que tú y yo no dejemos que el Señor se nos escape ni un solo día. Si estás escuchando estos 10 minutos con Jesús, es porque quieres estar con Jesucristo (no con el sacerdote que predica, eso es lo menos importante).
Lo más importante es que hagas un rato de oración -diez o si quieres más-, con Jesucristo porque Él es el más importante; Él es el protagonista.
Qué bonito que no se te pase ni un solo día estos 10, 15, 20, 30 minutos con Jesús. Que hagas como la mujer Siro-fenicia, una mujer que no tenía fe y que, a partir de ahí, seguramente creyó.
NO ME RETENGAS
O si quieres como Magdalena, cuya fiesta hemos celebrado hace poco. María Magdalena que, en cuanto reconoce a Jesús, diremos “se le prende de los pies” aunque no se dice expresamente así, pero el Señor le dice:
“No me retengas”
(Jn 20, 17).
De ahí que algunas pinturas a esa escena se representan como el “Noli me tangere” “No me toques”, no me retengas.
Que el Señor nos tenga que decir eso a ti y a mí: No me retengas. Nunca nos lo va a decir. El Señor querrá estar siempre con nosotros, pero que al menos tengas tú el deseo de estar siempre con el Él.
“Que no nos faltes Jesús”. El Señor nos dirá: ¡por supuesto, nunca te voy a faltar! Búscame más. Búscame en la oración. Búscame en tu estudio. Búscame en tu trabajo. Búscame en tu familia. Búscame en tus amigos. Búscame hasta en ese WhatsApp. Búscame en ese momento de descanso… Yo siempre estaré contigo.
Solo así, queriendo estar muy pegados al Señor, vamos a terminar en la cesta de los peces buenos. Si también dejamos que sea el Señor quien nos pesque; si acudimos a Él en la oración. Si le escuchamos en Su palabra, en el Evangelio de la misa.
Ya sea que acudas a ella en persona o ya sea que, por estas circunstancias especiales, lo tengas que ver por medios informáticos o la televisión o a través de los sacramentos…
Acude al Señor, deja que sea Él quien nos enamore. Tal vez esta sea la clave para poder estar en esa cesta de los peces buenos. Yo quiero estar en la cesta de los peces buenos.
Si tú y yo nos enamoramos de Cristo, si nos dejamos embargar, abrazar por el amor de Dios.