LA FIESTA DE LA EXALTACIÓN DE LA CRUZ
Hoy la Iglesia está de fiesta y es una fiesta curiosa, podríamos decir, porque es la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Y la cruz hoy en día, para ti y para mí, tiene un significado muy profundo, porque todos los días nos hacemos la señal de la cruz.
En algunos países, algunas ciudades, al menos yo tenía esa costumbre que la aprendí de mis padres y también en la ciudad donde vivía: a hacerme la señal de la cruz cada vez que pasaba por una iglesia. Y es una señal muy bonita, como que le hablamos al Señor, recordamos al Señor. A pesar de que el Señor ha resucitado, y sin embargo seguimos recordando la cruz donde Cristo murió.
En efecto, la cruz es el instrumento de tortura y el instrumento de muerte de nuestro Señor Jesucristo. Y ¿qué pasó tras la muerte del Señor y su resurrección? Pues la cruz seguramente quedó allí abandonada con otras cruces que se utilizaron para matar a otras personas, a criminales.
Sin embargo, pasó que la emperatriz Santa Elena encontró milagrosamente la Cruz en Jerusalén, la misma cruz donde Cristo murió. Pero a inicios del siglo VII, esta reliquia -porque se custodiaba en Jerusalén como una reliquia- fue robada por los persas como un trofeo de guerra. Es así que unos años después, el emperador Heraclio la rescató, y así la cruz volvió un 14 de septiembre del año 628. De allí que el 14 de septiembre celebremos la Exaltación de la Cruz.
ACEPTAR CON HUMILDAD
Y aquí nos cuenta una tradición que cuando el emperador decidió ingresar con la cruz a Jerusalén, obviamente con vítores, con todo el aparato, pues no podía cargarla. Se dispuso a llevarla en procesión de manera solemne y sin embargo estaba tan pesada, tan pesada, que no podía, no podía. Entonces el arzobispo de Jerusalén le dijo que tenía que despojarse de todos esos vestidos ricos, de su corona, todo lo que lleva un rey.
En estos días es la noticia -que está en todas partes- los funerales de la reina de Inglaterra, la reina Isabel II. Y si uno entra en la página web de la BBC, encuentra unos videos cortísimos donde podemos ver todo el cortejo desde el castillo donde murió, luego la iglesia, la catedral donde están velando su cuerpo.
Luego habrá unos funerales en Londres por todo lo alto, desde el féretro que está ahí, revestido con esa bandera; la gente, los miembros de todos los cuerpos de las Fuerzas Armadas, guardias reales, los príncipes, el nuevo rey, todos vestidos con unas vestimentas extraordinarias. Salvo el rey: el rey va muy sobrio, vestido de negro. Sin embargo, llama la atención esto, todo -diríamos- el aparato para una reina.
Y es lo que seguramente el rey Heraclio pensó, con muy buena intención: llevar la cruz de ese modo. Sin embargo, el arzobispo le dice: -No, es importante la sencillez, la humildad.
Esto es una primera lección que sacamos en esta fiesta de hoy, y es la humildad para aceptar la cruz y por tanto para aceptar a Cristo, porque la cruz siempre lleva un crucificado: Cristo.
También podemos tener una cruz, una cruz sin crucificado, que aun así es un signo, es un símbolo de nuestra fe. No podemos quitar a Cristo de la cruz, es decir, no podemos tener una cruz sin Cristo o a un Cristo sin cruz.
LA CRUZ, CONSECUENCIA DEL AMOR
Algunos alumnos a los que les doy algunas clases sobre la fe cristiana me preguntan: -Padre, ¿por qué en el Antiguo Testamento Dios está molesto? Parece como molesto, se llena de ira, castiga. En cambio, en el Nuevo Testamento, Jesús es muy “chill”, muy cool, muy simpático, muy bueno, caridad, amor… Y sin embargo no es tan así, no es del todo cierto. Porque vemos que Cristo es muy exigente y esa exigencia la pone en la cruz, la presenta a través de la cruz. Él mismo ha dicho, Tú, Jesús, lo has dicho:
“Quien quiere venir en pos de mí [detrás de mí, conmigo] tome su cruz” (Mt 16, 24).
Es decir, el Señor nos invita al Calvario.
En cambio, cuando se transfigura de gloria en el Tabor, frente a esos tres apóstoles que están en un éxtasis, les dice que no lo cuenten hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado. Les ha dado a probar del Cielo un bocado, digamos una antesala del Cielo. Sin embargo, les ha dicho:
“No le cuenten a nadie hasta después de que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos” (Mt 17, 9). Es decir, primero tenemos que pasar por la cruz.
Y esa es nuestra fe, que no es una fe triste, no es una fe del dolor o del sufrimiento, como si a los cristianos nos gustara sufrir. Sin embargo, esto es una consecuencia del amor, porque nuestro Señor Jesús murió en la cruz, no porque le gustase sufrir o querer hacer un espectáculo público, de ninguna manera.
El Señor calla, al Señor no le gustan los vítores y el aparato. Únicamente lo acepta en la entrada triunfal a Jerusalén el Domingo de Ramos, aunque sabe que entra para morir, que cuando salga de esa ciudad saldrá cargando una cruz, después de haber sido azotado, y morirá.
Por tanto, el Señor en la cruz nos demuestra su amor. “Tú, Señor, nos demuestras el amor tan grande, el amor del Padre que ha enviado a su único Hijo para morir por nosotros -por ti y por mí. Y eso nos debe llenar de una gran seguridad. La cruz es nuestra seguridad, la cruz es nuestra garantía.
Como dice la antífona que se lee en la Misa o que también se puede cantar en la misa de la fiesta de hoy, a partir de unas palabras de San Pablo, dice así: “Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.” Hemos de, es decir, como un imperativo, con bien: es necesario que nos gloriamos en la cruz y no en la gloria personal.
TODO PARA LA GLORIA DE DIOS
Y esto es una segunda idea que podemos sacar de la fiesta de la Exaltación de la Cruz: la gloria es para Dios, no la gloria personal. Y en el mundo en el que vivimos tú y yo, todo apunta a la gloria personal, al ser admirados, al ser casi como estrellas de Hollywood.
Es entonces buscamos que todas las cosas a veces giren en torno a uno, buscando a veces más comodidades, más dinero, que todos conozcan nuestros triunfos…
Y eso está muy bien, en el sentido de que es bueno que consecuencia de nuestro trabajo, de nuestro estudio, pues venga un reconocimiento. Pasará eso y qué bonito.
La diferencia está en cómo lo aceptamos y cómo lo ofrecemos a Dios. Si decimos: Bueno, Señor, he ascendido de puesto, o soy el primer puesto de mi salón, o sé más que mis compañeros en este curso, en ese tema, ¡qué grande soy! o -Gracias Señor; o -Señor, esto es para ti.
Porque Tú me has dado esta inteligencia, me has dado estas capacidades que además las puedo poner al servicio de los demás, para servir. Gracias Señor.
Qué bonito es dar gracias, porque dar gracias es reconocer que hemos recibido algo y no nos atribuimos el mérito únicamente a nosotros mismos. Toda la gloria es para Dios. Y así, tú y yo, sirviendo, dándolo todo a Dios, seremos libres para amar. La cruz.(Carta A los Amigos de la Cruz)
Amando nos hace libres para amar. En cambio, cuando a veces nos venden la libertad de hacer lo que se me de la gana, libre y sin compromiso, realmente no somos felices.
Cuánta gente podemos encontrar que, en efecto, no tiene compromisos que viven una vida aparentemente libre y hacen lo que se les da la gana, al final parece, diría, al final del día están solos, porque no han aprendido lo que es amar, no han aprendido lo que es compartir.
La cruz, negarse a uno mismo, implica salir; salir, amar, darse, dar tu tiempo, dar de tu dinero… pero sobre todo esto dar tu tiempo, dar tu amor, tu comprensión, saber escuchar. Vamos a pedirle a María Santísima que nos enseñe esa ciencia de la Cruz, la cruz en la que tú y yo hemos sido salvados.