Icono del sitio Hablar con Jesús

LA LLAVE

Señales del fin de los tiempos
EL CIELO Y EL INFIERNO

Hace poco veía el testimonio de un jovenazo, de unos 25 años, que tuvo una experiencia cercana a la muerte. No murió porque ahí estaba dando su testimonio, con su cuerpo entero, con buena salud.

Después de algunos meses de haber reflexionado todo lo que vio, todo lo que experimentó, y pude ver el infierno, dice él. Hacía muchísimo calor, era como un lago de fuego -dice-, no había fuego literal pero sí mucho calor.

Y luego, pudo ir al cielo (o eso es lo que él piensa que era el cielo y el infierno). Y en el cielo, dice: había esa completa, absoluta, total satisfacción, una belleza inimaginable.

Imagina lo más bello que pueda haber, la experiencia más gratificante que puede haber aquí en la tierra. Pues, todo eso, no es nada comparado con la felicidad, con la satisfacción, con la belleza que él pudo experimentar en el cielo.

Habla de la luz: es una luz purísima, luz pura. ¿Qué es eso de luz pura? Es como luz sin ninguna sombra, el Trono de Dios, en la presencia de Dios.

PRESENCIA DE DIOS

Y él decía que, estando en la presencia de Dios, en esa presencia más directa de Dios, aunque a Él directamente no lo podía ver, pero sí lo percibía, decía: Estando en su presencia quieres, tienes un gran deseo de obedecerlo, quieres obedecerlo, quieres hacer su voluntad, quieres someterte a Él. Porque su presencia es tan fuerte, pero a la vez tan suave, decía él: es como un trueno suave…

Como un trueno suave… Me recordaba una canción de Arjona, un trueno suave es eso, como ese modo de hablar, de expresarse.

Dice, no te acuerdas de nada de lo de aquí abajo porque sólo quieres servir a Dios. Como que te basta eso.

EL REINO DE DIOS

Esta experiencia me vino a la mente al leer el Evangelio de hoy y al querer entender un poco lo que Tú Señor nos quieres comunicar, nos quieres decir:

“No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos.”

(Mt 7, 21).

El Reino de los cielos que ya está aquí presente entre nosotros, pero que se completará al final donde estemos. Dios quiera en la Gloria.

¿Cómo hacer para entrar en el Reino de los Cielos? Pues, es la obediencia, es hacer la voluntad de Dios.

Hacer la voluntad de alguien más, no es algo fácil, ya desde Adán y Eva vemos que nos cuesta obedecer, nos cuesta someternos; sin embargo, esa es la llave.

Así lo dice San Josemaría, en un punto de Camino:

“Esta es la llave para abrir la puerta y entrar en el Reino de los cielos…”

y pone la cita del Evangelio que acabamos de leer, pero el latín:

“qui facit voluntatem Patris mei qui in coelis est, ipse intrabit in regnum caelorum”

(Punto 754),

el que hace la voluntad de mi Padre, ese entrará.

HACER LA VOLUNTAD DE DIOS

Yo quiero entrar al Reino de los Cielos, ¿dónde está la llave? Pues, es hacer la voluntad de Dios. Yo quiero hacer la voluntad de Dios, lo decimos todos los días en el Padre Nuestro: “Hágase Tu voluntad… hágase Tu voluntad…

Pero, como decíamos, cuesta, cuesta obedecer. Desde el principio nos ha costado hacer la voluntad de otro.

Y ahora que se habla tanto de autodeterminación, autonomía, de libertad; que no es contradictorio auto determinarse, tener autonomía, ser libre y obedecer. Hay una clave ahí, ¿cuál es la clave de eso? El amor.

Si amamos, nos auto determinamos. Si amamos a alguien deseamos hacer la voluntad de esa otra persona, queremos complacer a la otra persona. Pero a Dios no lo vemos, a Dios no lo vemos…

A Dios (leemos en el prólogo de san Juan) nadie lo ha visto jamás, el unigénito de Dios, el que está en el seno del Padre, Él mismo lo dio a conocer

(Jn 1, 18).

O sea, Él si lo ha visto, el unigénito sí lo ha visto, que es Jesús.

VER Y APRENDER DE JESÚS

“Por eso vamos a ver Tu vida Jesús; y ¿que vemos en Tu vida? En Tu vida vemos que, eres completamente libre, Tú eres completamente autónomo, Tú eres omnipotente.

Y en tus gestos aquí en la tierra, durante Tú caminar por la tierra -leemos en el Evangelio- muchos lugares en los que se ve que tienes mucho poder, hasta el viento y el mar te obedecen…

Con Tu palabra, Tú increpaste al viento y al mar y el mar se tranquilizó. Aquellos posesos violentos que se acercaban a Ti, dando fuertes gritos asustando a todo mundo, Tú rápidamente dialogas con ellos y los expulsas.

La enfermedad que oprimía tantas personas, enfermedades incurables, ¡tremendas!, la ceguera… Tú curas, Tú curas a todo mundo, eres omnipotente, eres poderosísimo”.

PADRE NUESTRO…

Pero también vemos que en todo momento te estás sometiendo a tu Padre, que es lo que también nos vas explicando, lo vas diciendo. Nos enseñas a rezar, nos enseñas a orar y ¿qué nos dices? “Hágase Tu voluntad…”

Cuando ustedes recen digan: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu voluntad…

O sea, como reconocer la majestad de Dios y como fruto de ese reconocer la majestad de Dios, pues hacer su voluntad. Que es como la experiencia que tuvo este chavo.

“Señor si yo te pudiera ver, querría necesariamente hacer Tu voluntad de someterme a Ti”.

Eso lo querría libremente, querría con completa autodeterminación y completa autonomía, diciendo: Yo quiero realmente hacer lo que Dios me está proponiendo; “pero aquí no te veo”. Por eso este gran valor de la fe.

SEÑOR ERES OMNIPOTENTE

“Yo creo Señor que eres el omnipotente; que eres bueno; que todo lo que me pides es bueno; que todo lo que me pides me hace bien; que todo lo que me pides es para buscar mi plenitud, mi perfección, aunque a veces yo no lo entiendo; aunque a veces yo no lo veo.

Y las pruebas que Tú permites en mi vida también y las cruces que aparecen en mi vida también me van a hacer crecer y me van a acercar a Ti.

Y quizá, incluso, esas cruces yo me las he buscado y las he complicado, pero Tú las conviertes en un camino de salvación, de expiación si me uno Cristo, si aprendo a ser como Jesús, si aprendo a ser como Tú Señor: obediente a la voluntad del Padre, buscando darle gloria a Él, obedecerlo y buscando el bien de las demás personas, que es lo que vemos también en Ti”.

EDIFICAR SOBRE ROCA

Y si buscamos hacer la voluntad de Dios, si procuramos rectificar siempre nuestras acciones en esa línea, tendremos mucha paz y una fortaleza especial, porque continúan esas palabras de Jesús diciéndonos:

“El que escucha mis palabras y las pone en práctica, se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca…”

(Mt 7, 24).

Estaremos sobre la roca, tranquilos, con paz porque vendrá la lluvia, se desbordarán los ríos, soplaran los vientos; y golpeará contra esa casa, pero no se hundirá porque esta cimentada sobre roca…

(Mt 7, 25).

“Tú eres Señor nuestra roca. Tú eres Jesús mi roca”.

Leemos en la primera lectura -no quería dejar de leerla-, del Profeta Isaías, en el principio habla de esa fortaleza:

“Aquel día se cantará este canto en la tierra de Judá: “Tenemos una ciudad fuerte; a puesto para salvar las murallas y baluartes.”

(Is 26, 1).

Es una ciudad fuerte.

Y pensamos en la Virgen, nuestra Madre, ahora que estamos acercándonos a la Fiesta de la Inmaculada. Cómo ella está para hacer la voluntad de Dios y eso la convierte en el lugar donde está el Reino de Dios.

Porque Jesús se encarna en su vientre y ella al buscar cumplir su vocación de Madre de Dios, a pesar de las dificultades y de las pruebas, tiene paz en el fondo de su corazón y está afianzada en esa roca de Cristo, que a pesar del sufrimiento no la tumba. Tiene una fortaleza envidiable.

Madre nuestra, ayúdanos a ser como tú, humildes, obedientes sabiendo que así también adquiriremos esa fortaleza sobrenatural.

Salir de la versión móvil