“Hace ya muchos años ví un cuadro que se grabó profundamente en el interior. Representaba la Cruz de Cristo y, junto al madero, tres ángeles: uno lloraba con desconsuelo; otro tenía un clavo en la mano, como para convencerse de que aquello era verdad; el tercero estaba recogido en oración.
Un programa siempre actual para cada uno de nosotros: llorar, creer y orar”.
Esto no son palabras mías, aunque lo dije con convicción como si fueran mías; son de san Josemaría, escrito en un libro que se llama “Es Cristo que pasa” 101. Muy bonita Homilía, en donde se fija mucho en la Cruz, Jesús. Sigue diciendo:
“Ante la Cruz, dolor de nuestros pecados, en los pecados de la humanidad, que llevaron a Jesús de la muerte; fe, para adentrarnos en esa verdad sublime que sobrepasa todo entendimiento y para maravillarnos ante el amor de Dios”.
Y vamos a llegar a ver la Cruz, pero san Josemaría dice que ahí no está Jesús que solamente ve la Cruz y se movía con pasión, llorar, creer y orar. Yo, Señor, me hago una pregunta en este rato de oración ¿Será que se puede rechazar la fe, incluso viéndote a ti? ¿Se puede rechazar a Cristo viendo la Cruz?
JESÚS SE DA CUENTA
Vamos al evangelio de hoy, en donde hay un reproche fuerte:
“¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que, sentados con sayal y ceniza, se habrían convertido.
Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! «Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.»”
(Lc 10, 13-16).
Jesús estaba vivo, estaba predicando, estaba yendo a las sinagogas de todos los pueblos; y ahí el Señor se da cuenta que lo rechazan incluso en Cafarnaúm. Los peregrinos que actualmente visitan las excavaciones de Cafarnaúm, pueden ver ahí un cartel con la inscripción: “Cafarnaúm, la ciudad de Jesús”.
Ahí estuvo Jesús, ahí estuviste tú Señor, ahí estaba la sinagoga donde tú por ejemplo invitaste a los apóstoles y a una multitud a comer tu cuerpo y tu sangre y ahí mismo viste que muchos dejaron de seguirte, se fueron, huyeron y le dijiste a los apóstoles: “¿Ustedes también se quieren ir? Y San Pedro va a decir: “¿A dónde iremos? Tú solo tienes palabras de vida eterna”. Ahí estaba también la casa de Pedro.
EL BUEN LADRÓN
Pero te decía que es bueno que nos ubiquemos en la Cruz porque en la Cruz es donde realmente nosotros podemos convertirnos. Al pie de la cruz estaban los dos ladrones. Y el ladrón malo, digámoslo así, el malhechor malo, el que estaba ahí Señor atado, colgado junto a ti, en algún momento te dice: “no eres tú el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros”.
¡Qué pena! Porque aunque estuvo al pie de la Cruz Señor, no se convirtió. Este hombre lo que hace es empezar a contar sus propias heridas, está sufriendo a solas, se encierra en sí mismo, se vuelve egoísta, intratable, insoportable, quejándose estando al pie de la Cruz.
Se olvida de los dolores ajenos, solamente reclama para sí atención, consuelo. Y no puede ser que esté ahí al lado de la Cruz y no se convierta. “como así o sea tú no eres Dios, no estás allá arriba ¿por qué no respondes a mis súplicas? Ni siquiera Dios responde a tus súplicas”. Eso es lo que el mal ladrón le dice a Jesús. No le importa para nada su dolor, no se da cuenta de que es un hombre justo.
Menos mal ahí estaba el buen ladrón que le dice: “que no temes a Dios tú que sufres la misma condena y nosotros con razón porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos. En cambio, éste nada malo ha hecho”.
BUSCA TU MIRADA
Qué maravilla Jesús que está el buen ladrón que busca tu mirada, que no está contando sus heridas, que no está renegando, retorciéndose y maldiciendo ¡No! gira el rostro y busca tu mirada. Y tu Señor, durante todo el camino de la Cruz, durante todo el Viacrucis, estabas buscando precisamente esas miradas.
Esas miradas donde apoyar tu alma y por eso cuando este ladrón te mira, tú clavas en él tu mirada y, que se encuentra Dimas (como se le conoce en la tradición) al ver los ojos de Jesús: el cielo abierto. Ve ahí el cielo, en las pupilas del Maestro, en las pupilas de Jesús, en las pupilas de ese compañero de suplicio.
No hay mejor acto de contrición que el que proviene de una mirada a los ojos de Jesús, al Corazón de Jesús. Por eso el reproche ¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Milagros hiciste allí Jesús: curaste enfermos, resucitaste muertos, paralíticos, ciegos, sordos, cojos y nada. Qué conversación tan profunda tuvo este ladrón al verte ahí en la Cruz y mirarte Jesús.
AL LADO DE CRISTO, EL DOLOR SE CONVIERTE EN AMOR
Tú ya no reclamabas nada en la Cruz, solamente Cargabas la Cruz, padecías en silencio, como oveja llevada al matadero, muda. Pero el ladrón sí se da cuenta y se encuentra con el cielo abierto. Qué bonito pensar que Dimas fue el primer penitente. Antes de que tú y yo, que estamos ahora escuchando este audio haciendo oración, hiciéramos penitencia, Dimas ya estaba cumpliendo la suya.
El dolor al lado de Cristo cambia todo, se convierte en amor, se convierte en la puerta del cielo. Jesús, movernos a la contrición, muévenos a la penitencia, al dolor. Eso es lo que tú reclamas hoy y eso es lo que nosotros podemos meditar hoy en nuestra oración personal, todo el día.
Qué bueno que pensemos “Señor ¿cómo me puedo yo mover al dolor, a la contrición, al cambio de mi vida, a la conversión? Cambiar un poco las rutinas, quizá tengo que mirar más la Cruz y comprender que nadie es más inocente que tú y que tú estás ahí por mí en la Cruz. Este buen ladrón invitó al mal ladrón a convertirse y no se convirtió porque seguía revolcándose en sus heridas.
TE LLAMA POR TU NOMBRE
Jesús, por qué no nos dices hoy, como le dijiste al ladrón: “hoy mismo estarás conmigo en el paraíso” Ese fue el regalo. Además no recuerdo que alguien se haya dirigido a ti en el Evangelio directamente por tu nombre, Jesús. Te llamaban: Señor, Maestro, Rabí. Pero este buen ladrón te dice Jesús, es como si hubieran sido ya amigos de toda la vida.
Señor, que yo te llame Jesús, que te mire a los ojos y que tú me mires y que encuentre allí un cielo. Yo no me quiero robar el cielo, yo me lo quiero ganar. ese buen ladrón se lo robó.
Señor que te mire más, que te conozca más. Todo comenzó con una mirada y con una súplica difícil de igualar en sencillez: “Acuérdate de mi Señor”.