DOMINGO DE LA MISERICORDIA
Seguramente lo sabes, pero hoy celebramos por iniciativa de san Juan Pablo II, el llamado Domingo de la Misericordia. Y no es que lo hayan puesto en el único lugar libre del calendario litúrgico, sino que tiene muchísimo sentido que lo celebremos hoy, porque apenas termina esta semana que es prolongación del Domingo de Resurrección, y lo que celebramos es la muestra más grande de la misericordia de Dios por nosotros: su Pasión, Muerte y Resurrección para sacarnos de la triste esclavitud del pecado.
Hoy queremos, en estos 10 minutos con Jesús, maravillarnos ante la misericordia divina. «Es más, aprovecharemos para revisar Contigo, Señor, cómo entendemos tu misericordia».
Porque es una palabra que se usa mucho en la Iglesia y de la que oímos hablar con frecuencia en las homilías, pero tenemos que admitir, que el modo en que entendemos este atributo de Dios, a veces no nos es tan fácil.
UN DIOS JUSTO Y MISERICORDIOSO
Por una parte, porque cuando leemos la Biblia, especialmente el Antiguo Testamento, parece que lo que más destaca de Dios no es tanto su misericordia, sino su justicia.
A veces es un Dios que se parece más a un árbitro de fútbol de esos de gatillo fácil, siempre listo para sacarnos la tarjeta amarilla o roja, sin derecho a pataleo.
Y esto claramente es una caricatura de la justicia de Dios, que en verdad es justo, pero también es
“Rico en misericordia”
(Ef 2,4).
De hecho, el Salmo 135 y 136, hacen un recorrido por la historia de Israel y por los atributos de Dios, -especialmente La Creación- y dice literalmente que el motivo de todo es “porque es eterna su misericordia”.
Y esta frase la repite como un ritornello hasta veintiséis veces en todo el Salmo:
«Porque es eterna su misericordia…»
(Sal 135. 136).
Es como para que no nos queden dudas.
EL DEMONIO NOS CONFUNDE
Aún así, estoy convencido de que el demonio está empecinado en hacernos ver que Dios es pura justicia sin misericordia o viceversa. Y esto nos hace un daño terrible porque tenemos una imagen distorsionada de Dios, que nos lleva a apartarnos de Él.
Cuando vemos a Dios como pura justicia y sin misericordia, y nos damos cuenta del alcance de nuestras miserias, nos da vergüenza -incluso miedo- de volver a la casa del Padre por el temor al castigo.
Recuerda lo que pensaba el hijo pródigo de la parábola:
“Ya no merezco ser llamado hijo tuyo”
(Lc 15,21).
Y por pensar así, ¡lo que estaba casi por perderse! ¡Casi el mejor final feliz que existe en toda la Biblia!
CUANDO NOS GANA LA SOBERBIA
O por el contrario, cuando nos gana la soberbia de sentirnos mejores que el resto (o al menos no tan malos) y entonces, exigimos todo el peso de la justicia divina sobre los demás para darles un castigo ejemplar.
Por si fuera poco, a veces pretendemos que Dios haga justicia contra los demás cuando queremos y del modo que queremos nosotros.
No se si recuerdas, cuando Santiago y Juan, -los hijos Zebedeo-, cuando los samaritanos deciden no recibir a Jesús, que iba a pasar por allí, ellos se llenan de ira y le dicen:
«Señor, ¿quieres que hagamos caer fuego del cielo para que los destruya?»
(Lc 9,54).
¿Cuántas veces tu y yo no hemos deseado o pensado lo mismo? ¿Cuántas veces hemos dicho eso que dicen por allí: “manda fuego, Señor”, sobre todo cuando vemos el mal en nuestros hermanos?
PARA ENTENDER A DIOS
Señor, ¿quién entiende? ¿Eres justo o eres misericordioso? Es que en Dios se da una combinación -a veces difícil de conciliar para nosotros especialmente en esta cabecita nuestra-, entre su justicia y su misericordia.
Pero creo que sí tuvimos la fortuna de tener unos buenos padres, al menos una intuición tendremos de cómo se hacen compatibles estas dos atributos en Dios. A ver si me explico…
Una de las palabras que los hebreos utilizaban para “misericordia” es “rahamim”, que tiene que ver con las entrañas, concretamente, con el vientre materno. Es la compasión o ternura que una madre siente por su hijo.
De hecho, dice Dios a través del profeta Isaias:
«¿Es que puede una mujer olvidarse de su niño de pecho, no compadecerse del hijo de sus entrañas? ¡Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré!»
(Is 49, 15).
Como dicen popularmente: ‘Dios es un padre con corazón de madre’.
UN PADRE CON CORAZÓN DE MADRE
Una buena madre evidentemente, ama a su hijo con locura porque es el fruto de sus entrañas. Y seguramente se encontrará con cosas en su vida con las que no estará de acuerdo.
Y si ve que son un obstáculo para su bien -para su felicidad-, ella pondrá los medios para que su hijo sea feliz, pero siempre respetando su libertad.
Incluso, una madre se podrá encontrar con conductas de su hijo que no compartirá, que la harán sufrir porque no está de acuerdo, porque sabe que allí no está la felicidad de su hijo.
Intentará convencerlo, pondrá los medios, pero siempre respetando su libertad. Y por siempre, por siempre: lo amará.
UNOS PAÑALES SUCIOS
Es que una madre es capaz de diferenciar a su bebé -que ama con locura-, del pañal sucio -que detesta con locura-. (Yo no he conocido todavía una mamá que diga que ama los pañales sucios de su bebé…)
Cuando una madre ve que su bebé ensució el pañal no se le ocurre botar en la basura el pañal junto con el bebé, sino que hace todo lo posible por sacar a su hijo de esa condición.
Es que se le remueven las entrañas al ver a su hijo, y darse cuenta de que podría estar mejor.
DIOS SABE QUE PODRÍAMOS ESTAR MEJOR
Y yo entiendo que así es tu misericordia, Señor. Es como la de una madre que nos ve y se le encoge el corazón porque se da cuenta de nuestra terrible situación, y sabe que podríamos estar mejor.
¿Qué clase de misericordia sería la de una madre que ve que su bebé está sucio y dice: “es que lo amo tanto, que no lo voy a limpiar”. O “lo amo tanto, que me da igual que se ensucie”… Esto es absurdo, ¿no?
Pues a veces esa es la imagen que el demonio quiere que tengamos de Dios: un Dios que nos perdona tanto, tanto, tanto, que ya le dan igual nuestros pecados. En el fondo, esto es porque el demonio quiere que sigamos justificándonos y que sigamos ensuciándonos…
HIZO HASTA EL EXTREMO
Por eso, lo que estamos celebrando en estos días de Pascua es la infinita misericordia de Dios, que nos ve en nuestra esclavitud del pecado y se le remueven las entrañas con corazón de padre y de madre.
Y piensa: “haré de todo para que libremente quieras salir de allí (de todo significa “de todo”, hasta el extremo de la Cruz) y para que libremente decidas no volver a esa triste condición”.
Yo soy de los que cree que la misericordia de Dios va más allá del perdonarnos “ad infinitum”, incluso las metidas de pata más graves, porque lo que busca con su perdón es hacernos caer en cuenta de que podríamos estar mejor.
BUSCARLO EN LOS SACRAMENTOS
Señor, Tú perdonaste a la mujer adúltera en una muestra grandisima de tu misericordia. Pero después le hiciste ver que ella podría estar mejor.
«Ve y no vuelvas a pecar»
(Jn 8, 11).
Por eso Señor, que con el misterio pascual de tu Pasión, Muerte y Resurrección nos demos cuenta del extremo hasta el que es capaz de llegar tu misericordia por nosotros.
Que no despreciemos los medios que sigues poniendo a nuestro alcance para tener fuerzas y no volver a la esclavitud del pecado. Que no despreciemos los sacramentos, especialmente la santa Misa y la confesión.
Ayúdanos a ser muy humildes, a deponer la soberbia que nos hace creer que no necesitamos de tu misericordia, entendida así, como la entendemos ahora: el del corazón de una madre que no sólo limpia, sino que hace todo lo posible -hasta el límite de nuestra libertad- para que no nos volvamos a ensuciar.