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LA NAVIDAD ES ATREVIDA

LA NAVIDAD ES ATREVIDA

UNA NAVIDAD ATREVIDA

¡Muy feliz Navidad!

Hoy te invito a hacer como san Josemaría: toma en tus brazos al Niño y quédate, horas y horas, diciéndole cosas dulces y encendidas!… Y bésale, y bailale, y cántale, y le llámale Rey, Amor, mi Dios, mi Único, mi Todo!… ¡Qué hermoso es el Niño! (cfr. Santo Rosario)

¡Míralo y no salgas del asombro! Del asombro de saber que es Dios hecho hombre.

Porque existe una distancia inmensa, un abismo, entre Dios y el hombre; al hacerse hombre es como si Dios diera un salto al vacío…

De este «salto de Dios» vamos a hablar. Y sólo podemos acercarnos por la puerta de la sencillez.

En la Basílica de Belén hay una puerta (la única que da acceso) que se ha convertido en todo un símbolo: durante los tiempos de las Cruzadas no era raro que los soldados musulmanes irrumpieran en las iglesias con sus caballos, matando a fieles y sacerdotes.

Entonces se tapió la gran puerta para impedirlo y se dejó como única entrada una puertecita de poco más de un metro de altura. Todavía hoy hay que entrar a la Iglesia por esa puerta, agachándose, haciéndose niño…”

Y es que Belén es un lugar no apto para mayores, es una auténtica fiesta de locos. Sí, hay que estar un poco locos para entender lo que los Evangelios nos cuentan.

DE REGRESO A BELÉN

Por eso, lo primero: sencillez. Como un niño que se emociona con un cuento porque cree que es real. Lo único es que en este caso sí que es real, por muy loco que parezca. Por eso hay que ser niños y locos…

Como un niño que no le da miedo el fuego, y extiende la mano para tocarlo. Porque no deja de ser niño y porque no deja de estar un poco loco…

No se defiende: se atreve… Atrevámonos nosotros… Que éste fuego que vamos a tocar enciende, abrasa, el corazón.
Un día, de Roma llegó una orden según la cual el emperador ordenaba un censo que obligaría a José a desplazarse hasta Belén.

El camino era largo (150 kilómetros), para allá se fueron. Caminaron hasta que avistaron Belén… Todos los que nos llamamos cristianos tenemos un rincón de nuestro corazón para esta ciudad. Se diría que hemos vivido en ella de niños, conocemos sus calles, sus casas.

La hemos visto en nuestros Nacimientos. Ojalá que hayamos conocido también esas calles, las casas y gentes en nuestra oración…

“El paisaje que José y María vieron era el de un pequeño poblado de no más de doscientas casas apiñadas todas sobre un cerro (…). José y María no tuvieron siquiera ojos para el paisaje.

Lo que a José le preocupó es que, de pronto, su pueblo de origen le parecía mucho más pequeño. Y es que todos recordamos más grandes los lugares donde hemos sido felices de pequeños.

Pero lo que más preocupó a José, fue ver que eran muchos los que, como ellos, bajaban a la ciudad”.

INCONVENIENTES DEL VIAJE

¡Qué complicado! Parecía que Dios ponía una de cal y una de arena

Pero les pedía fe y sencillez. Y la encontrabas en ellos.

Medios sobrenaturales como si no existieran los humanos, y medios humanos como si no existieran los sobrenaturales (san Josemaría).

Dios quiere que nos remanguemos y hagamos. A veces lo sobrenatural es eso: lo que nosotros podemos hacer.

Como dice el Papa hablando de san José: el milagro es José. No hay otro. Es él. Con lo que él puede hacer.

Los planes de Dios no son los planes de los hombres. No es que tenga que hacer las cosas como nosotros queremos, somos nosotros los que tenemos que hacer las cosas como Él quiere (y que muchas veces es: simplemente hacer lo mejor que podemos).

José hace lo que puede. Así llega a la posada… Pero no había lugar para ellos en la posada…

“En las posadas palestinas, en realidad, siempre había sitio y a esa frase hay que darle un sentido distinto.

La posada oriental, la de ayer y todavía la de hoy, es simplemente un patio cuadrado, rodeado de altos muros. En su centro normalmente hay una cisterna alrededor de la cual se amontonan los burros, los camellos, los corderos.

Pegados a los muros hay unos cobertizos en los que viven y duermen los viajeros, sin otro techo que el cielo en muchos casos”.

BUSCANDO EL SITIO ADECUADO

“A este patio se asomó José y comprendió enseguida que allí no «había sitio». Sitio material, sí. Jamás va a decir un oriental que no hay lugar, porque amontonándose con los demás, siempre cabe uno más, (como a veces en el transporte público: donde caben tres caben cuatro).

Lo que no había, era sitio adecuado para una mujer que está a punto de dar a luz. A José no le molestaba la pobreza, ni siquiera el hedor, pero sí aquel molote (aquel relajo, aquel desorden)… Se negaba a meter a María en aquel lugar donde todo se hacía al aire libre, sin privacidad (…)

José lo hubiera aceptado para pasar una noche, pero sabía que tendrían que pasar allí días, tal vez semanas. Y que uno de esos días nacería su hijo. Un poco de silencio, un poco de paz era lo menos que podía pedirse.

Tal vez le preguntó al posadero si no le quedaba algún cobertizo independiente. Y el posadero levantaría los hombros y le señalaría con la mano aquel amontonamiento.

Quizás el mismo dueño de la posada le dijo que había en los alrededores muchas grutas abandonadas que se usaban para guardar el ganado, y que en una de ellas podría refugiarse.

Es más, no es imposible que el propio posadero guardara en ella su ganado. Lo cierto es que a ella fueron a parar José y María”.

Dios es celoso: lo quiere todo. Y lo quiere para Él. No nos pide gran cosa, pero lo pide para Él.

Nuestro corazón es lo que pide. Y no se trata de que comparta allí un sitio con otras cosas. Se trata de que lo ocupe todo. No se trata de presentarle logros o presentarle méritos, se trata de mostrarle que solo tenemos una pobre gruta. Y con eso Él es feliz.

DIOS ELIGE NACER AHÍ

«Estando allí, se cumplieron los días de su parto»

(Lc 2,5).

Es lo que hay. Pero allí elige nacer Dios.

Y tú y yo somos lo que somos, es lo que hay, y en cada uno de nuestros corazones quiere nacer Dios.

Así nació.

“Allí estaba. María y José le miraban y no entendían nada. ¿Era aquello —aquel muñequito de carne— lo que había anunciado el ángel y el que durante siglos había esperado su pueblo?

Un poeta le dirige unas palabras a esta Virgen de la Nochebuena y le pregunta: ¿Te lo habías imaginado más grande? Y el propio poeta responde: (…)”

“Ellos no lo entendían. Lo adoraban, pero no lo entendían. ¿Aquel bebé era el enviado para salvar el mundo?

Dios era «todopoderoso», el niño todo desvalido. El Hijo esperado era la Palabra; aquel bebé no sabía hablar. El Mesías sería «el camino», pero éste no sabía caminar.

Sería «la verdad» que todo lo conoce, pero esta criatura no sabía ni siquiera dónde estaba, ni qué pasaba. Iba a ser «la vida»; aunque se moriría si su mamá no lo alimentaba. Era el creador del sol, pero tiritaba de frío y necesitaba del aliento de un buey y una mula. Había cubierto de hierba los campos, pero estaba desnudo.

No, no lo entendían. ¿Cómo podían entenderlo? María le miraba y remiraba como si el secreto pudiera estar escondido debajo de la piel o detrás de los ojos.

CON FE Y SENCILLEZ

Pero tras la piel sólo había una carne más débil que la piel, y tras los ojos sólo había lágrimas, diminutas lágrimas de recién nacido.

Su cabeza de muchacha se llenaba de preguntas para las que no encontraba respuestas: si Dios quería descender al mundo, ¿por qué venir por esta puerta trasera de la pobreza? Y si venía a salvar a todos, ¿por qué nacía en esta inmensa soledad?

Y sobre todo ¿por qué la habían elegido a ella, la más débil, la menos importante de las mujeres del país?”

“No entendía nada, pero creía, sí. (…) Además, el niño estaba allí, como un torrente de alegría, infinitamente más verdadero que cualquier otra respuesta. (…)

“María tenía fe suficiente para creer sin Ángeles. Además, de haber venido ángeles a la cueva ¿los hubiera visto? No tenía ojos más que para su hijo”.

Ojalá nosotros no tuviéramos ojos más que para este Niño. Y ojalá también tuviéramos la fe y la sencillez que tienen María y José…

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