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LA PAZ DEL ADVIENTO

adviento, niño Dios,

Hoy primer día de diciembre, segundo día de la tradicional novena a la Inmaculada Concepción y Primer domingo de Adviento.
Ya se percibe en muchos lugares el ambiente navideño, está por todas partes. Pero parece que la Iglesia lo que quiere es pincharnos el globo de la alegría con el Evangelio de hoy.
Es verdad que el Adviento es tiempo de espera, de preparación para la venida de Cristo, pero el pasaje que la liturgia quiere que meditemos hoy, parece invitarnos a una espera llena de angustia, de desconcierto, de terror. ¿Esto en verdad es así?

SEÑALES CATASTRÓFICAS

Está el Señor anunciando cómo será la segunda venida del Hijo del Hombre, y las señales que acompañan esta segunda venida son, cuanto menos, catastróficas.
Bueno, vamos a leerlo:

“Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación».
(Lc 21, 25-28)

¡Tremendo panorama! Si Cristo viene así… ¿no habrá otro modo en el que venga, que sea como un poco más pacífico?
Los desastres naturales siempre nos han acompañado en la historia de la humanidad en la tierra, de modo que más de una vez se habrá pensado que estaba ocurriendo precisamente estos cataclismos que describe Jesús.
¿Cuántas veces en la historia no habrán pensado que, el final de los tiempos había llegado ya?


Se me viene a la mente el suceso histórico de la erupción del Vesubio, que sepultó las ciudades de Pompeya y Herculano hace veinte siglos.
Tito era el emperador de Roma y la ciudad de Pompeya gozaba de cierta tranquilidad y prosperidad.
Y un día, el menos esperado, a las diez de la mañana tembló la tierra y de la cima del monte Vesubio, surgió una enorme columna de humo «con la forma de un pino» que alcanzó 30 kilómetros de altura.

DISPAROS QUE VENÍAN DEL CIELO

Ni siquiera sabían que el Vesubio era un volcán, se dice que los romanos ni siquiera tenían una palabra específica para los volcanes.
La gigantesca nube oscura cubrió la ciudad y la sumió en la oscuridad, «no la oscuridad de una noche sin luna o nublada –explica Plinio el joven–, sino como si una lámpara se hubiese apagado en un cuarto cerrado».
Al enfriarse el gas emitido por la erupción al contacto con la atmósfera, comenzaron a caer pequeñas piedras pómez, imagínense el drama de una lluvia de piedras.
Junto con otras rocas, como disparos que venían del Cielo a una velocidad vertiginosa, que mataron a muchas personas y lo cubrieron todo como una pesada capa de polvo.
La primera emisión de lava que comenzó a derramarse por la ladera del Vesubio y se detuvo en la muralla norte.
Pero emitió grandes cantidades de dióxido de carbono que, mezclado con el ácido clorhídrico, resultaron mortales para los habitantes que no habían podido huir de la ciudad.
Por último, la siguiente emisión de lava cubrió totalmente la ciudad. Murieron alrededor de cinco mil personas.
Se tapa el Cielo, caen piedras, parece que se está desarmando el Cielo, la verdad es que esta descripción de los sucesos, cuadra muy bien con lo anunciado por el Señor, para su segunda venida.
Seguramente más de un cristiano -de los pocos que ya existían en la ciudad para la época- pensó que se trataba de la segunda venida del Señor, pero resultó ser una falsa alarma.
Y así tantas veces a lo largo de la historia, las grandes tragedias, pestes, terremotos, deslaves, inundaciones, etc., han hecho pensar en el fin del mundo; y hasta ahora, han sido falsas alarmas.

FALSAS ALARMAS

¿Por qué Dios no quiere que sepamos el día y la hora definitiva de su venida? ¿Por qué tanta falsa alarma? La respuesta también aparece en el Evangelio de hoy:

“Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre”.
(Lc 21, 34-36)

Dicho en cristiano; Dios no nos revela exactamente ni el día ni la hora, y a veces manda falsas alarmas, para que permanezcamos atentos y no nos distraigamos pensando que tenemos el Cielo asegurado.
Eso sería caer en el pecado de presunción, la presunción de la propia salvación, que es sumamente peligroso ya que anula la verdadera humildad.
La humildad necesaria de sabernos nada, incluso indefensos ante los fenómenos naturales, por mucho que avance la ciencia.
La humildad de saber que, si no estamos alertas, podemos irnos separando lentamente de Él, confiando en que no estamos tan lejos, como una corriente que nos va alejando lentamente de la orilla.
Ahora, entendemos que el Señor no quiere que vivamos asustados, agobiados ni paralizados por el terror.
Claro, si uno lee el Evangelio parece que sí, pero lo que el Señor desea para nosotros es la tranquilidad, de quien en todo momento lucha por estar cerca de Dios.

EL SEÑOR NOS PIDE VIGILANCIA

Tratándolo en la oración (como intentamos hacer ahora), tocándolo con la mayor frecuencia posible en la comunión (diaria, si es posible)
Regresando a Él mediante el sacramento de la confesión frecuente, cada vez que nos alejamos de Él: “sacramento de la Confesión”.
Y si la propia debilidad o miseria nos aleja de Él y haciendo el propósito firme de enmendar el mal cometido.
La tranquilidad de un hijo de Dios que espera encontrarse con su Padre Dios, en cualquier circunstancia del día.
El Señor nos pide vigilancia, pero no nos pide que estemos asustados, sin temor. De hecho, nos dice el Evangelio de hoy:

“tened cuidado para que no se emboten vuestros corazones”.

El verbo griego empleado es barethósin (ofuscarse, embotarse), que proviene de la raíz baréo (que tiene que ver con estar pesado, o bajo presión, p.ej. en “barómetro).
Es decir, que lo que Jesús nos pide es que estemos atentos a no ponerle a este corazón nuestro una presión o un peso que le impida la libertad de volar alto hacia el Cielo.


Por eso nos dice:

“No sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida”

Es decir que no le pongamos con esas cosas y muchas más, un peso que le impida la libertad de volar alto hacia el Cielo.

NO HAY ESPACIO PARA LA DESESPERACIÓN

La vigilancia que nos pide el Señor no es solo a no equivocarse sino a tender alto, y para eso quítate el peso que te arrastra hacia abajo.
A vivir con la tranquilidad de saber que lo que Dios nos promete siempre es mucho mejor que lo que nos ofrece el mundo (juergas, borracheras, placeres, vanidades, reconocimientos, etc.).
Nada de las cosas que nos pueda dar el mundo, se compara con lo que nos promete Dios. ¡Quítale ese peso a tu corazón!
Para quien vive así “despiertos en todo tiempo”, no hay espacio para la desesperación, porque la lucha está enfocada en estar unidos a Dios ni, aunque parezca que el Cielo se nos viene encima.
El plan es muy sencillo y a la vez muy eficaz: “Buscar muchas veces cada día, el encuentro con Dios”.
Y esto da una tranquilidad impresionante: “Señor, que yo te busque; Señor, que yo te encuentre; Señor, que yo te ame.” Digámoslo muchas veces durante el día.
Esto nos dará una alegría que no puede darnos ninguna distracción de este mundo.
Por eso la Iglesia nos propone que consideremos este Evangelio de hoy, para este primer domingo de Adviento: para que estemos prevenidos, porque se acerca una época de muchas distracciones.
Que tengamos la humildad de reconocer que necesitamos a Dios, especialmente ahora que estamos esperando la venida del Niño, que quiere abrirse espacio en nuestras vidas en esta Navidad.
Ojalá que cuando el Niño venga, no se consiga con unos corazones endurecidos o agobiados con las cosas del mundo.
En cambio, que nos consiga humildes: “Señor, te necesito; Señor, me haces falta; Señor, sin Ti, me puedo dejar llevar por cualquier tormenta, por cualquier cataclismo, por cualquier preocupación”.

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