CONOCER A JESÚS
En estos días, en el mundial de fútbol, escuché más de una vez viendo algún partido de equipos de otros países -o incluso, también del mío- preguntar a alguno que sabía más: —¿…y éste dónde juega? ¿este en qué equipos estuvo? Y así… algún detalle de su biografía.
El experto, de turno, podía contestar: —Que si en el Manchester… si jugó ante tal equipo… en el país…y en algún caso, saber más de su historia, de su estadística y de su vida.
Me acordaba de esto, por unas palabras que salen en el Evangelio de hoy que, a mí un poco, Señor, me choca, palabras Tuyas, que decís:
«—Nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre»
(Lc 10, 23).
“Nadie te conoce Señor Jesús, sino Tu Padre”. Y me viene la pregunta, ¿qué es conocerte? Yo te conozco. Tanta gente que habla de Vos, te conoce.
Porque volviendo un poco a lo de los jugadores, distinto es conocer la trayectoria, las estadísticas de un jugador, que quizá lo conoce todo el mundo, a tener una relación con él, haber tratado con él, conversar, ser amigos.
“Seguramente con Vos, Jesús, algo de esto hay también. Podemos haber escuchado mucho hablar de Vos, podemos haber -incluso- leído Tu vida en los Evangelios, tus enseñanzas y, sin embargo, podríamos no tener una relación personal con Vos.”
Cómo les pasará a muchos de estos fanáticos que conocen muy bien y admiran a un jugador y sienten una admiración, simpatía; pero no, no son amigos.
“Claro, no es lo mismo, porque la relación con Vos Jesús, no es como la que tenemos con un hermano, una hermana o un amigo.
JESÚS NUESTRO AMIGO
«Si bien vos podés llegar a ser el Amigo -con mayúscula- y más que cualquier otro. Pero, está también de por medio, esta realidad de que el Padre, Dios mismo nos tiene que inspirar para conocerte a Vos”
No es solamente lo que leemos, lo que escuchamos, sino que es un don. Así, como Vos decís en el Evangelio:
«Que para conocer al Padre, nos lo tiene que revelar el Hijo…»
En Vos, conocemos a Nuestro Padre y cómo tratar a Nuestro Padre Dios.
También tenemos que recibir ese don de conocerte y tratarte personalmente, que es algo más que teórico, es un don sobrenatural, es la fe y es un don muy grande.
Tanto que Vos decís, Jesús:
«Esta es la vida eterna que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado»
(Jn 17,3).
Lo decís en el Evangelio de san Juan, hablando directamente a tu Padre “…esta es la vida eterna. Que conozcamos al único Dios y el Jesucristo a quien él envió”.
Que te conozcamos Jesús y que te tratemos con la ayuda del Espíritu Santo que sopla donde quiere; sin quien no podríamos ni siquiera decir: Señor, Jesús.
Si ahora podemos hablarte, es con la ayuda del Espíritu Santo. Nos podemos preguntar: ¿y cómo? Bueno, con ese don de la fe; que es, por una parte, don, regalo, gracia.
Pero también una puerta que hay que querer atravesar, que siempre nos deja libres para que pongamos de nuestra parte.
Los dones de Dios no nos aplastan, sino que nos dan justamente una gracia, un poder que uno puede ejercitar o no.
Y que te hablemos, Jesús, que no te conozcamos sólo de oídas; sino en nuestra experiencia, en un dialogo, diálogo de fe, es un regalo y una correspondencia, una tarea.
LA COMPAÑÍA DE JESÚS
Por ejemplo, en estos 10 minutos que son con Vos, que queremos, Señor, hablarte, escucharte…
Podemos no solamente escuchar el audio, sino aprovechar para decirte algo, preguntarte algo; o quizá, en un momento de silencio, después de que terminó el audio quedarnos meditando y ahí decirte algo; o en la calle, hablarte, procurar escucharte, tener esta experiencia de compartir con Vos.
Recuerdo un ejemplo, me comentaba una persona que lo que le ayudaba en los viajes, que hacía en auto, era imaginarse que iba Jesús en el asiento del acompañante. ¡Que ibas Vos, Jesús!
Se imaginaba, incluso que, si tenía alguna cosa o si llevaba un abrigo o algo, lo ponía atrás para dejarte el asiento libre.
Ese pequeño truco de la imaginación le servía para para rezar, para poder comentarte algo…Decirte algo, sentir esa compañía Tuya, que es realmente un regalo muy grande.
Un regalo de los más grandes, esa amistad Tuya, Jesús: sentir tu compañía, cercanía. En vez de quedarse uno en un continuo monólogo, qué es lo que nos puede salir, un monólogo… Pensar las cosas yo solo, analizar, jugar, tomar decisiones, apreciar, criticar todo.
Cuando podemos llegar a tener este regalo que pueden crecer: estar con alguien con el Amigo (con mayúscula). En vez de hablar con nosotros mismos, hablar con vos, Jesús.
Que, como decimos, al comenzar estos ratos de oración: nos ves, nos oís, también creemos que nos queres, nos acompañas, nos podes inspirar…
Y para todo esto, seguramente hace falta, vencer una resistencia: quizá, en primer lugar, la pereza; hay que proponérselo.
Pero también la incredulidad, como un cierto miedo a hacer el ridículo: ¿y si yo le estoy hablando a nadie, si esto es un invento mío? Hay que vencer la falta de fe.
SER COMO NIÑOS
Mira justamente hoy, el Evangelio, comienza con una oración Tuya Jesús, al Padre, y decís:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se lo has revelado a los pequeños»
(Lc 10, 21).
Los pequeños tienen cierta audacia, no tiene miedo a quedar mal, a querer, a pedir mostrando lo que tienen en su corazón, con sencillez. Lo habremos hecho nosotros de chiquitos; quizá lo hemos visto en niños: rezar con gran fe.
De eso, puede ser, que te admires y que te da una gran alegría, Jesús en el Espíritu Santo, que cómo nos cuenta el Evangelio, este gran don, este tesoro lo has revelado a los pequeños.
Tal vez nos tenemos que hacer pequeños para descubrirlo, para gozarlo, para recibir este don: de tenerte, de conocerte.
Pero conocerte, no sólo de oídas, por datos que escuchamos, sino porque te tratamos, porque te contamos nuestra vida, nuestras cosas porque procuramos mirarte y escuchar lo que vos nos querés decir.
Vamos a terminar este rato de oración pidiéndote, Señor, este gran don de tener lo que tantos quisieron -como dice también el Evangelio …tener y no tuvieron, ver y no vieron…-, que es: esa amistad con Vos.
Encomendándonos a María, Nuestra Madre, que no tuvo que hacer ningún esfuerzo para hablarte a vos, Jesús. Le hablaba a Dios, te trataba con tanta naturalidad y cercanía…
Que ella nos ayude a tratarte siempre y cada vez más, así Jesús, con confianza y si fuera posible en todo momento.