MIRANDO A MARÍA
Hoy es sábado, y como todos los sábados ¡es día de la Virgen! Hemos celebrado ya tres grandes fiestas: la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen, la Virgen de Loreto, y hace dos días a Nuestra Señora la Virgen de Guadalupe, Emperatriz de las Américas.
Y hoy es sábado. “Por eso, Jesús, queremos en estos 10 minutos, también fijarnos en la Virgen. Queremos seguir mirando a nuestra Madre y seguir haciendo oración, sirviéndonos de su belleza, de su hermosura, de su Santidad. Queremos mirar a nuestra Madre con un santo orgullo, con admiración, con agradecimiento, como se miran a todas las madres y a todos los padres también”.
Y he tenido como en la cabeza estos días, pues ese pasaje del Evangelio de la Anunciación. Cuando se nos dice en el Evangelio:
“Y el nombre de la Virgen era María” (Lc 1, 27).
¡María! Yo me imagino la primera vez que se escuchaba o se leía ese relato. Cómo, ante ese momento, todos los espectadores deberían contener la respiración para saber el nombre de aquella doncella, de aquella mujer escogida, de la reina, de la que iba a ser la Madre del Mesías…
“Y el nombre de la Virgen era María”.
¡María!
Y en la Virgen celebramos las maravillas que Dios ha hecho en una criatura como nosotros, como tú y como yo, como cualquier mujer de su tiempo.“Tú, Señor, escogiste de entre todas las mujeres que iban a poblar el planeta, a María, aquella mujer de Nazaret”.
LA ANUNCIACIÓN
Dice el Evangelio lo que ocurrió en la santa casa de Nazaret, donde nació la Virgen y donde fue la Anunciación, y donde también nació Jesús.
No solamente celebramos la fiesta de Loreto porque allí nació Jesús, sino porque también allí nació la Santísima Virgen, y porque allí también fue la Anunciación del ángel.
Todo ocurrió en esa santa casa. Por eso los ángeles se la llevaron a Loreto, para protegerla, esas tres paredes sin fundamento. El resto se quedó allí, en Nazaret, en esa gruta que hoy también se venera, como es el lugar santo donde Jesús se hizo carne, donde el Verbo de Dios se hizo carne.
Y el Ángel entra en la presencia de la Virgen y le dice:
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28).
Y más adelantico le dice:
“No temas, María” (Lc 1, 30).
Y yo quiero en este rato de oración, fijarme sobre todo en esas dos palabras, quiero meditar esas dos palabras: alégrate, no temas.
Dos voces que escuchó la Santísima Virgen en aquella ocasión, en ese pasaje de la Anunciación.
CON ALEGRÍA
Alegría. Siempre que Dios está cerca hay una alegría que invade el alma. Una alegría que es serena, que da paz, que da tranquilidad. Pero también proviene esa alegría de un sí, de un sí sencillo pero completo, como el sí de la Virgen. Por eso el Ángel le dice: ¡Alégrate, alégrate!
En la Virgen no hay medianías, no puede haber medianías. Si hubiese medianías en la Virgen, no podría haber alegría. No puede haber alegría en un corazón que pacta con medianías. En la Virgen no hubo aquello.
“El Señor ha hecho obras grandes en mí”
(Lc 1, 49),
cosas grandes manifestadas en la vida más ordinaria de una mujer de la época. Porque la Virgen tengo entendido que no hizo cosas extraordinarias, cosas todas ordinarias, como cualquier mujer. Eso sí: con mucha santidad, por amor a Dios.
Y después a trabajar, a buscar la santidad. Desaparece el Arcángel san Gabriel, ya no hay ángeles a su alrededor. Ella debe continuar el camino que atravesará también por muchas oscuridades y por momentos de luz. Pero siempre escuchando en su interior esas palabras: Alégrate; no temas. Alégrate; no temas.
Señor, y nosotros que estamos haciendo este rato de oración, pues podemos pensar si hemos escuchado esas palabras también. Alégrate; no temas. ¿Qué estaremos escuchando en este momento? ¿Alégrate o no temas?
¡ALÉGRATE! ¡NO TEMAS!
La Virgen comenzaría a escuchar ese “no temas” ante el desconcierto de José, ante su embarazo, ¡no temas!
Luego los comentarios que pudo haber a su alrededor de sus familiares o amigos por su sorpresivo embarazo, ¡no temas! El nacimiento de Jesús, que celebraremos en pocos días, ¡alégrate! La llegada de los pastores y reyes, ¡alégrate!
La huida a Egipto, ¡no temas! Verlo en el taller de José, ¡alégrate! La pérdida de Jesús en el templo, ¡no temas, no temas!
Ver a Jesús con sus apóstoles, ¡alégrate! Ver la incomprensión, la envidia, la persecución a Jesús, ¡no temas, no temas!
Ver los milagros a los más débiles, ¡alégrate! Ver a esa multitud que seguía al Maestro, ¡alégrate!
Y ver a nuestra Madre en la noche de la Cruz, también ¡no temas! En la resurrección, ¡alégrate!…
Y así fue la vida de María… Así fue la vida de María: ¡Alégrate! ¡No temas! ¡Alégrate! ¡No temas! ¿Cuántas veces habrá escuchado y meditado aquel saludo? ¡Alégrate! ¡No temas!
Y VERLA SIEMPRE CON ADMIRACIÓN
El Ángel se va. La misión permanece y junto con ella va madurando esa cercanía interior de Dios, el íntimo ver y tocar su proximidad. ¿Qué puede pasar cuando Dios está con nosotros? Nada.
Pero podemos pasar por momentos de dificultad, podemos pasar por momentos de oscuridad, pero estamos con Jesús. ¡No temas, no temas! El Señor está contigo, también lo rezamos en el Ave María.
Ojalá nosotros pudiéramos tener esa intimidad con Dios para escuchar ese ¡Alégrate! ¡No temas! Y ser criaturas de una pieza, que no se dejan llevar por los vientecillos de las emociones y de los estados de ánimo.
¡Cómo le damos importancia nosotros a esos estados de ánimo, para avanzar o para retroceder, cuando no nos da la gana, o cuando no tenemos ese sentimiento, o ese impulso, o esa emoción!
¡Alégrate! ¡No temas!
Pues que maravilla que estos días sigamos mirando a nuestra Madre con admiración.
En la Jornada primera de la Parte II de “La Vida es Sueño” de Calderón de la Barca, Segismundo le dice a Rosaura:
“Cada vez que te veo nueva admiración me das, y cuando te miro más aún más, mirarte deseo”.
¡Qué bonito! Y podemos terminar con esa breve poesía, mirando a nuestra Madre con admiración, con deseo: aún más mirarte deseo.
Vamos a pedirle a nuestra Madre que también Ella nos recuerde con su voz maternal: ¡No temas! ¡Alégrate!