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P. Javier

6 min

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LA VIUDA POBRE

Dios premia y se asombra de los actos heroicos de generosidad de esa pobre viuda. Y nos pide esa entrega

Como siempre, empezamos nuestro rato oración pidiéndole a Jesús que nos ayude a hablar con Él:  “Jesús somos ciegos, sordos, mudos para la oración. Nos cuesta un montón porque no tenemos, no vemos tu sonrisa, tus gestos. No sentimos tu presencia física junto a nosotros y por eso nos cuesta hacer oración.

Te pedimos una especial ayuda Jesús, para que nos salga bien este rato que intentamos ponernos en más cercanía con Vos. Para que Vos nos contagies tus sentimientos, tu lógica; que nos ayudes a mirar con tus ojos”.

Cuentan de un señor que sube al Cielo y Dios está ocupado; lo llaman, sale un momento y deja sobre el escritorio sus anteojos. Este hombre se tienta y mira con los anteojos de Dios el mundo y ve pura maldad.

VER CON TUS OJOS

Cuando Dios vuelve lo sorprende con los anteojos y este hombre le dice: ¿Cómo haces para soportar tanta maldad, tanto dolor sin aniquilarnos? Y Dios le dice: Mira, es que yo veo con los ojos del corazón, no con los anteojos.

Esto nos puede servir a nosotros para pensar que necesitamos ver con los ojos de Dios la vida; si no, la vida se hace rara, se hace difícil, nos ponemos pesimistas, vemos en los demás gente decepcionante.

Por supuesto que nos van a decepcionar, por supuesto que no están a la altura de Dios, estamos hechos para un amor divino, no para el amor humano. Por lo tanto, el amor humano siempre nos resultará poquito, chiquito, decepcionante. Porque a veces traiciona, olvida, no tiene en cuenta, no se acuerda de lo importante, no ve.

Solo el amor de Dios puede satisfacer las ansias de eternidad que tiene nuestro corazón. Y hemos sido creados para amar y ser amados por el infinito Dios, el inmenso Dios, el todopoderoso Dios. Por eso nuestro corazón no se puede satisfacer con cosas de este mundo. Le pedimos a Jesús que nos ayude a ver con sus ojos.

Libertad

DARLO TODO

En el Evangelio de hoy se narra una escena muy bonita que la cuenta san Lucas. Una anécdota en la cual Jesús ve a una viuda que echa en el cepillo del templo dos moneditas de cobre, nada, dos pesos. Y Jesús se da cuenta de que es el mayor donativo que ha recogido el cepillo del templo.

Siendo notablemente mucho menos cuantioso porque otros han dado muchísima más plata, pero han dado de lo que les sobraba. Y esta mujer, esta pobre mujer que pasa necesidad, echó en el cepillo del templo todo lo que necesitaba para vivir.

Jesús con este hecho que narra el Evangelio, nos plantea muchos interrogantes. No basta con quedarse: “uy qué bien esta mujer, qué grande esta mujer, qué buena qué valiente, darlo todo…”.

El Evangelio lo tenemos que interiorizar, escuchar la palabra que nos es dirigida a nosotros, a cada uno de nosotros y responder. Jesús no dice: ¿Estás dispuesto a darlo todo? ¿Estás dispuesto a ser generoso hasta el extremo, a darte a los demás hasta el extremo? ¿al llegar cansado de haber amado mucho a la noche, cada día?

Esta mujer, en una situación lastimosa, siente que tiene una vida difícil; nosotros no estamos en una situación tan extrema. Sin embargo, Jesús nos plantea desde el Evangelio, nos dirige esta pregunta: ¿Querés ayudarme, querés ayudar a todos los demás? ¿Querés ayudar a cuantos se acercan a vos? No podes vivir para vos; amor en acción, no egoísmo en acción.

Jesús nos propone amor en acción, el demonio nos propone egoísmo en acción. Dedicarnos a nosotros mismos, a nuestros asuntos, a pasarlo bien, a estar bien, un malentendido bienestar. Jesús nos propone otra cosa, nos propone la felicidad que viene de ser buena gente.

La felicidad,ya sabemos, no está fuera de nosotros sino dentro de nosotros. Jesús no dice: “Bienaventurados los que tengan una Ferrari, bienaventurados los que tengan la mejor familia, los que tengan unos hijos geniales o unos padres adorables o una pareja muy buena.

dice, bienaventurados los pobres de espíritu, los limpios de corazón; bienaventurados los que sufren por causa mía, etcétera”. Todas las bienaventuranzas, bienaventurados a ser feliz. Jesús habla mucho de felicidad, pero pone la felicidad dentro de la persona, nunca fuera de la persona.

LA FELICIDAD ESTÁ DENTRO DE NOSOTROS

Esto es sumamente importante para nosotros porque a veces la buscamos afuera. Cuántas veces buscamos la felicidad en las personas que nos rodean: “yo soy feliz si mi hijo hace todo lo que yo considero que es bueno para él”. Y estamos poniendo la carga sobre las espaldas de ese chico, la carga de nuestra felicidad;  él es responsable de su felicidad no de la nuestra.

No es nuestro; los hijos no son nuestros, nadie es nuestro. Mi novia, mi novio, mi esposa, mi padre… Ese mío es tremendo. Somos apropiadores de las personas y las personas no están hechas para nosotros, están hechas para ser felices como nosotros tenemos que ser felices. Pero la felicidad está dentro nuestro, no está fuera. No está en tener sino en ser.

No es tener un hijo perfecto, una esposa perfecta, una novia perfecta, un novio perfecto, un trabajo perfecto, un título genial, etcétera. Tantas cosas que podemos tener en la vida. Sino en ser, en ser como Jesús, al ser la mejor versión de nosotros mismos. Teniendo en cuenta nuestras condiciones, posibilidades, aptitudes.

A PARTIR DEL SER

Para eso necesitamos desarrollarlo pero a partir del ser. Por eso es bueno preguntarnos: ¿Soy feliz, me siento feliz? Ser, sentir, darnos cuenta de que nuestra vida es genial, de que nuestra vida es plena porque hemos trabajado en nosotros, no hemos trabajado simplemente en los demás.

Por supuesto que ser felices nos empujará a ayudar a los demás a ser felices. Pero no porque eso haga nuestra felicidad, nuestra felicidad es previa. Tenemos que ser felices para poder ayudar a otros en el camino de la felicidad, pero no para que nos hagan felices a nosotros. 

Yo admiro a mi madre que siempre nos creó con mucho desapego, que no tiene nada que ver con indiferencia. Mi madre cuando salíamos al parque a lo que sea, para dar la vuelta, pasear y me tropezaba, me caía y me lastimaba, nunca corría desesperada y a los gritos (jamás me la imaginaría así, jamás lo hizo).

Simplemente me miraba y veía si yo me podía levantar solo, yo me podía componer solo, si me las podía arreglar por mi cuenta. Y solo en los casos rarísimos en que no podía arreglármelas por mi cuenta, mi madre ahí sí acudía presurosa a ayudarme, pero primero dejaba que yo resolviera. Nunca quiso reemplazarme y nunca quiso poner sobre mis hombros el peso de su felicidad.

Mi madre me enseñó a ser feliz, a buscar la felicidad, a buscar mi propio camino. Nunca dijo: bueno hace todo bien pero no te olvides de cuidarme, no te alejes de mí, te quiero cerca, no me gustaría que te vayas, quiero que me cuides, quiero que me alegres los días, etcétera. Mi madre y mi padre también, fueron dos personas que nos dejaron ir en la vida, nos dejaron ser felices, nos educaron para ser felices por cuenta propia.

ALEGRÍA

QUIERE QUE SEAMOS FELICES

Todavía tengo grabadisimo en la memoria el día que me fui a estudiar a la capital de mi país, Argentina, que es Buenos Aires; yo vivía en Mendoza. Recuerdo cuando tomaba el autobús para irme a Buenos Aires, vi a mis padres paraditos en la terminal de ómnibus agarrados de la mano; mi madre tuvo el reflejo de agarrarse de la mano de mi padre porque estaba sufriendo, porque sabía que yo me iba. Me iba de mi casa; me iba como me fui, por años, por siempre casi.

Ese dolor de mi madre, que si bien no se manifestó en lágrimas ni se puso en plan dramático, simplemente la vi agarrarse con todo de la mano de mi padre. Mi padre me decía: “ese día me rompió el corazón y la mano”; porque mi madre quiso que fuéramos felices.

Dios quiere que seamos felices, por eso pidámosle que nos ayude todos los días a sacar la mejor versión de nosotros, que así sea.


Citas Utilizadas

Ap 14, 1-3. 4-5

Sal 23

Lc 21, 1.4

Reflexiones

Señor, ayúdame a sacar la mejor versión de mí, para así buscar la felicidad en donde realmente está. 

¡Jesús mío, que vea con tus ojos!

Predicado por:

P. Javier

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