En el Evangelio de la misa de hoy nos cuenta san Marcos cómo Jesús va a la casa de Simón y Andrés con Santiago y Juan y se encuentra con que la suegra de Simón estaba enferma en cama y con fiebre y Jesús la cura.
Entonces ella se levanta y se pone a servir a Jesús y a los discípulos.
Pero ahí no termina la cosa, porque cuando cae el sol le empiezan a llevar a todos los enfermos, a todos los endemoniados y dice que “la ciudad entera se agolpaba junto a la puerta” para buscar a Jesús.
“Curó a muchos que padecían diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Muy de madrugada se levantó, salió y se fue a un lugar solitario y ahí se puso a hacer oración.
Salió a buscarle Simón y los que estaban con él y después de encontrarle le dijeron: “todos te buscan””
(Mc 1, 29-36).
Esto es una especie de resumen de lo que era toda la vida de Jesús.
La vida de Jesús, el día de Jesús, era prácticamente eso: se levantaba con las primeras luces para empezar a hablar con su Padre Dios.
Él sabía que después el día iba a ser complicadísimo, que no iba a tener una oportunidad para hablar con su Padre, entonces lo hacía a primerísima hora.
Él se nutría de ese trato con su Padre y de ahí sacaba esa fuerza que humanamente necesitaba para enfrentarse, para ponerse delante de toda esa necesidad que la gente tenía y que la gente le venía a plantear.
EL MODO QUE JESÚS ACTUABA
Este era el modo en el que Jesús actuaba: oración, predicación de la Palabra, anuncio del Evangelio y curación de los enfermos; Él se ocupaba de los cuerpos y de las almas.
A mí no me gusta mucho ese reduccionismo que habla de que a nosotros nos interesan las almas. Las almas no se encuentran así separadas. Las almas separadas son las de los que ya han muerto. Pero la gente que vive no son almas, son almas y cuerpo.
Cada uno de nosotros somos esa unidad sustancial y el amor a la persona implica que a uno le importe la salvación eterna de los demás, pero también le importe si el otro tiene un dolor de cabeza, si el otro está preocupado, si el otro llega o no a fin de mes…
La verdad es que es absolutamente necesario, Jesús no se ocupaba solamente de las almas, se ocupaba de las personas y cada una de las personas tenía ese trato absolutamente privilegiado, ese trato que da ese conocimiento personalísimo que Jesús tenía acerca de todos y de cada uno.
Entonces nosotros tenemos que actuar en consecuencia y en consonancia con esa manera que tiene Jesús de actuar para que el Evangelio sea creíble.
CAPACIDAD PARA HACER EL BIEN
En una carta apostólica que se llama “Novo Millennio Ineunte” que escribió Juan Pablo II con motivo del comienzo del tercer milenio, nos habla precisamente de cómo los cristianos debemos tener esta manera de actuar.
“Es la hora de una nueva imaginación de la caridad, que promueva, no tanto y no solo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacernos cercanos y solidarios con quien sufre para que el gesto de ayuda sea sentido, no como una limosna humillante, sino como un compartir fraterno”.
¡Qué importante es esto! Sin duda es necesario que haya una capacidad técnica si nosotros queremos ayudar.
El médico tiene que saber medicina, el constructor tiene que saber acerca de los materiales, el abogado tiene que saber acerca de leyes. Todos y cada uno de nosotros necesitamos tener una capacidad para hacer el bien.
No hace el bien solamente el que quiere, sino el que puede.
Ahora, junto con esa capacidad técnica que es necesaria, tiene que existir también ese movimiento del corazón.
“Buen samaritano es todo aquel que se detiene frente al dolor ajeno. Todo aquel que permite que su corazón se conmueva frente a la necesidad del otro”.
VIVIR DE LA MISMA MANERA QUE JESÚS VIVÍA
Es algo interior, no es solamente dar una limosna, no es solamente dedicar algo de tiempo, sino realmente que a uno le importe lo que al otro le pasa o como se dice: que uno registre a la persona. Esto es importantísimo para que el Evangelio sea creíble.
“Sin esta forma de evangelización, llevada a cabo mediante la caridad, (…) el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras, al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día.
La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras”
(Novo Millenio Ineunte, Juan Pablo II).
Es decir, si nosotros queremos que el mensaje del Señor sea creíble, nosotros tenemos que vivir de la misma manera que Jesús vivía, de la misma manera que Él se comportó. Es imprescindible que lo hagamos de esta manera.
Muchas veces el modo en el cual la gente se termina acercando al Señor, es precisamente cuando descubre esa caridad cristiana, porque los argumentos a veces sí tienen su efecto o, podríamos decir, los argumentos lógicos, ahora ¿cómo nosotros experimentamos?
JESÚS QUIERE NUESTRA FELICIDAD
Es cierto que cuando nos damos cuenta de que alguien nos quiere de veras, que a alguien le interesa lo que nos pasa, lo que nosotros somos, bajamos la guardia y, si teníamos algún prejuicio, le permitimos a esa persona que entre en nuestro interior. ¿Por qué? Porque el amor verdadero realmente llega al fondo del corazón.
Jesús quiere nuestra salvación eterna, pero también quiere nuestra felicidad terrena. Jesús también quiere consolar al afligido, quiere estar junto a aquella persona que está necesitada y nosotros tenemos esa necesidad absoluta.
La necesitamos cada uno de nosotros. Aunque ya somos cristianos, también necesitamos eso mismo.
Porque de vez en cuando uno se encuentra con gente que sí, da muchos ejemplos, que se pone como ejemplo, pero si nosotros no vemos coherencia, si no descubrimos que ellos aman de verdad, es como que sus argumentos pierden todo tipo de credibilidad.
Pidámosle al Señor que nos ayude a estar muy cerca de Él a través de la oración, a través del contacto con Él en la Eucaristía.
Que sepamos estar muy cerca de Él para que se nos contagie ese amor verdadero, ese amor por el cual el Señor entregó su vida.
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