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LAS BIENAVENTURANZAS

LAS BIENAVENTURANZAS

Escucharemos en la lectura de la misa de hoy, en el Evangelio de san Lucas, donde nos dice:

«En aquel tiempo Jesús levantando los ojos hacia sus discípulos les dijo: Dichosos los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos los que ahora tienen hambre porque quedarán saciados.

Dichosos los que ahora lloran porque reían. Dichosos ustedes cuando les odien los hombres y los excluyan y los insulten y proscriban su nombre como infame por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y saltan de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. 

Eso es lo que hacían sus padres con los profetas, pero ¡Ay de ustedes los ricos que ya tienen su consuelo! ¡Ay de ustedes los que están saciados porque tendrán hambre!

¡Ay de los que ahora ríen porque harán duelo y llorará! ¡Ay sí todo el mundo habla bien de ustedes! Esto es lo que hacían sus padres con los falsos profetas».

Sean dichosos o bienaventurados como también se traduce, los trae el Evangelio de san Lucas y san Mateo en las bienaventuranzas.

Pero aquí san Lucas las trae reducidas. Trae esas impregnaciones o esos antítesis de esos “Ay” mucho más directos. Mas incisivo es el caso de san Mateo, por ejemplo, la primera bienaventuranza: Bienaventurados los pobres (sin más). Mientras san Mateo se lee:

«Bienaventurados  los pobres de espíritu». Que es una explicación más explícita de la virtud de la pobreza.

¡TENER CUIDADO CON ESOS AYES!

Con estas cuatro exclamaciones condena el Señor la avaricia, el apego a los bienes del  mundo, el excesivo cuidado del cuerpo o la gula y la alegría necia. Digamos, como una búsqueda de la propia complacencia en todo. Así cómo es la adulación, el afán desordenado del logro humano y la vanagloria.

Si bien son estos tipos de vicios muy comunes en el mundo, ante los cuales el cristiano tiene que estar vigilante, para que no nos dejemos arrastrar por ellos, pues total aquí, todos tenemos pecado original, y a todos nos cuestan las cosas. 

¡Bienaventurados!

… ¡Porque todos somos bienaventurados! Sí vivimos esas virtudes del Señor, y lo dice después, la justicia de Dios hará que seamos saciados o lo que es mejor, que sea resarcidos de toda acusación falsa, porque ya desde ahora, esos dichosos bienaventurados Dios los acoge en su reino. 

Porque la  bienaventuranza se basa en el hecho de que existe una justicia divina, que enaltece al que ha sido humillado injustamente o humilla al que se enaltecido. Como afirma el Señor, las situaciones se invertirán,

«Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos».

Esta justicia, esta bienaventuranza se realizará en plenitud en el Reino de los Cielos, y tendrá allí su cumplimiento final. Pero ya está presente en la historia, donde los pobres son de algún modo consolados y admitidos en el banquete de la vida. Y también se manifiesta la justicia de Dios en la tarea de todos los discípulos del Señor que estamos llamados realizar también en la sociedad actual. Sabiendo que nuestro destino eterno está condicionado por nuestra actitud. 

Nos corresponde a nosotros, seguir el camino que Dios nos ha mostrado para llegar esa «Vida» con mayúscula. Ya vemos que ese camino puede ser el amor, la caridad, que da forma a todas las virtudes. No entendido como mero sentimiento, sino como un servicio real y verdadero hacia los demás: es la caridad de Cristo. 

VIVIR UNA MORAL EVANGÉLICA

Es posible que a no pocos Cristianos, lamentablemente, les cueste comprender esa necesidad de vivir hasta el fondo la moral evangélica que es esta la enseñanza de Cristo aquí.

Pero las palabras del Señor son claras, sí y son exigentes no hay duda, pero están dirigidas a todos, no solo a los apóstoles o los discípulos que seguían al Señor de cerca.

El discurso de la montaña es para la multitud

Ahí estamos todos, y todos tenemos que procurar vivirla. La primera, la virtud de la pobreza. Y la Iglesia consciente de eso, proclama que existe una pobreza como virtud. Y es lo que tenemos que ejercitar y elegir libremente como lo han hecho muchos Santos.

Otra cosa es la miseria, que con frecuencia es el resultado de muchas injusticias, provocada por el egoísmo; y que trae como consecuencia el hambre o la indigencia, y favorece mucho los conflictos, la guerra, etc. 

La Iglesia cuando anuncia la palabra de Dios, debe favorecer un círculo virtuoso. Lo decía el papa Benedicto XVI:

«Entre la pobreza que conviene elegir y la pobreza que es preciso combatir, hay que redescubrir siempre esa otra virtud de la sobriedad y la solidaridad, como valores ciertamente evangélicos y al mismo tiempo universales. 

Qué implica también optar por la justicia, quiénes no encomendarlos a Dios y a su promesas, a veces cuando podemos ser considerados como ingenuos, o que estamos alejados de la realidad». 

BIENAVENTURADOS COMO HIJOS DE DIOS

Sin embargo el Señor declara que eso, que no solo en la otra vida, si no que ya en ésta, descubrirán que somos hijos de Dios: y que lo somos desde siempre y para siempre.

Dios es totalmente solidario con los que seguimos su buena nueva, su Evangelio, y al mismo tiempo entenderemos que no estamos solos, que Él está a favor siempre de lo que se compromete con la verdad, con la justicia y con el amor.

El Señor y el amor del Padre, no duda en ofrecerse como el sacrificio de su persona de sí mismo. Que cuando se opta por Jesucristo, Dios y hombre verdadero, se vive  también esa experiencia de un don, uno inmenso, para compartir la misma vida de Dios, es decir la vida de la gracia. 

Es común querer una existencia plenamente dichosa de los bienaventurados. 

Bueno, no somos ingenuos, ni tampoco pensar que lo que exige el Señor en el sermón de la montaña es una especie de ideal. No un ideal inalcanzable, que sería inútil porque no haría humildes al ver nuestra incapacidad. No es eso. Sería absurdo. El Señor no decía tonterías. Él dice verdades.

DIOS NOS PROPORCIONA LA GRACIA

Y la verdadera doctrina a este respecto fue clara: lo que Cristo manda para qué se cumpla y para que nosotros obedezcamos, sólo que junto con el mandato. No hay que olvidar que el Señor otorga la gracia para cumplirlo y eso es lo bueno.

Todo cristiano puede vivir la moral predicada por Cristo y alcanzar la plenitud de su vocación, que es la santidad, no con su sola fuerza, porque no tenemos. No llegaríamos ni a la esquina con nuestras propias fuerzas. Sino solo es por la gracia de Cristo que nos ha ganado.

Y con el auxilio constante de eso medios de santificación que Él ha entregado a nuestra propia Iglesia, pidámosle a nuestra  Madre, la bienaventurada Virgen María, quien es bienaventurada por excelencia, para que tú y yo no hagamos nuestra voluntad ni la vida Cristiana en función de hacer nuestra comodidad, ni nuestros caprichos.

Nos encomendamos a nuestra Madre.

 

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