El Evangelio del día de hoy nos recuerda vivamente a la Semana Santa, aunque estamos terminando el tiempo ordinario y se está acabando el ciclo litúrgico y comenzaremos otro nuevo, el Adviento, que ya se acerca.
Lo que nos narra el pasaje es una escena que tradicionalmente la contemplamos, la recordamos en Semana Santa, porque es la entrada de Jesús a Jerusalén.
Seguramente te acordarás. Es una escena de alegría, de júbilo, porque Jesús entra de modo triunfante a la ciudad.
¡La gente está feliz! “Y Tú, Señor, montado en un pollino entras a la ciudad santa.”
Y como pasa tantas veces en el Evangelio, no se hacen esperar las críticas:
««Maestro, reprende a tus discípulos», le dijeron los fariseos. Y respondió diciendo: «Si éstos se callan gritarán las piedras»»
(Lc 19, 39-40).
¿CUÁLES SON SUS SENTIMIENTOS?
Esto contrasta con lo que nos narra inmediatamente después san Lucas y es el texto del Evangelio del día de hoy. Dice Jesús:
“Se acercó a Jerusalén y, al ver la ciudad, lloró sobre ella mientras decía: ««¡Si también tú reconocieras en este día lo que conduce a la paz!» Pero ahora está escondido a tus ojos”
(Lc 19, 41-42).
¡Ojo aquí! Porque, como siempre, procuramos, en estos audios de 10 minutos, meternos en la escena y más todavía, meternos en el corazón de Cristo.
Para a veces, intentar adivinar: ¿Qué está pensando el Señor? ¿Qué siente en este momento? ¿Cuáles son sus sentimientos?
Porque ahí tenemos que aprender. Y fíjate, es curiosa esta escena, porque une la alegría con el llanto.
¿Qué quiere decir esto? Me parece que nos da una gran indicación de cómo es el corazón de Cristo, que es capaz de alegrarse y también es capaz de llorar.
“Parece Señor, como si para algunas cosas tuvieras un corazón muy sensible, en este caso, a la alegría, al festejo, al júbilo del pueblo, que recibe a Cristo triunfante.”
Pero también un corazón sensible que se entristece por el pueblo que no acepta y no reconoce de corazón al Mesías, a Dios.
Porque ese mismo pueblo que lo recibe alegre, pedirá después su muerte en la Cruz.
Cristo tiene entonces un corazón sensible que, al ver a la ciudad santa, piensa en David, piensa en Salomón…
MI PUEBLO MI GOZO
Como dice el profeta Isaías, poniendo en boca de Dios estas palabras:
“Jerusalén será me jubilo y mi pueblo, mi gozo”
(Is 65,19).
Pero también ve Jesús el pecado, la dureza de corazón, una ciudad que persigue y mata a sus profetas y no llora por lo que le va a pasar a Él, que entrega su vida en perfecto desprendimiento, sino llora por quienes lo rechazan y serán sus asesinos.
Fijémonos en ese punto que es importante: ¡A Jesús le importamos nosotros!
En primer lugar, en su corazón no está su sufrimiento, su padecimiento en la Cruz que vendrá muy pronto, sino la suerte nuestra, porque nos quiere.
¡Es sensible para nuestras cosas y recio para sufrir por nosotros!
Es una aparente contradicción, pero es perfectamente humano y divino al mismo tiempo.
A san Josemaría le gustaba decir esto:
“El corazón de Cristo es tierno y recio a la vez.”
Un corazón tierno y recio… pidámosle a la Virgen que nos ayude. San Josemaría se lo pedía mucho, que guardara su corazón para que sea como el de su Hijo, que se parezca al de su Hijo, un corazón tierno y fuerte.
Empecemos por eso, hagamos un poquito de examen, aprovechemos estos minutos: ¿Cómo es tu corazón? ¿Cómo es el mío?
UN CORAZÓN FUERTE
¿Tú tienes un corazón fuerte? Piensa despacio, ¿es bueno que tengas un corazón fuerte y yo también?
Cuando toque hacer el bien… Ahí cuando no es cómodo hacer lo correcto…
Porque a veces la voluntad de Dios, como lo vemos en la Cruz, no es lo más cómodo, lo más acomodado a mis expectativas. ¡Hacer lo correcto cuesta!
“Que sea fuerte mi corazón Señor, cuando me toque ser generoso, porque a veces me acobardo.
Que sea fuerte nuestro corazón Señor, cuando tengo que pedir perdón, porque la soberbia me lo pone muy difícil.
Y que sepamos también tener un corazón sensible a las necesidades de los demás, a llorar con quien llora, a dar de lo mío y no siempre Señor, que me salga con la mía, sino que sepa yo compartir.”
Tener un corazón grande, aceptar a todos, que todos quepan en mi corazón. Qué fácil es a veces pasar de las cosas ajenas.
¡Ojo! Un corazón sensible no significa un corazón sensiblero. Sensiblero es el que tiene un sentimentalismo exagerado. No, no, sensiblero no, ¡sensible!
Hay un librito que se llama: “Introducción a la vida devota.” de san Francisco de Sales.
Ahí habla un poquito de esto, porque en el fondo, el santo enseña que, para acertar en la vida cristiana, a tener un corazón como el de Cristo, hemos de ser sensibles y no caer en la sensiblería.
Y explica cómo una persona que quizá suspira pensando en la pasión de Cristo o en las distintas escenas de la vida del Señor y que quizá le llena de buenos afectos, de suavidad, de dulzura.
Cuánta ternura nos puede despertar ver al Niño en el pesebre y, sin embargo, qué difícil puede ser incluso para una persona así, dejar un mal hábito, decidirse libremente, empeñarse en luchar.
Esto dice san Francisco de Sales: ¡No es verdadero amor de Dios! Y de hecho pone un ejemplo, dice:
Un niño si ve que le hacen daño a su madre, que la hacen sufrir, llorará sin duda. Pero, dice también san Francisco: Si su misma madre le pide algo que le gusta mucho, una manzana o un dulce que tiene en la mano, se negará, no querrá soltarlo.
ES MUCHO MÁS EFICAZ MIRAR A CRISTO
La verdad es que a veces podemos ser un poco incomprensibles en nuestras acciones o en nuestro modo de hacer las cosas, quizá tú mismo te sorprendes, ¿por qué pienso así? ¿Por qué siento así?
No te preocupes, no hace falta enredarse a buscar los por qué’s. Pienso que es mucho más eficaz mirar a Cristo, mirar su corazón, como hemos procurado hacer en estos minutos.
Vamos a terminar con unas palabras que san Josemaría le dirigió a la Virgen en su oración:
“Pedid a la Madre bendita del Cielo, que purifique nuestro corazón y ella lo alcanzará del Padre. Jesús, guarda nuestro corazón, guárdalo para Ti, un corazón recio, fuerte, duro y tierno y afectuoso y delicado, lleno de caridad por Ti, con mis hermanos y con todas las almas.”