Si echamos un vistazo rápido a los evangelios, son muy pocos los elogios que Jesús hace de alguien y muchos menos los que hace delante de la persona interesada.
El primero que se me viene a la mente es el elogio de Natanael, que es uno de esos casos rarísimos.
Es Natanael de quien dice el Señor “que es de una sola pieza”. Famosísimo por la frase:
“Natanael, en quien no hay doblez”
(Jn 1, 47).
Por eso ya intuimos que la unidad de vida, el vivir cara a Dios en todas las circunstancias, el ser coherentes en buscar a Dios en todas nuestras facetas de la vida, “es algo que a Ti Señor te agrada muchísimo.
POCOS ELOGIOS
Empezamos estos 10 minutos contigo Jesús pidiéndote una fe tan recia, que podamos verte las 24 horas del día con mayor facilidad, porque esto de la unidad de vida tiene muchísimo que ver con la fe.
De este modo, sabiendo que en todo podemos encontrarnos contigo Jesús, nuestras vidas van a ir tomando esa forma de quien en todo ve oportunidades de amarte, oportunidades de servir a los demás por amor a Ti, de ser felices ya en este mundo porque estamos constantemente ante tu presencia”.
Esto es tan importante que, si bien hay pocos elogios en el Evangelio y muchos menos elogios ante la persona interesada, por el contrario, abundan los reproches.
Es una cosa bastante curiosa y no pocas veces esos reproches van contra los fariseos. Es lo que escuchamos en la liturgia que nos propone la Iglesia para la misa de hoy:
“Jesús empezó a hablar dirigiéndose primero a sus discípulos: “Cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía””
(Lc 12, 1).
La hipocresía es uno de los hábitos más repugnantes que uno puede encontrar en una persona. A nadie le gusta estar rodeado de gente así y, una vez que uno adquiere esa fama, es complicadísimo librarse de ella.
La etiqueta de hipócrita va tatuada en la frente. Cuando alguien se conoce por ser hipócrita, tiene la vida bastante complicada. Por eso, vale la pena ser sumamente sinceros.
FALTA DE FE
Se cuenta de un colegio en el que la maestra estaba explicando esto mismo de la hipocresía y empezó (como empezaría cualquier profesor) leyendo la definición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE):
“Del griego hypokrisía. Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen”.
En seguida una niña muy inteligente alzó la mano y dijo: “maestra, entonces yo soy una hipócrita porque yo (señaló a una niña del salón) trato bien a fulanita que me cae muy mal”.
La niña tenía razón. Según la definición del DRAE ella sería una hipócrita. Ojalá esa fuese nuestra hipocresía; ojalá fuese ese nuestro problema, el tratar bien a los demás a pesar de no tenerles especial simpatía.
Pero no es esto lo que a Jesús tanto le molesta, lo que Él tanto echa en cara de los fariseos es ese actuar con falsedad para aparentar ser mejores de lo que en realidad son o para sentirse mejores que los demás; obrar, pero con doble intención.
O si trataban bien a los demás era solo por conveniencia, había un abismo enorme entre las palabras y las acciones.
Pero la hipocresía tiene su origen en la falta de fe. Por eso empezamos este rato de oración Señor pidiéndote precisamente: “auméntanos la fe”.
Y tiene su origen en la falta de fe, porque quien tiene una fe verdadera sabe que Dios todo lo ve; sabe que se puede engañar un rato a los demás, pero ni por un instante, a Dios.
Quien tiene una fe verdadera sabe que todas sus intenciones, con sus respectivas acciones, tienen resonancia para bien o para mal en la eternidad.
El hipócrita, al faltarle esas luces de la fe, es incapaz de ver que, aunque cree estar engañando a los demás, se está engañando a sí mismo.
HIPOCRESÍA
Este es el recordatorio del Evangelio del día de hoy:
“Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis en la oscuridad, será oído a plena luz y lo que digáis al oído en las recámaras, se pregonará desde la azotea”
(Lc 12, 2-3).
¡Más claro imposible! Además, la hipocresía y la falta de fe guardan una estrecha relación, porque la hipocresía solamente es posible si se tiene en mayor estima la opinión de los demás por encima de la de Dios (que eso claramente es falta de fe).
¿A quién intento engañar si la única opinión que importa es la de Dios y no lo puedo engañar? Si uno intenta engañar a Dios, claramente es porque hay una falta inmensa de fe.
Esto nos ayuda, por ejemplo, a ser sumamente sinceros cuando acudimos al sacramento de la confesión o también cuando acudimos a la dirección espiritual. ¿A quién intento engañar si lo única opinión que me importa es la de Dios?
Todos podemos sufrir esa tentación de intentar -capaz no engañar- no quedar tan mal en la confesión o en la dirección espiritual; o que no se lleven una impresión tan fea de nosotros por la fealdad de nuestras miserias o por la reincidencia de nuestras faltas.
¿Por qué no ir al grano y llamar las cosas por su nombre? ¿Por qué añadir datos innecesarios para justificar en algo esos errores nuestros? Al pan, pan y al vino, vino.
¿Por qué omitir, a veces, detalles que pueden ser necesarios para que el confesor pueda entender el estado de nuestra alma?
Y si hay fe, para nosotros es sumamente claro que la única opinión que importa es la de Dios y eso da una tranquilidad impresionante.
LA OPINIÓN DE DIOS ES LA ÚNICA QUE IMPORTA
Precisamente, en el sacramento de la confesión, esa opinión de Dios que es la única que importa recoge nuestro dolor por nuestros pecados, los transforma en su gracia y nos dice: ¿sabes qué? Yo creo que puedes intentarlo de nuevo, Yo creo que puedes hacerlo mejor; creo que te mereces una nueva oportunidad.
¡Qué maravilla la de la confesión cuando se tiene fe! Por eso, “ayúdanos Señor a no caer en la hipocresía con los demás, ni por supuesto tampoco en la hipocresía contigo, que eso sí no tiene ni pies ni cabeza, pero que sea así porque nuestra fe sea recia.
Si vivimos cara a Dios no le podemos tener miedo a nada ni a nadie, ni siquiera a Dios que es mi Padre (frase que solía repetir muchísimo san Josemaría porque lo creía de verdad).
Esto es una verdad evangélica. Lo leemos también en el Evangelio de hoy:
“A vosotros os digo amigos míos: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo y después de esto no pueden hacer más.
Os voy a enseñar a quién tenéis que temer: temed al que después de la muerte, tiene poder para arrojar a la gehena; a ese tenéis que temer, os lo digo Yo.
¿No se venden acaso cinco pájaros por dos céntimos? Pues ni de uno solo de ellos se olvida Dios.
Más aún, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. No tengáis miedo, vosotros valéis más que muchos pájaros”
(Lc 12, 4-7).
Esto nos da una tranquilidad: Dios lo sabe todo. Dios llega hasta los más mínimos detalles; Dios cuida hasta de los más mínimos detalles porque somos hijos suyos.
En este Evangelio de hoy se usa la imagen de la levadura que es la hipocresía. El Señor lo dice explícitamente, que es la falta de rectitud de intención precisamente por la falta de fe.
¿POR QUÉ LA LEVADURA?
“Porque, así como una pequeña cantidad de levadura corrompe toda la masa de harina (1Cor 5, 6), así el disimulo priva el alma de toda la sinceridad y verdad de las virtudes”
(S. Beda).
Se empieza con una mentira muy pequeña, pero aquello se va haciendo cada vez más grande, como la levadura dentro de la masa; va afectando la vida entera. Llega un momento en que, incluso, se cree que se puede engañar a Dios.
“Señor, auméntanos la fe para que no perdamos de vista la belleza de la eternidad. Danos fe para ganar en perspectiva de eternidad, porque cuando la perdemos, nos dejamos llevar por las opiniones de los demás, por las opiniones de este mundo y caemos más fácilmente en la hipocresía, que es propia del alma complicada.
Ayúdanos a vivir con la tranquilidad de Natanael, sin complicaciones mayores que la opinión tuya Señor.
Porque no dejemos dobleces en nuestra alma, porque queremos que esté siempre abierta como un libro ante Ti.
Ojalá nos ganemos un elogio tuyo como el que dijiste a Natanael y ojalá le tengamos un pánico terrible a un reproche tuyo, como el que dirigiste hoy a los fariseos”.