LO MEJOR PARA SANTA MARÍA
La Virgen es parte de nuestra vida, y hoy, en la fiesta de la Asunción de nuestra Madre a los cielos, podemos hacernos una pregunta. Y es: ¿Cómo sería mi vida sin la Virgen María?
Podemos pensar ahora: ¿Cómo sería nuestra vida? ¿Qué sería de nosotros sin la devoción a la Virgen que hemos tenido desde niños? Con esas prácticas de piedad como el rosario, o ese tener una imagen de la Virgen, o a lo mejor tienes alguna iglesia, algún santuario o ermita que te es muy especial porque has conocido y frecuentado desde niño, y ante la cual has rezado. Y donde seguramente has puesto tus preocupaciones.
Es bueno, por tanto, que nos preguntemos ¿Cómo es tu devoción, mi devoción hacia la Virgen? A lo mejor la respuesta será que nuestro amor hacia la Virgen puede crecer mucho. Y de hecho queremos que crezca mucho Señor.
Que sea un amor verdadero y auténtico.
PARA ELLA NUNCA TODO ES SUFICIENTE
San Josemaría y otros santos utilizaban una expresión a propósito de la Virgen María: “Suus ¨nunquam satis”, acerca de María. “Nunca es suficiente”.
Es decir, cuando hablamos de la Virgen, cualquier cosa hermosa que podamos decir nunca es suficiente.
Podemos alabar a la Virgen por siglos, pero jamás vamos a poder expresar toda su belleza, toda su riqueza en la criatura que más que ninguna otra se ha manifestado la potencia y la gracia de Dios.
Y es una criatura especial, porque en María se anticipa toda la redención, la resurrección y la gloria celeste.
Y es justo lo que hoy celebramos: María, ella es asunta al cielo en cuerpo y alma. Nos lo dice nuestra fe, es lo que se nos ha transmitido. Y esto es un adelanto, es un anticipo.
Ella, que fue concebida sin pecado. Ella, que es Madre de Dios, pues recibe este anticipo de lo que tú y yo vamos a recibir un día con la resurrección de los muertos.
Por tanto, María es un anticipo de todas las cosas de Dios. Y lo vemos así en ese pasaje del Evangelio de san Juan cuando te pide Señor, que conviertas el agua en vino. Y san Juan nos dice que eso es un anticipo de la gloria de Jesús.
Por eso es justo que el modo como se representa a la Virgen sea siempre exagerado, porque nunca será suficientemente exagerado, y no me refiero a algo recargado.
ES QUE SIEMPRE ES ASI: ¡LO MEJOR PARA SANTA MARÍA!
Piensa en aquellas fiestas patronales en tu ciudad o a lo mejor en algún santuario mariano en tu país; y verás que se esfuerzan por poner todo lo mejor posible: una corona de oro o unos vestidos preciosos con hilos de oro, con piedras finas, y que a la gente le puede parecer, -sobre todo gente con poca fe-, exagerado. Y la verdad es que no es así. Porque cuando se trata de la Virgen nunca es suficiente.
De hecho, tú tendrás una imagen favorita. Yo ahora mismo pienso en mi imagen favorita. Te acordarás de que en el mes de mayo hicimos esas transmisiones en vivo por Instagram, hablando de alguna devoción mariana. En donde cada uno tenía la suya, una que era favorita. Al mismo tiempo, debemos tener cuidado de que esas imágenes de la Virgen no nos lleven a idealizarla. Y esto puede parecer muy duro. Y es que tú María, Madre nuestra, eres una mujer de verdad.
La existencia de la Virgen ha sido una verdadera existencia humana real. Su dolor ha sido real. Su amor ha sido real. Sus lágrimas han sido verdaderas.
UNA MUJER DE CARNE Y HUESO, CON TRES EXCEPCIONES:
Por eso es bueno contemplar a María como una mujer de carne y hueso, no para disminuir su belleza ni la maravilla de sus dones con los que tú, Señor, has querido adornarla, sino porque esos dones, no la han alejado de su experiencia humana.
Y esta fe que tenemos, encontramos que tú, Dios mío, con María has hecho tres excepciones.
- La primera se refiere a la Inmaculada Concepción, es decir, libre de todo pecado, preservada de toda mancha de pecado.
- La segunda excepción es su virginidad perpetua. Es decir, María ha dado a luz a Jesús, manteniendo intacta su virginidad antes, durante y después del parto.
- Y, por último, la excepción de la asunción de su persona en cuerpo y alma al cielo.
Y esas excepciones Dios, las ha querido hacer en vista a la misión que María ha recibido. Porque María es una mujer que tiene una misión, una vocación. Pero Dios no ha querido ahorrarle a María los sufrimientos ante esa pequeña tentación que se puede presentar.
María no tenía pecado, pero nuestra Madre Santísima ha sufrido. La vemos al pie de la cruz y la vemos también cumpliendo con todas esas responsabilidades humanas. María ha visto cosas sobrenaturales. El ángel que se le presenta y que la saluda. Pero eso no significaba que María esté exenta de los avatares cotidianos.
TODO EMPIEZA CON LA VISITA DEL ÁNGEL
Todo eso empezó con la visita del ángel. El ángel que entra y saluda a la Virgen y le dice:
“Ave María, llena de gracia”.
Y esto nos cuenta san Lucas, le sorprendió a la Virgen.
Con la imaginación vayamos a esa escena en la casa de María. El ángel le dice:
“María, llena de gracia”.
Y santo Tomás de Aquino comenta que la turbación de María, la sorpresa, depende no del hecho de que hay un ángel, sino del título que él utiliza para llamarla.
Luego vemos que María recibe la noticia de que será la madre del Salvador y ella, por supuesto, se queda perpleja. Pero, sobre todo, se queda perpleja por el “cómo”.
Aquí vemos una cosa muy bonita de María, y es que está dispuesta a escuchar a Dios; Ante lo que no entiende. Porque ella que es virgen, le pregunta
“¿Cómo va a ser esto?”
Allí es cuando el ángel le explica, y viene la respuesta de María:
“He aquí la esclava del Señor”.
Pues encontramos tres acciones en esta misma escena de María:
- Que se sorprende por el saludo del ángel.
- María pregunta “¿Cómo va a ser esto?” ¿Cómo va a concebir un niño si ella no conoce varón?
- La respuesta de María: “He aquí la esclava del Señor”.
UNA HERMOSA MISIÓN
Pues nuestra Madre, que ha recibido esa misión tan grande, no se duerme, sino que inmediatamente sale a ver a su prima Isabel. Porque se acaba de enterar a través del ángel, que su prima Isabel está embarazada.
Y vamos ahora a esa escena: Está la Virgen que llega a la casa de Isabel. Isabel la saluda y alaba:
“Bendita tú entre las mujeres”.
Y nuestra madre, ¿Qué hace? ¿Con qué responde? Con un himno muy bonito que se llama El Magnificat. Nuestra Madre, que ha dicho en un primer momento
“Hágase en mí según tu palabra” (…) “He aquí la esclava del Señor”.
Ahora responde a su prima Isabel con este himno:
“Proclama mi alma la grandeza del Señor. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava”.
María no se deja llevar por el hecho de que ha recibido la misión de que es Madre de Dios, sino que más bien María responde al Señor con la humildad, con ese querer hacer la voluntad de Dios.
En esto nos da ejemplo nuestra Madre, y nos lleva a preguntarnos: ¿Yo quiero hacer en mi vida la voluntad de Dios? Para eso María nos ha enseñado también a escuchar a Dios como escucho al ángel, a preguntar, tratar de comprender cuál es esa voluntad de Dios, y luego a ponerla en práctica.
Por eso, después de esa cruz que María tuvo que llevar, al ver a su hijo morir. Y desde luego, la alegría de la resurrección, pues luego María tuvo ese anticipo: el Señor la premió.
Y también nos está diciendo con ello que tú y yo, al hacer la voluntad de Dios – que cuesta-, vamos a recibir ese premio en el cielo. Pero también aquí, porque al darnos enteramente al Señor, al darnos enteramente a los demás, y amando, seremos felices.