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LO PRIMERO EN LA RELIGIÓN

REZAR COMO SANTA MÓNICA

Hoy celebramos a san Agustín, y decía este santo:

«Si me preguntáis qué es lo más esencial en la religión y en la disciplina de Jesucristo, os responderé: lo primero es la humildad, lo segundo, la humildad, y lo tercero, la humildad»

Justamente la liturgia de hoy, de este domingo, nos habla precisamente de esa virtud. Jesús nos dice en el evangelio:

“Porque todo el que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido.”

(Lc 14, 11)

Y lo decía precisamente en un contexto muy particular, ante unos ejemplos muy claros.

“Estaba el Señor invitado en la casa de uno de los principales fariseos y veía como muchos convidados escogían los puestos primeros, los mejores, y el Señor les dice: No, si quieren de verdad estar en el primer lugar váyanse al último y así el dueño de casa cuando los ve al final, los va a traer más adelante y quedarán bien ante todos.”

(Lc 14,1.7-10)

EN PRIMER LUGAR: LA HUMILDAD

Bueno, hoy quizá podemos, aprovechando precisamente la fiesta de san Agustín, pedirle a este santo que nos ayude a tener muy claro y a poner en nuestra vida, en primer lugar: “la humildad”.


Cómo él mismo nos lo enseña, y esto por una razón también muy evidente: Jesús mismo lo puso así en su propia vida.
Nos lo dice san Pablo en la carta a los Filipenses en el capítulo 2, dice:

“Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: Él cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios. Sino que se anonadó a Sí mismo tomando la forma de siervo hecho semejante a los hombres y mostrándose igual que los demás hombres; se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz.”

(Fil 2, 5-8)

A continuación, nos dice san Pablo, cuál es el efecto de la humildad de Jesucristo y por eso dice:

“Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos. Y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre.”

(Fil 2, 9-11)

PRIMERO TENEMOS QUE ABAJARNOS

Es decir que, si queremos llegar muy alto, tenemos primero que abajarnos, que hacernos como Jesús, que se hizo siervo, se hizo servidor, se hizo pequeño, se hizo hombre. Y además murió en la cruz en servicio de todos los hombres.
El mismo san Agustín ponía un ejemplo, que pienso que nosotros lo tenemos bien en la memoria.
Porque hace unos cuantos meses, quizás todos recordamos de aquel edificio que se cayó en Miami, por nada, de repente, se derrumbó un edificio, después ya salieron las pesquisas sobre el asunto, y evidentemente había problemas más estructurales.
Y ese mismo es el ejemplo que pone san Agustín, respecto a la humildad, dice él:

“Si quieres ser grande, comienza por ser pequeño; si quieres construir un edificio que llegue hasta el cielo, piensa primero en poner el fundamento de la humildad. Cuanto mayor sea la mole que se trate de levantar y la altura del edificio, tanto más hondo hay que cavar el cimiento. Y mientras el edificio que se construye se eleva hacia lo alto, el que cava el cimiento se abaja hasta lo más profundo. El edificio antes de subir se humilla, y su cúspide se erige después de la humillación.” (san Agustín de Hipona)

Y así es efectivamente, cuando se quiere construir un edificio alto, lo primero que se hace es cavar unos cimientos muy profundos, y poner muy bien esa estructura inferior, para que pueda aguantar todo el peso superior.
La humildad es eso, es construir hacia abajo en primer lugar, pero esto no significa agachar la cabeza o andar como creyéndose poca cosa… ¡Porque en verdad, somos mucha cosa! ¡Somos hijos de Dios!

¡QUERER SERVIR!

Pienso qué significa sobre todo dos cosas, dos cosas que le podemos pedir al Señor, la primera: -Los fundamentos del edificio tienen una función neta de servicio. Obviamente que los fundamentos no se van a ver, están ocultos.
Y quizá, para la vida diaria de las personas que utilizan el edificio, que tienen departamentos, no cuentan los fundamentos. Y, sin embargo, los fundamentos están ahí para servir a todo eso, para que haya verdadera vida, para que no se caiga todo ese edificio.
Pues pienso que la humildad tiene esa primera manifestación: ¡Servir!, ¡Querer servir! Aunque los demás no lo noten, aunque no nos lo agradezcan, aunque quizá parece que tampoco son grandes cosas y sin embargo servir en lo pequeño… Y también en lo grande cuando se presente… pero sobre todo en lo pequeño.
Y la segunda, -como característica de los fundamentos-, que ya la mencionamos igual, es: -Estar ocultos.
Claro, el que sirve haciendo alarde de su servicio, al final no es humilde, la humildad requiere un servicio, pero oculto. Oculto, no porque nunca se tenga que ver, sino porque no pretende que se vea.

UN SERVICIO OCULTO

San Josemaría decía que él quería pasar oculto para que solo Jesús se luzca, quizá puede ser una buena oración, para decírsela ahora a Jesús:
“Señor que toda mi vida sea un servicio y que solamente Tú te luzcas, eso es lo que quiero, que ojalá pueda hacer mucho bien yo, pero no para mí gloria, sino para gloria Tuya, para que brille la luz que Tú has puesto en mí. Pero que brille para Ti.”
Hay un bonito poema de Gabriela Mistral, una poetisa chilena, se titula el poema: “El placer de servir”, y es un poema largo, pero yo voy a leer el primer párrafo, dice así:

Toda la naturaleza es un anhelo de servicio; sirve la nube, sirve el aire, sirve el surco. Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú; donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú; y donde haya un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú.
Sé el que aparte la estorbosa piedra del camino, sé el que aparte el odio entre los corazones y las dificultades del problema.

Qué buenas peticiones para que le hagamos también hoy al Señor: “Señor, enséñanos, anímanos, empújanos a servir, y a la vez, ese servicio oculto.”
Quizá conocemos bien esas letanías de la humildad, que podemos hoy decírselas al Señor para ir terminando está meditación:

Oh Jesús manso y humilde de corazón, óyeme. Del deseo de ser reconocido, líbrame Señor. De el deseo de ser estimado, líbrame Señor. Del deseo de ser amado, líbrame Señor. De el deseo de ser ensalzado, líbrame Señor. Del deseo de ser alabado, líbrame Señor. De el deseo de ser preferido, líbrame Señor. Del deseo de ser consultado, líbrame Señor. De el deseo de ser aprobado, líbrame Señor. Del deseo de quedar bien, líbrame Señor. Y de el deseo de recibir honores, líbrame Señor.

SERVICIO QUE NACE DE LA HUMILDAD

Y podemos nosotros añadir, al contrario: Del deseo de servir, Señor auméntamelo. Señor potencia mi deseo de darme más a los demás, pero con ese servicio que nace de la humildad.
Pensemos en la Virgen María nuestra madre, ella cantó al Señor ese himno tan bonito que es: “El Magníficat”:

“Porque ha mirado la humildad de su esclava, por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones”

María es esclava, es servidora, es la que sirve, y se siente así, pequeña, y vive una vida oculta, ordinaria, sin alardear.
Madre nuestra, madre mía, ayúdanos, ayúdame a ser más humilde y así poder servir con más eficacia a Dios y a los demás.

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