Para hacer estos 10 minutos con Jesús, quería que meditásemos la vida de una mujer. Diría, la vida extraordinaria de una mujer ordinaria, sencilla, que es María Magdalena; santa María Magdalena.
Yo empecé a descubrir un poquito más la vida de esta santa, a partir de que conocí una iglesia dedicada a santa María Magdalena en Roma, muy cerca de una heladería muy famosa. También cerca de la Universidad en la que estudié.
Es una iglesia pequeña, pero muy bonita. Y me llamó la atención, porque jamás había visto una iglesia dedicada a santa María Magdalena que, aparentemente, es un personaje secundario.
Digo “aparentemente” porque ahora espero que podamos descubrir más la vida de esta santa.
INSTITUCIÓN DE LA FIESTA
A los pocos años de haber descubierto esta iglesia, el Papa Francisco quiso que se celebrara la fiesta de santa María Magdalena. Antes tenía un rango menor que se llama: Memoria. Quiso que se celebrara como fiesta, o sea, algo muy importante.
Y ¿por qué? Al leer los cuatro Evangelios, nos encontramos con que hay una confusión aparente y es que, en ocasiones, se ha confundido a María Magdalena con María de Betania.
A esa María de la que nos habla san Juan que unge al Señor a los pocos días de su Muerte, se le confunde con una mujer pecadora que también unge a Jesús -según el Evangelio de san Lucas.
Como es una mujer pecadora que unge al Señor y de María Magdalena el Señor arrojó siete demonios, se hace toda una asociación, que lo más probable es que nos encontremos frente a tres mujeres distintas.
DISCÍPULA DEL SEÑOR
Lo cierto es que la vida de María Magdalena es especial, en primer lugar, porque empieza con siete demonios, ¡una cosa tremenda! Y tiene la dicha de encontrarse contigo Jesús, que arrojas a los demonios.
A partir de este momento, María quedaría totalmente agradecida y enamorada de Cristo. ¿Por qué? Porque no es como otros personajes a quienes el Señor les hace un milagro, que arroja a un demonio, que resucita a un hijo o una hija, que los cura y que quedan allí.
Sino que, a partir de ese momento, María Magdalena pasa a formar parte de los discípulos del Señor.
Al Señor le sigue una masa de gente. Va a una ciudad e inmediatamente los rodea un grupo de personas que quieren escucharle, que quieren un milagro.
Luego tenemos el grupo de los discípulos, ese grupo que sigue al Señor, que trata de poner en práctica sus enseñanzas.
Podemos también hablar de los setenta y dos discípulos a quienes el Señor manda de dos en dos para preparar su venida.
Luego tenemos el grupo de los doce apóstoles y, si quieres, un grupito más reducido que son los tres más cercanos: Pedro, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo.
En el grupo de los discípulos está María Magdalena. Incluso, podríamos decir que es un grupo de discípulos más cercano porque se habla de las mujeres que siguen al Señor y que le ayudan en sus bienes y con otros servicios, que ayuda a que ese grupo de apóstoles sea una familia.
LA PRIMERA EN LLEGAR AL SEPULCRO
Porque a María Magdalena la encontraremos el día Domingo de Resurrección, justamente, cumpliendo un servicio que no debe ser nada grato.
Nos dice el Evangelio de san Juan:
“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer cuando aún estaba oscuro y vio la losa quitada del sepulcro”
(Jn 20, 1).
Ella iba junto con otras mujeres a terminar de embalsamar el Cuerpo del Señor.
Mira que ni los apóstoles se atreven a ir, no los encontramos y, de hecho, ese detalle que nos da san Juan (que siempre está en los detalles), nos dice que cuando todavía está oscuro; es decir, María Magdalena, en cuanto ya la ley les permite salir (porque ha pasado el sábado, que es el día sagrado, el día del Señor), se dirige al Sepulcro.
No sabe quién le va a quitar la piedra. No sabe si se va a encontrar con los soldados romanos, que estarían en contra, porque les habían puesto allí para cuidar el Sepulcro y que nadie pasara.
NO TEMER AMAR A DIOS
A María Magdalena no le importa esto ni mucho menos, el hecho de tener que embalsamar un cadáver que ya lleva unos días allí. Es decir, vemos a una mujer que ama al Señor y es lógico que le ame, porque el Señor la salvó.
Por eso, una de las primeras consideraciones (al menos que yo ahora saco), es que no tengamos miedo de amar a Dios.
María no tuvo miedo, no se quedó allí con el milagro que el Señor le había hecho; agradecida, por supuesto y continuó con su vida. ¡No! Decidió dejarlo todo, entregarlo todo y servir al Señor, no hasta la muerte, sino incluso después de la Muerte del Señor.
EL SEÑOR SE LE APARECE
Esto tendrá un premio, porque María Magdalena acude ese domingo, simplemente, para cumplir con una muestra de humanidad y se encuentra con Jesús resucitado.
El Señor se le aparece y le dice:
“Mujer, ¿por qué lloras?”
Es el cuerpo glorioso de Cristo que, ante los ojos humanos, los ojos de la carne, no es fácil distinguir. Y ella le contesta:
“Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”
(Jn 20, 13).
Mira cuánto ama María Magdalena al Señor, cuánto le quiere. “Señor, te lo pedimos por intercesión de santa María Magdalena, que tengamos un amor grande hacia Ti”.
ENAMORADA DE CRISTO
Por eso, algunos autores dicen que María era una enamorada de Cristo y, entre muchos, era predilecta de Cristo.
A mí me hace pensar en esas palabras o ese neologismo del Papa Francisco: “Dejarse misericordiar”. María Magdalena se dejó misericordiar por el Señor.
Dejemos que el Señor entre en nuestra vida y eso implica que nos tenga que curar; que, a lo mejor, tenga que arrojar uno o más demonios que tenemos dentro. No en sentido literal de la palabra, sino esos demonios, esas batallitas, esos pecados, esas costumbres…
SER CATÓLICOS AL 100%
No tengamos miedo de que el Señor nos complique la vida y que nos decidamos a ser católicos al 100%. No en 99.9%, 100%.
Que el Señor con su Luz, con su Amor, empape toda nuestra vida como hizo María Magdalena.
Es tan importante, que santo Tomás dice que es: “Apostolorum apostola”, una traducción literal: apóstola de los apóstoles.
Casi la está poniendo antes que los apóstoles, aunque desde luego no será una de los doce, pero es apóstola, porque lleva un mensaje y lleva “el” mensaje, que es que Cristo ha resucitado.
SUPO AMAR
Mira que el Señor no se le aparece a Pedro, que es la cabeza de la Iglesia, el Vicecristo, la roca sobre la cual se construye todo el edificio. Es con María Magdalena.
¿Por qué? Porque supo amar. Porque estaba loca de amor.
Vamos a terminar nuestro rato de oración, poniendo en manos de santa María Magdalena estos propósitos que hayamos podido sacar mirando su vida.
Te pedimos que nos ayudes a no separarnos de Cristo jamás, como tú te lo propusiste en ese momento en el cual el Señor te misericordió.
También te lo pedimos Señor, por intercesión de nuestra Madre santísima, que estaba al pie de la Cruz, que conoció el amor de Dios y del cual no se separó jamás y así se convirtió en la esclava del Señor y Madre de Dios.