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P. Juan Carlos

7 min

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MISERICORDIA QUIERO Y NO SACRIFICIO

Crecer en virtud nos hace estar más cerca de Jesús, que nos enseña cómo ser mejores personas.

“Jesús atravesaba unos sembrados y era un día sábado. Como sus discípulos sintieron hambre, comenzaron a arrancar y comer las espigas. Al ver esto, los fariseos le dijeron: Mira que tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado.

Pero Él les respondió: ¿No han leído lo que hizo David cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entraron a la casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes?

¿O no han leído también la ley en que los sacerdotes en el templo violan el descanso del sábado sin incurrir en falta?

Ahora bien, yo les digo que aquí hay alguien más grande que el templo. Si hubieran comprendido lo que significa yo quiero misericordia y no sacrificios, no condenarían a los inocentes, porque el Hijo del Hombre es dueño del sábado”

(Mt 12, 1-8).

VISIÓN MISERICORDIOSA HACIA LOS DEMÁS

Desde el Evangelio que nos propone la Iglesia el día de hoy, a mí me parece increíble que tengamos esa visión misericordiosa.

Tenemos que aprender de Jesucristo a tener esa visión misericordiosa: siempre ver a los demás con esos ojos de bondad, como los veía el Señor, así estén cometiendo un error como dicen aquí que, efectivamente, estaba prohibido hacer eso según la ley -bueno, una ley que en realidad la habían ido complicando cada vez más los mismos hebreos.

Pero en realidad, el Señor, aunque les dice que esto puede ser cierto o sea, que está un poco mal, en realidad les ve con misericordia. Misericordia quiere y no sacrificios.

Tenemos que aprender a ver a los demás también con esta misma forma. Y la humanidad santísima de Jesucristo es el camino que el Padre nos ha dado para revelarnos su propio rostro. Por eso dirá Jesucristo:

“El que me ha visto a mí ha visto al Padre”

(Jn 14, 9).

También su cercanía por cada uno.

“Por nosotros los hombres bajó del cielo y se hizo hombre”

Eso es lo que repetimos en el Credo. Y sin estar afectada por el pecado, su humanidad es perfecta y es como la nuestra: con sentimientos, con pasiones, con inteligencia, con voluntad; experimenta la sed, experimenta el cansancio, le vemos alegre, a veces le vemos angustiado…

RESPIRAR CON EL EVANGELIO

los demás

Por eso, leer el Evangelio con cariño para vivir como Cristo, como los apóstoles; desear conocer cada vez mejor al Señor, sus predicaciones, sus gestos, sus emociones, las circunstancias que explican su comportamiento.

Así, aprenderemos a respirar con el Evangelio en el día a día y vendrán a la memoria y a los labios sus gestos y sus palabras e iremos adquiriendo también su estilo de vida. Podremos decir como San Pablo:

“No vivo yo, sino que Cristo vive en mí”

(Gal 2, 20).

Aprendamos del Señor. En este Evangelio es muy claro cómo nos pide:

“Misericordia quiero y no sacrificios”

(Mt 12,7).

“¿No se han dado cuenta cómo antes David hizo esas cosas y se comió los panes que eran sólo para los sacerdotes y se los comió porque no tenía otra opción? ¿O no ven cómo los mismos sacerdotes en el templo violan el sábado?”

(Mt 12, 3-5).

Bueno, a veces hay que pasar por encima de las mismas reglas. Y esto el Señor no solamente lo dice, sino que lo hace, pone ejemplos y nos enseña a ser así, poco cuadrados, porque a veces pecamos de cuadrados.

HUMANIDAD CRISTIANA

Hay que acordarse que la vida cristiana es profundamente humana, encarnada y las virtudes humanas son necesarias para reflejar la vida de Cristo.

En este caso, el Señor nos hace ver lo que es la prudencia, lo que es la misericordia. No solo son un proyecto de perfección moral las virtudes, sino que son la expresión de nuestro ser discípulos suyos. Es una tarea para todas las etapas de la vida.

Por eso, crecer en virtudes humanas facilita la convivencia y forma parte del atractivo que el apóstol ha de tener si quiere ser portador de Cristo. Forman parte de ese buen olor de Cristo, como nos decía San Pablo en la segunda carta a los Corintios.

 “Caminar con Cristo implica crecer en conocimiento propio, ahondar en el propio misterio personal -decía el prelado del Opus Dei. Por eso, dejar que Jesús sea el centro de nuestra vida lleva, entre otras cosas, redescubrir con luces nuevas el valor antropológico y cristiano de los distintos medios ascéticos; llegar a la persona en su integridad: inteligencia, voluntad, corazón, relaciones con los demás”

(Fernando Ocáriz, Carta Pastoral, 14-II-2017, n.8).

HUMANIDAD SANTÍSIMA DE CRISTO

Ahí se tiene que notar nuestro cristianismo. Ahí se tiene que notar cómo nosotros nos desenvolvemos y qué es lo que Dios quiere para nosotros, aprendiendo a ser cada vez más virtuosos.

Recuerda -como decía san Josemaría:

“el cristiano está obligado a ser alter Christus, ipse Christus, otro Cristo, el mismo Cristo.

Todos, por el Bautismo, hemos sido constituidos sacerdotes de nuestra propia existencia, para ofrecer víctimas espirituales, que sean agradables a Dios por Jesucristo, para realizar cada una de nuestras acciones en espíritu de obediencia a la voluntad de Dios, perpetuando así la misión del Dios-Hombre”

(Es Cristo que pasa, punto 96).

Vamos a intentar pensar mejor cómo podemos conocer más la humanidad santísima de Cristo, cómo podemos ir cambiando en nuestro corazón, cómo podemos ir haciendo que la virtud nos ayude a ser más prudentes, más misericordiosos.

No dedicarnos solo a las cosas negativas o pensar mal de los demás, sino al contrario, aprender con la virtud a parecernos más a Cristo para ser más misericordiosos y para vivir mejor la prudencia. Trabajar, trabajar las virtudes y enseñar a trabajarlas.

LAS VIRTUDES: UN DON DE DIOS

los demás

Cuando le preguntaban cuál era la virtud que más le gustaba a san Josemaría, él decía invariablemente, la sinceridad.

Bueno, primero tenemos que ser sinceros con el Señor. Aprender a decir las cosas con esa profundidad: Señor, me gustaría hacer las cosas cada vez mejor, me gustaría ser más prudente, me gustaría ser más misericordioso, pero a veces no lo logro, a veces me pierdo un poco.

Hay que dejar que la Palabra de Dios también vaya dando fruto en nuestros corazones, porque no es simplemente qué es lo que haces: voy a luchar por ser más virtuoso, voy a luchar por ser más prudente, voy a luchar por ser… No, no.

Nosotros somos claros que la virtud es un don también. O sea, que nosotros intentamos generar ese hábito operativo -eso es una virtud-, pero que cuando estamos cerca del Señor, esa virtud va a fortalecerse.

Primero, que hay unas virtudes que son sobrenaturales, que solo dependen de Dios, que son: fe, esperanza y caridad. Efectivamente, se las pedimos a Él, a Dios que crezca: “Señor, auméntanos la fe; Señor, auméntanos la esperanza; Señor, auméntanos la caridad”.

De acuerdo, ahí está una parte. Pero también está el esfuerzo que nosotros hacemos, con lo cual, de lado y lado, como todas las cosas de Dios, siempre son don y tarea. Pero la Palabra del Señor es tan fuerte, tan fuerte que hace milagros realmente.

MARTIN BORMANN

Cuentan de Martin Bormann que había sido designado públicamente por Hitler para ser su sucesor.

Pero al perder Alemania en la guerra en 1945, desapareció Bormann y dejó ocho hijos. El mayor de ellos se llamaba Adolfo (de Adolfo Hitler, Adolfo Bormann se llamaba éste) y había sido educado por su padre en una escuela nazi de Baviera. Pero al final de la guerra huyó a Austria y se ocultó en una granja de El Tirol.

Dice él que:

“como no tenía nada que hacer y estaba muy aburrido, comencé un día a leer un librito que era precisamente un libro católico traído de la biblioteca parroquial para una muchacha de la casa.

Al ir leyendo sosegadamente aquel libro, cruzó por mi mente la idea que cuanto me habían dicho los profesores nazis en contra del catolicismo era una deformación de la verdad”.

Y después de la granja, pasó a trabar amistad con un padre misionero del Sagrado Corazón, que le ayudó a disipar las dudas y se terminó convirtiendo al catolicismo.

Pero ¿qué diría su familia, sus cuatro hermanas y sus tres hermanos menores que él? Pues al principio no acertaban a creerlo, pero después, convencidos por las razones que mismo Adolfo daba, abrazaron el catolicismo para su propia decisión y excepto uno de ellos que se quedó indeciso, todos se hicieron católicos.

Así, el hijo de ese gran perseguidor de la Iglesia, convertido por un librito, ingresó en un colegio católico y al final se hizo sacerdote y partió para las misiones para propagar la fe que tanto había combatido su padre.

LA PALABRA DE DIOS HACE MILAGROS

Es que esto es lo que pasa. La Palabra de Dios va haciendo milagros dentro de cada uno de nosotros. Y si quieres vivir esto, entonces hay que dejar que la Palabra de Dios te vaya transformando. Pídeselo. Hoy lo hacemos en este rato de oración.

“Señor Jesús, ayúdanos a cambiar para ser cada vez más virtuosos, para ser más misericordiosos. Que entendamos en el corazón realmente que quieres misericordia y no sacrificios; que quieres que nosotros sepamos acoger a los demás, acogernos a nosotros mismos y darte ese culto, esa veneración”.

Vamos a ponerle estas intenciones en manos de nuestra Madre, la Virgen María. Ella nos ayudará a ser cada vez más virtuosos.


Citas Utilizadas

Ex 11, 10-12, 14

Sal 115

Mt 12, 1-8

Reflexiones

Señor, que sepa mirar siempre a la eternidad.

Predicado por:

P. Juan Carlos

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