Icono del sitio Hablar con Jesús

LOS MILAGROS DE JESÚS 

Amable

DIOS HACE LOS MILAGRO

Como siempre, empezamos pidiéndole a Jesús que nos ayude a hacer este rato de oración. Pidiéndole a San José, a Santa María y a nuestros ángeles, porque necesitamos ayuda, no podemos solos.

Es como si nos hubiéramos caído en un pozo de cuatro metros de profundidad, o menos, sino nos habríamos roto las piernas, y queremos salir. Pero las paredes son lisas, de roca lisa y nos resulta imposible.

Las prisiones antiguas, la prisión en que Jesús estuvo, es así. Es un gran pozo de paredes pulidas, de manera que uno no puede salir.

Cuando estamos en ese pozo, no tenemos la capacidad de realmente comunicarnos con Dios. Si Dios no nos tira una cuerda, si no nos ayuda, si Dios no nos da su gracia, la acción del Espíritu Santo en nosotros no nos sale hablar con Dios. No nos sale ‘que Dios nos importe’. 

Poner el corazón en la oración, poner al cien por cien ‘nuestro yo’ en lo que estamos haciendo en este momento de la oración.

Por eso le pedimos ayuda a Jesucristo, a la Virgen, a San José y a nuestros ángeles, que nos ayuden a crecer en esta relación de amor con Dios.

Hoy el Evangelio nos recuerda esos episodios en los cuales Jesús había hecho milagros, pero les recrimina más signos.

Y dice el Evangelio:

«Habiendo llegado Jesús a Nazaret, le dijo al pueblo en la sinagoga: —En verdad les digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo.

Puedo asegurarles que en Israel había muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo durante tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país. 

Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón.

Había muchos leprosos en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y sin embargo, ninguno de ellos fue curado, sino Naamán el Sirio. 

Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos, y levantándose, lo echaron fuera del pueblo. Lo llevaron hasta un precipicio sobre el que está edificado el pueblo, con intención de despeñarlo. 

Pero Jesús se abrió paso en medio de ellos y siguió su camino»

(Lc 4, 24-30).

DIOS ACTÚA CUANDO DEBE ACTUAR

En este caso, Jesús les recuerda que Dios hace los milagros que tiene que hacer y cómo los tiene que hacer, y cuándo los tienen que hacer. No hay derechos a que Dios nos haga milagros.

Esta gente pedía milagros, signos, y pedía también tener privilegios a la hora de ser curados. ¡Es como una locura!

¿Cómo se les ocurría decirle a Dios que ellos tenían más derecho a recibir los dones de Dios?

Esos dos personajes que Jesús les recuerda en el comentario en la sinagoga, la viuda de Sarepta de Sidón, o ese leproso que era Naamán, general del ejército sirio, que fueron curados cuando no fue curado ningún otro en Israel en esa época….

De alguna manera Jesús les dice: —Ustedes no me pueden decir a mí. Ustedes no le pueden decir a Dios lo que tiene que hacer. Ustedes no tienen privilegios espirituales para exigir de Dios un comportamiento determinado, que Dios actúe de una forma determinada.

EL GRANJERO Y LA CUBETA

Hace poco leí un cuento viejo pero muy bonito, de un granjero que todos los días se levantaba muy temprano para ir al río a buscar agua. Llevaba dos baldes, dos cubetas. Y volvía a su casa con esos dos baldes con los cuales funcionaba durante el día. De esa manera vivía.

Una de las cubetas tenía una grieta no muy grande, pero una grieta. Y todos los días perdía agua. De manera que cuando llegaba a la casa, en la cubeta que estaba bien, estaba entera, tenía toda el agua y la otra tenía hasta la mitad.

Perdía siempre gotas a lo largo de todo el sendero, iba perdiendo agua y por lo tanto, llegaba con la mitad del agua. En general se entristecía.

Hasta que un día no pudo más, y le dijo al granjero: —Nunca llegó con toda el agua, no sirvo. Descartame y búscate otro balde, otra cubeta.

Y el granjero, con un cariño y una paciencia inmensa, agarró la cubeta agrietada, con mucho cariño la abrazó y se la llevó. Y le dijo: —Vení, te voy a llevar a caminar.

LA GRATITUD DE UNA GOTA

Y fueron por el sendero, por el que todos los días iban del río a la casa. Y lo que vieron fue un sendero lleno de flores y de plantas en medio de una zona árida, desértica.

Y es que el agua que todos los días caía de esa cubeta agrietada, iba haciendo germinar muchas plantas, muchas flores. De manera que el sendero, por el cual el granjero pasaba todos los días, era un sendero muy bonito que lo hacía disfrutar un montón gracias al agua que iba cayendo todos los días de esas grietas, de esas gotas de agua.

Con esto Dios quiere que tengamos más conciencia de que, a pesar de nuestros defectos, de nuestros pecados, de nuestras fragilidades, Dios siempre encuentra la manera de sacar cosas muy buenas de nuestras fragilidades.

Como esa cubeta agrietada iba sacando esas gotas, que permitieron hacer un sendero lleno de flores que ese hombre disfrutaba enormemente cada vez que iba y venía del río, era como su lugar favorito. Gracias a las grietas de su cubeta.

DIOS SE VALE DE NUESTRA FRAGILIDAD

Dios utiliza nuestra fragilidad, de manera que a veces no sospechamos, eso que pensamos que es un defecto, que nos da tanta pena ser más débiles, ser más ignorante, ser más incapaces: no conseguir saber un idioma porque nos cuesta mucho aprenderlo, no conseguir manejar la tecnología como nos gustaría manejar…

Ahora con el GPS, este nuevo el chat GPT que es genial, la inteligencia artificial. Pero no todos lo saben manejar.

Mi padre no consigue manejar discretamente el WhatsApp y uno puede pensar, ¡qué mal! Y sin embargo, eso permite que mucha gente lo vaya a visitar porque saben que no se puede comunicar por WhatsApp, porque no lo sabe usar.

Dios mira nuestras fragilidades, incapacidades e ineptitudes y le busca la forma. ¡Cuánta gente que va a visitar a mi padre porque no sabe manejar la tecnología! No se ha privado de crecer en la caridad, justamente porque mi padre tiene esa dificultad. Si mi padre no tuviera esa dificultad, esas personas no hubieran ido a pasar ese rato con él.

Es un ejemplo pequeño, tonto, pero claro, de cómo nuestras incapacidades pueden ser utilizadas por Dios para que alguien nos ayude, para que alguien crezca en caridad, para que se genere ese sendero lleno de flores que nosotros pensamos que era una pérdida y sin embargo, es una ganancia para otras personas.

Porque Dios, a partir de nuestras carencias, miserias, fragilidades e  ineptitudes, saca de ahí cosas buenas y consigue hacer mucho bien.

CONFIAR SIEMPRE

Por eso, tenemos que pedirle al Señor ‘confiar’.

“Señor, ayúdame a confiar en que siempre sabrá sacar de mí muchas cosas buenas, como de esa cubeta agrietada, como de esas ineptitudes de mi padre anciano que no sabe ya manejar la tecnología”.

Y sin embargo, justamente ahí está el don que permite que tanta gente pueda ir a visitarlo y a vivir la caridad con él. Y crecen todos y ganan todos.

Y así tenemos tantos ejemplos que nos rodean, de cómo a partir de una carencia, de una enfermedad, de cosas que no nos gustan, Dios saca mucho bien porque las utiliza para nuestro crecimiento.

Para eso tenemos que pedirle confianza: confiar en que Dios siempre es capaz de sacar maravillas, senderos llenos de flores de nuestras incapacidades.

Salir de la versión móvil