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LOS NECIOS DE ESTE MUNDO

final

Hoy la Liturgia de la Iglesia nos trae el Evangelio de san Lucas, Que nos dice que en aquel tiempo dijo uno del público a Jesús:  ”Maestro dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. El Señor  le contestó: Hombre, ¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre ustedes? Y dijo a la gente: Miren, guárdense de toda clase de codicia pues aunque uno ande sobrado su vida no depende de sus bienes.

Y les propuso una parábola:  Un hombre rico  tuvo una gran cosecha y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré, no tengo donde almacenar la cosecha? Se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. 

Y entonces me diré a mí mismo:  hombre, tienes bienes acumulados para muchos años. Tumbate, come, bebe y date buena vida.  Pero Dios le dijo: Necio, esta noche te van a exigir la vida; lo que has acumulado ¿de quién será? Así será el que amasa riqueza para sí y no es rico ante Dios” (Lc 12, 13-21).

Explicación:

El personaje puede muy bien representar a  quienes acuden a alguna autoridad religiosa, no para pedir una orientación a la vida espiritual sino para resolver sus asuntos materiales; de esos tenemos muchos alguna experiencia.  El Señor, con gran decisión, se desentiende de semejante petición: “¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre ustedes?”  

Y no se puede decir que sea por una insensibilidad del Señor ante una situación que puede ser, incluso, una posible injusticia familiar, sino porque intervenir en tales asuntos  no es propio de su misión redentora. Como no es  propio tampoco ahora de la Iglesia o de los sacerdotes, intervenir en esos casos. Y el Señor nos enseña, con su actuación y con sus palabras,  una  gran realidad que a veces perdemos conciencia de ello: de que su obra salvífica no se dirige a resolver los muchos y variados conflictos familiares y sociales que se dan entre los hombres.

El Señor ha venido a dar los principios y los criterios morales

Que deben, si, informar la justa acción de los hombres en los asuntos temporales, y no a resolverlos técnicamente; por eso es que cada quien, con el uso de su libertad, con el uso de su razón, está llamado a resolverlos, sean asuntos culturales, sociales, políticos, económicos…

En esto, la Iglesia puede dar un juicio moral pero siempre es un principio, nunca son cuestiones técnicas y mucho menos cosas  absolutamente concretas; por eso cada quien tiene que resolverlo con la formación y la doctrina que tiene de la Iglesia.

El Señor respondiendo, pone en  guardia también a quienes le oyen sobre algo que se intuye por detrás, que es como cierta avidez de los bienes terrenos con la parábola de ese rico necio, quién después de haber acumulado para él una abundante y gran cosecha, deja de trabajar  para consumir  sus bienes, divirtiéndose, gastándolo como pueda y se hace  esa ilusión de que para él la muerte no va a llegar.

“El hombre necio, en la Biblia»

– Decía una vez al Papa Benedicto –  es aquel que no quiere darse cuenta, desde la experiencia de las cosas visibles, de que nada dura para siempre, sino que todo pasa: la juventud, la fuerza física, las comodidades, los cargos de poder. Hacer que la propia vida dependa de realidades  tan pasajeras es,  por  tanto, necedad. – Y esa es  la que el Señor, ahí, saca a relucir –  El hombre que confía en el Señor, en cambio, no teme – a esas contrariedades – las adversidades de la vida, ni siquiera la realidad ineludible – que nos llegará a todos más tarde o más temprano – la muerte: ese es el hombre que ha adquirido un corazón sabio, como los santos”  (Benedicto XVI. Ángelus. Palacio apostólico de Castelgandolfo. Domingo 1 de agosto de 2010).

No se nos olvida que esta vida es corta, muy corta. Cada vez que uno se hace más mayor, le parece más corta. Y poner  nuestra vida en esas riquezas o en esos bienes pasajeros, es una gran necedad ponerlos como fin y no como medios que es como debe ser.

“El rico pone ante su alma, es decir, ante sí mismo, tres consideraciones: los muchos bienes acumulados, los muchos años que estos bienes parecen asegurarle y,  en tercer lugar, la tranquilidad  o ese bienestar que puede ser un poco desenfrenado” (cf. Lc 12, 19).

Pero la palabra que Dios le dirige  anula estos proyectos. En lugar de los “muchos años”, Dios indica la inmediatez de “esta misma noche te reclamarán el alma; esta noche”;  Y en lugar de “disfrutar de la vida”, le presenta la “restitución de la vida; tú darás la vida a Dios”, con el consiguiente juicio – que hay en el momento de la muerte, el juicio particular -.  Y esa realidad de los muchos bienes acumulados,  en la que el rico tenía que basar todo  – su futuro -, está cubierta por una pregunta que parece un poco sarcástica: “Las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”  – para quién serán…- .

El Papa Francisco nos decía una vez, y nos hacía considerar:

“Pensemos en las luchas por la herencia; muchas luchas familiares.  Y mucha gente, todos conocemos algunas historias, que en la hora de la muerte comienzan a llegar:  sobrino, los nietos vienen a ver:  Pero, ¿qué me toca a mí? Y se lo llevan todo. 

Es en esta contraposición donde se justifica el apelativo de “necio”-porque piensa en cosas que cree concretas pero que son una fantasía- con el que Dios se dirige a este hombre. Es necio porque en la práctica ha negado a Dios, no ha contado con Él. 

La conclusión de la parábola,

– Continuó diciendo el Papa Francisco – formulada por el evangelista, es de una eficacia singular:  “Así es el que atesora riqueza para sí, y no se enriquece en orden a Dios” (Lc 12, 21).

Es una advertencia que revela – terminaba al Papa Francisco de decir –  es una advertencia que revela el horizonte hacia el que todos estamos llamados a mirar” (Papa Francisco. Ángelus. Plaza de San Pedro. Domingo, 4 de agosto de 2019).

Poner la mirada en este mundo es una necedad, ponerla sólo en este mundo. En lugar de eso debemos de tener los pies en la tierra y la cabeza en el cielo. Y saber que los bienes, cualquiera que sean ellos, son un medio.

Medio para, evidentemente, sostener nuestra familia, ayudar a los demás, servir a los otros… Pero no se puede poner como fin, porque es una necesidad. Al final, ¿para quién acumulamos eso? Bueno, para que se lo peleen los que vienen después de nosotros, en el mejor de los casos…

Pidámosle al Señor y a la Virgen Santísima que nos haga considerar esta necedad, que tienen las personas, para que no caigamos en eso, y considerar la pobreza como una virtud, porque es una verdadera virtud en el fondo.

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