Liturgicamente seguimos en la Navidad, hasta que dentro de unos pocos días celebremos esta fiesta del Bautismo del Señor.
Y por eso, es lógico esperar que la Iglesia en estos días, nos proponga en la Misa, los textos que tengan que ver con la Infancia de Jesús.
Pero hoy, nos encontramos con que el Evangelio de la Misa, que nos propone un adelanto de muchísimos años.
Ese adelanto puede dejarnos desconcertados, porque efectivamente no pega muchísimo hablar de la vida pública de Jesús, cuando lo que toca es hablar de la infancia. O al menos así pensamos nosotros.
LOS PRIMEROS DISCÍPULOS EN GALILEA
Pero hoy, leemos en el capítulo primero del Evangelio de san Juan, que nos narra el inicio de la vida pública de Jesús. Varios años después, con esa vocación de los primeros discípulos en Galilea.
Y el diálogo de hoy está lleno de una naturalidad impresionante.
No solo porque esa llamada de Felipe, “la vocación de Felipe”, haya sido tan natural, sino por el apostolado, -también natural-, que esté hace con su amigo Natanael.
Y ese texto del Evangelio de hoy, recoge un diálogo muy breve. “Pero algo debió ver en Ti, Señor, ese futuro apóstol san Felipe, que bastó que le dijeses: “¡Sígueme!”, para dejarlo todo y acompañarte.
Se nota que ha tenido conversaciones muy profundas con Natanael y que ambos estaban anhelando esa llegada, de aquel de quién escribieron Moisés y los profetas en las Sagradas Escrituras.
Habrá sido tan impactante ese encuentro Contigo, Señor, que su reacción natural es ir a compartir esa alegría con su amigo Natanael.
Su apostolado, es un apostolado que le sale natural. “Porque es consecuencia lógica de ese encuentro contigo, Señor.”
No es algo artificial, no es tampoco una obligación institucional, sino la alegría de haber encontrado un tesoro.
Y que, como el bien -se dice por ahí-, que “el bien es de por sí difusivo”, -esto es un adagio de la filosofía escolástica-.
Pues, Felipe ha encontrado un bien, el máximo bien, “¡Te ha encontrado a Ti, Señor!”, y lo quiere compartir con las personas que tiene cerca.
EL TESORO DE LA NAVIDAD
Y ojalá, en esta Navidad también nosotros hayamos encontrado ese tesoro, que queramos compartir con los que tenemos más cerca de nosotros.
Pero volviendo a la pregunta inicial, ¿Por qué la Iglesia quiere que meditemos este Evangelio de la vida adulta de Jesús, si lo que se esperaba era algo sobre la Infancia de Jesús?
Bueno, creo que hay muchos motivos, pero entre otras cosas, yo creo que este pasaje tiene algo muy valioso para este tiempo de Navidad, y es la respuesta de Natanael a ese anuncio de Felipe.
Se nota que también Natanael está esperando la venida de ese enviado de Dios, del Mesías, pero no lo esperaba de este modo, y así lo refleja su respuesta.
Porque cuando conoce tu origen, Señor, se le sale del fondo del alma ese:
“«¿Y es que acaso de Nazaret puede salir algo bueno?»”
(Jn 1, 46).
CONSCIENTES DE NUESTROS PREJUICIOS
Hay como una resistencia inicial que le hace poner en duda esa buena noticia de Felipe, pero bueno, con las cosas de Dios, esto pasa con muchísima frecuencia.
Cuando yo estudiaba en la universidad en Roma, unos profesores de análisis literario de la Sagrada Escritura, dijo una vez, que antes de entrar a leer la Biblia, todos tenemos que intentar ser más conscientes de nuestros prejuicios.
Y el aseguraba que todos tenemos prejuicios, ¡todos! y que era algo natural, incluso beneficioso.
Porque los prejuicios, están hechos en el fondo, para ahorrarnos tiempo, para ahorrarnos esfuerzo, incluso para ahorrarnos dinero.
Porque los prejuicios, son unos juicios que quedan guardados en nuestro ser, a partir de experiencias que tenemos en la vida.
Y que, en principio, esos prejuicios pueden ayudarnos a elegir más fácilmente en el futuro.
Por ejemplo: si has probado varias marcas de un producto en el supermercado, seguramente ya te habrás formado un prejuicio que te ayudará después a comprar la marca que más te gusta. O la que rinde más, o la que tiene mejor relación calidad-precio.
Y también ese prejuicio, te ayudará a evitar las marcas que son una estafa.
TODOS TENEMOS PREJUICIOS
Y, decir entonces, que no tenemos prejuicios, sería como admitir que, -o estamos recién nacidos y que no tenemos ningún tipo de experiencia previa, -o que sufrimos de un alzhéimer crónico…
Pero si tenemos experiencias, tenemos prejuicios. Esto es así, y eso es algo natural, y es bueno saber que los tenemos, y también es bueno saber cuáles son los que tenemos.
Cosa que no es nada fácil, pero los prejuicios también pueden estar equivocados, como por ejemplo: el de Natanael en el diálogo de hoy. Él pensaba que de Nazaret no podía salir nada bueno.
Y como tantas veces sucede en las cosas de Dios, nosotros también tenemos que estar conscientes de nuestros prejuicios para dejar que Dios actúe libremente en nuestra vida.
Por eso, yo creo que este Evangelio de hoy, nos viene muy bien en este tiempo de Navidad, este tiempo en el que Dios nos invita a deponer nuestros prejuicios sobre el modo en el que Él quiere hacer las cosas.
El pueblo judío llevaba siglos esperando la venida del Mesías, pero no se lo esperaban de este modo tan humilde; un niño indefenso, inerme, nace en un establo, en un pesebre.
Otro ejemplo: la humanidad anhelaba la liberación de la esclavitud, del pecado. Pero nunca lo esperaban como la liberación a través del sufrimiento de Dios en el Gólgota.
O nosotros, -por ejemplo-, esperamos que se note la presencia de Cristo en nuestras vidas, pero nunca esperamos que se note a través de la Cruz.
Porque tenemos un prejuicio que ya nos hemos formado, un prejuicio bueno sobre la bondad y la misericordia de Dios, cosa que es correcta, Dios es bueno, Dios es misericordioso.
TOMAR MEJORES DECISIONES
Y este prejuicio “bueno” nos ayuda también a tomar mejores decisiones en nuestra vida.
Pero siempre podemos pedir más humildad a Dios, para que Él pueda perfeccionar esta idea que tenemos nosotros de Él, y así dejarnos maravillar por esas muchas formas que pueda adquirir esa bondad de Dios.
Y no solo las que me convienen, o las que no me causan ningún sufrimiento.
Y es la soberbia la que hace que nos aferremos a esos malos prejuicios, incluso es la soberbia la que hace que nos aferremos a esos buenos prejuicios.
Por ejemplo, cuando creemos que Dios es bueno, pero solamente cuando nos complace en lo que pedimos, o porque nos da una vida libre de complicaciones.
Y cuando la bondad y la misericordia de Dios adquieren formas que no cuadran con nuestro prejuicio de su bondad y de su misericordia, bueno, ahí entramos en conflicto.
Y sentimos que ese obrar de Dios nos hace violencia, o que Dios no es tan bueno o que no escucha mis plegarias, o que se ha olvidado de mí o que su justicia es imperfecta.
Dios es la bondad máxima, “pero te pedimos Señor, la humildad para maravillarnos ante tu modo de hacer las cosas, que te dejemos actuar y que te dejemos sorprendernos.
Que confiemos en que tu bondad a veces adquiere formas que nos cuesta comprender, precisamente por nuestros prejuicios.”
De nuevo, esos no son prejuicios malos, pero son prejuicios demasiado rígidos, y por eso yo creo que este episodio de Natanael, tiene muchísimo sentido en este tiempo de Navidad.
ROMPER NUESTROS ESQUEMAS
En estos días, Tú, Jesús, nos has sorprendido por el modo de venir a este mundo, rompiendo todos nuestros esquemas. Y solo los humildes aceptaron ese cambio, aunque no lo hayan entendido del todo.
“Y eso es lo que te pedimos también nosotros, aún podemos hacer el esfuerzo por dejarnos sorprender.”
Algún detalle que para otra persona pasará desapercibido, para nosotros será ocasión de maravillarnos, y de reconocer como Natanael, que Tú, Señor, a quien ahora vemos hecho un Niño inerme, indefenso, eres el Hijo de Dios: El Rey de Israel.
Natanael tenía sus prejuicios como todos nosotros, porque son inevitables, “pero esos prejuicios se derrumbaron al encontrarse contigo, Señor.”
Y ojalá nos suceda lo mismo miles de veces durante el día: que el encuentro Contigo a veces inesperado, a veces incomprensible, no nos encierre más en nosotros mismos.
Y que tengamos esa libertad de decir como san Pablo: Omnia in bonum: Todo coopera para el bien de los que aman a Dios.
Que podamos decir como nuestra madre, ese “Fiat” que tenemos que agradecer por toda la eternidad.
Gracias a nuestra madre por haber aceptado ese cambio de Dios en su vida, que significa también un cambio para nosotros en nuestras vidas.
Gracias madre nuestra, ayúdanos a ser tan humildes como tú.